EL ESPÍRITU DIVINO, LA CREACIÓN Y LA FORMA HUMANA DE EL EN CRISTO:
Por la percepción y teoría de Tertuliano, quien al deducir del Nuevo Testamento su propia creencia en tres de una misma substancia, es que desde el Siglo IV d.C., algunos han dicho de manera equivocada y obsesionada, que además del Padre e Hijo está el Espíritu Santo como una tercera persona. Quienes esto sostienen, aún alegan que el Espíritu Santo y los otros dos en mención, son distintos en la subsistencia para cumplir alguna función con un mismo propósito. No obstante, en los Libros Sagrados o en la Biblia no se halla lo que así ha determinado el hombre.
Es innegable que desde el principio de la creación, no fueron dos ni tres de una misma substancia que se pasearon sobre la faz de las aguas, sino un Espíritu Divino que es Elí (Eloá), para crear todo mediante su palabra (Gn. 1:2-31; y 2:1-7; 2 P. 3:5-6; y Heb. 11:3). De existir dos o tres de una misma substancia, pero distintos en la subsistencia para cumplir alguna función con un mismo propósito, entonces Moisés en el primer libro de la Torá o Pentateuco, lo hubiera mencionado.
En Génesis, primer libro de la Torá o Pentateuco que Moisés escribió de parte del Altísimo, lo que se observa además de la expansión (cielos), son cuatro elementos primordiales: “1. Espíritu; 2. Palabra (Verbo); 3. Tierra; y 4. Agua”. Y en ese libro se avizora, que el Espíritu Divino mediante su palabra hizo todas las cosas. Por esto dice en alusión a Él y a su Palabra: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”; y así hizo al hombre del polvo de la tierra (Gn. 1:26-27; y 2:7, Sgta. LXX). Luego el Espíritu Divino inspiró el soplo de vida sobre la faz del hombre, y este vino a ser un alma viviente (Gn. 2:7, Sgta. LXX; y 1 Co. 15:45, R.V. 1960). Aquí vemos que no dos ni tres de una misma substancia, inspiran soplo de vida sobre la faz del hombre, sino un Espíritu Divino que es Elí (Elóa).
En torno a ello hay que enfatizar, que después de separarse las aguas, haber expansión (cielos) y descubrirse lo seco, es del polvo de la tierra que mediante su Palabra el Espíritu Divino hizo al hombre. De modo que además de la expansión (cielos), siguen pernotando los cuatros elementos antes mencionados: “Espíritu; Palabra (el Verbo); Tierra; y Agua”.
Luego de esos asombrosos eventos, el Espíritu Divino se vio obligado con gran pesar, a que todo cuanto hizo del polvo de la tierra con vida, feneciera; y para esto durante 40 días y 40 noches, hizo venir un grande diluvio, que cubrió nuevamente a la tierra con las aguas como al principio de la creación; y así todos los que no estaban en el arca de Noé, murió (Gn. 7:12, 22-23). En este entonces, una paloma en simbología al Espíritu Divino voló sobre las aguas, a semejanza como ocurrió en el principio de la creación; pero en la primera ocasión al no hallar otra parte apropiada para posar sus pies, se volvió y entró en el arca (Gn. 8:8-9).
Adentrándose ahora al Nuevo Testamento, algo similar a todo lo antes expuesto aconteció en otros tiempos, porque subiendo el Mesías de las aguas del Río Jordán, una paloma descendió y se posó en él; y entre tanto esto ocurría, vino una voz desde los cielos diciendo: “Este es mi Hijo amado en quien tengo complacencia (Mc. 1:9-11; Lc. 3:21-22). De manera pues, que además de indicarse a los cielos (expansión), se pusieron de manifiesto cuatro elementos: 1. Espíritu, simbolizado en la paloma; 2. Verbo (Palabra), que es por la voz oída desde los cielos; 3. Agua, representada por el Río Jordán; y 4. Tierra, que en su lugar viene siendo el cuerpo humano del Mesías, que es el segundo Adán, y donde a semejanza del arca de Noé, posó la paloma.
Ahora bien, quienes dicen que hay la existencia de un Dios trino:“Padre, Hijo, y Espíritu Santo de una misma substancia”; pero distintos en la subsistencia con un mismo propósito, ven en ello no a un Espíritu Divino ni a la creación efectuada mediante la Palabra (el Verbo) ni a El hecho carne en Jesucristo, sino a la trinidad. No obstante ha de recalcarse, que en realidad se observan son los cuatro elementos antes mencionados; y aún se ha de señalar, que ni Moisés, ni los jueces, ni los profetas y ningún Apóstol del Mesías, hizo alusión a la palabra trinidad, ni tampoco en los textos sagrados la escribieron como los trinos la expresan desde el siglo IV d.C., hasta la actualidad. Ha sido el hombre quien en el 381 d.C., y con el poder de la sexta cabeza de la bestia apocalíptica, que personalizada en Teodosio I emperador romano, se atrevió a decretar e imponer a la trinidad, mediante un credo trino: “Padre, Hijo, y Espíritu Santo”; y desde entonces fue utilizada por la iglesia católica, para la adulteración de Mateo 28:19 y de 1ª de Juan 5:7, en los siguientes términos respectivamente:
“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre; y del Hijo; y del Espíritu Santo” (Mt. 28:19, RV. 1960).
“Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo, y el Espíritu Santo”. (1 Jn. 5:7. RV. 1960).
En contra de esa adulteraciones, se puede decir que: 1) Mateo 28:19 a como está escrito actualmente en varias versiones del Nuevo Testamento, es contradicho por el Evangelio Hebreo de Mateo (Shem Tov, 1385); y 2) La coma Juanina no está contenida en el Código Sinaítico del Siglo IV, ni en el Código Vaticano del mismo siglo, ni en la mayoría de los pergaminos griegos del Nuevo Testamento, ni en otras tras traducciones bíblicas. Y excepto las interpolaciones a las que fueron objeto esos códigos, se cree que por la forma elegante y refinada como tienen fijada la mayoría de la escritura, sean entre las 30 biblias que Constantino el grande mandó hacer con Eusebio de Cesarea para Constantinopla. Además de estas verdades, es que: A.No hay tres de una misma substancia, sino un Espíritu Divino que en el principio de la creación, se movió sobre la faz de las aguas. En el Nuevo Testamento, sólo es el Mesías la imagen misma de su substancia y no tres (Heb. 1:3); B. No hay dos Padres sino uno, que es el mismo Espíritu Santo, quien engendró a su forma de Hijo en el vientre de la doncella María (Mt. 1:18, 20 Is. 7:14; y 9:6). El cual tiene el mismo Nombre que le dio a su forma de Hijo, el Cordero (Is. 52:6-7; Prov. 30:4; Ap. 14:1); C. Mateo 28:19 es como si fuera mandamiento de Jesucristo, pero en el Nuevo Testamento no hay ninguno bautizado o bautizando bajo la expresión: “en el nombre del Padre; y del Hijo; y del Espíritu Santo”, sino que en cumplimiento del mandato contenido en Lucas 24:47-49, es expresando e invocando el Nombre de Jesucristo o de Cristo IESUÉ, que es el Nombre sobre todo nombre, y es el único dado a los hombres para ser salvos (Lc. 24:47-49; Hch. 2:38; 8:12, 16-17; 10:47-48; 19:1-7; 22:16;Flp. 2:9-11; y Hch. 4:12) Lo cual es una evidencia que la católica adulteró a Mateo 28:19-20, como a semejanza lo hicieron la pluma mentirosa de los escribas (Jr. 8:8); D. Los verdaderos y únicos testigos, son: “El Espíritu, el Agua, y la Sangre”, que se constatan desde tiempos remotos, ya que en el principio de la creación, el Espíritu Divino se paseó sobre la faz de las aguas, a similitud cuando una paloma voló sobre las aguas del diluvio, y esto vino a simbolizar el bautismo; Por lo tanto, es que antes de los bautizos practicados por İojanán Bautista, todos los israelitas en Moisés fueron bautizados bajo la nube y en el mar. En cambio que con la sangre, se concertaron los dos pactos (el Viejo y el Nuevo Testamento); y E. Por último, la Coma Juanina es un gran engaño o una grave adulteración a 1ª de Juan 5:7, porque además de no estar contenida en los Códigos antes mencionados, tampoco está escrita en muchos pergaminos antiguos del Nuevo Testamento; y porque es inaudito, que haya dos Espíritus Divinos de Testigos: “el Padre y el Espíritu Santo”. Y peor aún, porque tanto a este, como al Padre y al Verbo, los señala como testigos del cielo nada más. Esto desde el punto de vista bíblico es inaceptable, por cuanto hay un sólo Espíritu Divino que es el mismo Padre Creador; y que ello a este Padre y a el Verbo (la Palabra), les cercena el hecho de ser testigos y coautores de no sólo los cielos, sino de todo lo creado. En lo cual se cuenta a la tierra, y lo que de esta fue formado, como lo son: los árboles y todas las especies o géneros que en su superficie y sobre de ella tienen vida.