Aquellas palabras del errante bufón en mi memoria aún perduraban.
“Todas las cosas han sido hechas a manera de contienda.”
Acabada su historia, frente a su público profetizaba. No me creía con afán a las leyendas, mas aquél y sus tan sabias palabras, intriga en mi pecho fundaban. Bella primavera había arriado ya en nuestras tierras, y yo, como es menester del vulgar y apacible campesino, aproveché de ella en mi cultivo. Sol en lo alto, y sus espesos rayos cubriéndonos; mas yo, resistente en gracia a mi oficio, era inmune a él. Otro día normal para un soñador ordinario, otro día que contienda mi futuro.
Agazapada contra la maleza, de entre los viñedos aparecía ella, hermosa y radiante como el brillante sol. Su mirada perdida, en mi no se percató, y entonces, sin más, al suelo cayó. Corrí por ella; de cerca su rostro era pálido, su piel suave pero flácida, cuerpo escuálido, ropas roídas y embarradas: moribunda se hallaba. La hambruna y el cansancio a ella vencieron. Sin pensarlo, a mi hogar la llevé y en la cama la tendí. Detenidamente la observé, durmiente y misteriosa, delgados dedos y pecho que subía y bajaba al son de la vida. En su cuello extraña marca noté: forma de V y lunares alrededor.
Largas horas pasaron, hasta al fin ver sus parpados abrir. Desorientada a los ojos me miró, aún adormecida, pero vislumbraba en sus mejillas un poco más de color. “¿Quién sois?” entre suspiros preguntó. “Clessarius, el humilde trabajador del campo”, contesté yo. Ayudé a sentarla y alimento le ofrecí. “Mi vida salvasteis, en gracia a vos me encuentro. Mi nombre es Ghislaine.” Dulce y ligera voz acariciaba mis oídos, llena de ternura y terciopelo. Su sonrisa, dirigida a mi, cálida y contagiosa era. Ojos que guardaban toda la hondura azul del cielo, cabellos de un rubio tan fulgurante como el Dorado, expresión fina y gesto elegante. Todo en ella, vistosa y tierna, me envolvían en languidez. Pese a no conocerla, la decisión de mantenerla con vida tomé. Versamos un largo tiempo, y sobre su historia me habló: ella solo una pobre mujer era, perseguida y asediada por un cruel hombre vivió, cuyos motivos ocultos eran. Evadirle logró, entre persecución y persecución, desde el Palacio Imperial. Su vida en un caos se tornó desde su aparición, y de penurias su corazón hirió. Y yo, tras oír tal dolor, no deseé otra cosa que de mi ayuda y refugio se valiera. Aceptó tal petición, y su ayuda en el campo me ofreció.
Los sentimientos resurgidos, como huracán imparable, a su alrededor volaban, haciéndola centellear, y a mí, cegar. Pronto, tan siquiera mirarla, mi corazón desbocaba, mi estómago flotaba con el aleteo de miles de psychés, mi rostro se abrasaba. Y ella se burlaba de ellos, no sin su expresión asimilar a la mía. Mi tiempo pasado con ella, raudo como un corcel, cual oro lo atesoré; y percibí que la vida se reservaba, más de lo que imaginé, por ver y sentir. Al poco, a su presencia me acostumbré; sentimientos crecieron en desmedida e incluso a pensar en tomar su mano llegué.
Junto a ella, era feliz.
Mas la vida no siempre camina por un sendero apacible… y hay quien encuentra más de una roca por éste. Y yo, jamás tal fatal destino predecí. Con un sol de verano más tórrido, se oían los rumores de una extraña y mortecina epidemia. Imparable. Lebenmaskes y Alquemeisters en vano lucharon en su afán por una cura a esta enfermedad, simplemente implacable era: el cuerpo, poco a poco, en cristal se envolvía, quedando inmóvil cada zona cristalizada. Similar a la petrificación; mas un horror mayor aguardaba: en la etapa final, perfectas estatuas de cristal se convertían, aún guardando su vida, conscientes, encerradas e inmóviles para siempre. Una pesadilla eterna. El condenado a padecer de ella, era capturado y enviado a una lejana isla. Su regreso jamás hallará. Un destino fatal, del que ella presa cayó. Por ella yo corrí y al alzarla algo duro en su espalda advertí: el gélido cristal, en su cuerpo se atrincheró. El terror y el dolor que a ella palidecía en sus ojos hallé. Sufriendo en silencio, lo ocultó de mí. La impotencia a mi pecho apuñalaba, ¿cómo salvarla? A nosotros, débiles mortales, cuan inmenso mal nos atormentaba, ¿y que obtuvimos por nosotros mismos? Nada. El turno a la divinidad de hallar el fin a nuestra desgracia llegaba. Algo estúpido: un mero campesino no tiene derecho a verla, mas la angustia ganaba en peso a la razón, y por su vida iba a contender. Así, el viaje de mi vida dio inicio, con tórridos sentimientos y vagas esperanzas partí. Por llanos senderos y montañas espinosas vagué; con cuánta ironía parecían representar estos mi historia. Sin poder evitarlo, de melancolía mis pensamientos aquella travesía llenó. Con cuánta añoranza el recuerdo de Ghislaine en mi pecho ardía, con cuánto abatimiento mi moral derrumbaba. La posibilidad de no hallar cura, un hondo dolor en mi pecho creaba. ¿Y con qué pesar habría yo de sobrevivir sin su anhelo? Tras una vida tan hastiada y simple, de felicidad y luz mi vida ella llenó.
Exhausto y nervioso, a la inmensa ciudad en el aire llegué, y a lichts en la entrada por su ayuda rogué y rogué. Su sorpresa ante mis actos los conmovió, y ante la presencia de aquellos Wissen me llevaron. No sorprendidos por mis palabras, de la epidemia ya sabían. Mas nada a mi me dijeron. Expulsado del palacio de la Diosa, no me di por vencido, y busqué la verdad por sus murallas. A aquellos lichts de antes hallé, apenados hablaban. “Desesperación reina ahora” decía uno, “si al menos le detuvieran…” dijo otro. Mi curiosidad avivó, esconderme para oírles decidí y la causa de la catástrofe se me desveló: un inmortal, poderoso e impaciente en encontrar lo que ansiaba buscando. “Los cuatro vientos que guían a la última psyché. Aquella epidemia para encontrarlos cuanto antes él causó.” No entendí sus palabras, ¿qué era aquello? ¿Qué significaba? ¿Si encontraba esas partes, la epidemia desharía? ¿Cómo las encontraría? Marcharme de aquel lugar decidí, era todo lo que ellos sabían.
A mi tierra llegué, y el terror sembrado en varias ciudades vislumbre, y no por causa sola de la epidemia; un hombre, considerado indestructible, masacre había esparcido. Su objetivo eran todos aquellos afectados por la enfermedad. Secuestrándolos. Siendo encontrados prontamente muertos. Por ella temía y tan rápido como pude regresé. Arrasado todo, completamente por dónde me acercaba. El frio sudor surcando mi cuerpo en aquella terrible carrera, de lejos veía que mi hogar aún intacto se hallaba. Mas la puerta abierta estaba. Y ahí estaba él, sujetándola, inconsciente, en sus brazos. Lentamente, en una triunfante sonrisa curvo las comisuras de sus crueles labios. La marca ahora al descubierto estaba. Corrí hacía él, con espada en mano, pero inútil fue. Contra la pared me lanzó, mas no me rendía… ¡debía salvarla! Y de sus ropas me agarré. Forcejeamos, y de entre su bolsillo una hoja arrugada cayó. Pero mi esfuerzo no dio suficiente tiempo y me volvió a vencer contra el suelo, y esta vez inconsciente quedé. Poco a poco, ante mis ojos nublados, llevársela le vi.
Al despertar, tan solo recordar su silueta al marcharse pude evocar; todo era irracional, ¿por qué todo esto? Y fue entonces que vi aquella hoja que dejó caer, arrugada y amarillenta; en ella… la explicación a nuestra calamidad:
“Cuatro vientos son los que guían a la última psyché. Nacida en el seno del Sur, del lazo irrompible de los gemelos opuestos Este y Oeste a volar le enseñó, y de inteligencia las tierras sagaces del Norte iluminó.”
Y casi de perfil dibujada, junto a aquellas palabras, una sencilla mariposa encima de un mapa. Su antena semejante a la marca de su brazo era. Todo estuvo claro.
Era parte de aquella mariposa, la psyché hablada de los lichts. Cuerpo, antenas y alas; cuatro partes. La procedencia de ella era el Palacio Imperial, y al igual que en el grabado, correspondía a las sagaces tierras del Norte. ¿Pero qué era todo aquello? ¿Qué significado tenía? ¿Qué importancia…?. A tras luz, se me reveló mayor contenido:
“Partido su cuerpo y atada a la tierra quedó Gaia tras la creación del gran imperio Mariollette, fusionada con él, la fuente de la vida. Mas no el retorno hallará sin reunir su cuerpo perdido en fragmentos, su llave de regreso a la divinidad. Atadla, no la dejen escapar; o de lo contrario la fuente de vida se secará y el imperio morirá.”
Gaia era la clave. La vida misma era ella, nuestro imperio, nuestro fulgor de esperanza… y ahora, nuestro funesto destino. Pero, ¿qué hacer? ¿A quién creer?, si su partida acabara siendo realidad, ¿dejaríamos en libertad a la diosa que nos otorgó la vida o enjaularíamos a la fugitiva que nos traerá muerte? En mar de dudas me hallaba, mas solo algo estuvo claro: tres fragmentos más en los cardinales quedaban. Y el cesar del terror cometido no hallaríamos hasta encontradas aquellas partes. Ahora, era el turno de Gaia.
Avergonzado de ello, de tales ruines actos; la ciudadela celestial quemé y destruí. Mi distracción. Mas esta era la única forma de perpetrar el templo sagrado. Lichts bajaban a socorrer y de aquella incertidumbre me aproveché. Irrumpiendo en la sala, allí la encontré. Al fin, a la diosa madre conocí; me dije. En un pesado silencio; a los ojos, la grande me miró, con toda la hondura de aquellos bellos luceros. Una forma de matar al inmortal, una forma de salvar el imperio le rogué. Y como si ya vislumbrada tuviera, no sólo mi llegada, también anticipadas mis palabras: negó mi más humilde petición. No me rendí, y de insistencia y ruegos colmé hasta mi paciencia. Mas Gaia aún más secretos guardaba.
El silencio que guarda, la triste mirada, ¿la hará salvadora o condenadora? Quizá un regreso imposible la amarre a la tierra. Quizá el hombre que nos trajo muerte traería a ella su ascenso. ¿Por quién ahora la madre vivía? ¿Por su Imperio o su ambición?
Inútil esfuerzo, tiempo perdido, tan sólo de dolor y desesperanza mi pecho embargó. De aquel sagrado lugar salí, sin saber, dónde mi destino hallaré. Mas, de la nada salió alguien, y detuvo mi andar.
Ropajes de licht portaba, su rostro tapado tras un capuz, y una sensación de desconcierto y engaño me trajo. Audaz y con extraña sonrisa, a mí se dirigió; por algún motivo quise correr, mas allí le aguardé.
Y mi ruego hizo realidad.
“De las lágrimas de la diosa, cinco brillantes gotas esparció, mas la oscuridad del Imperio, los dones de Gaia mancilló: errante en soledad por el infinito cielo, Syrinx, la de flechas infalibles; cubierto de la cólera de dragones, Dwarf, el desgarrador de almas; enrojecido por la sangre de mil asesinos, Nezzard, el puntiagudo grito de guerra; abrazado en las oscuras profundidades del hondo azul, Mortega, el temblor de los mares; encandilada por la melodía de la mentira y la traición, Seraphina, la forjada entre el acero y el caos eterno. Las cinco estrellas de la diosa, las cinco armas definitivas del Imperio.”
Y en mano, una a una me las entregó. A mi oído susurró:
“Con fuerza y rabia invoca sus nombres. Y con obediencia y diligencia por ti pelearán. Mas cuidado has de tener… un inmortal, difícilmente se vencerá con el odio y valor de un solo hombre; o que decir… de cientos de imperios. Su poder sólo menguarás, vencido quedará pero no asesinado, ¿y cómo finarle, pues, te preguntarás? Bueno… tu vida destinada quedará en encontrar esa forma.”
Su ayuda en mi huída del templo me ofreció, y el paradero del inmortal me reveló. Me encaminé al Palacio Imperial, aún sin creer todo lo que me contó; mas no tenía otra opción y decidí obedecerle y hasta el final luchar.
Semanas después nos volvimos a encontrar, encarados el Desasosiego y la Crueldad, en el centro de todo aquel caos. Nos enzarzamos en otra contienda, aún más cruenta y dura que la anterior. Mas su poder como inmortal era inmenso, y nuestra diferencia en fuerza se rendía en su favor. Y allí, en mitad de la lid, yo en el suelo derrotado, conjuré a las armas. Un resplandeciente fulgor ascendió a los cielos. Y el fuego arder, las casas derruir, gritos de terror—todo, absolutamente todo, se silenció. Y una melodía en la lejanía, traída por la niebla y embargada de un profundo sueño, mi alma acarició. Así, tentado por el dulce concierto, sellé mis ojos, y partí en sueños, guiado por el bello nocturno, hacía la plácida Noche de Plata Blanca.
Creí morir. Entonces, tan destacada por aquel espacio blanco puro, ante mí una horrible mancha negra apareció. Y se partió. Se partió en 7 tenebrosos fragmentos. Los ojos en aquel momento abrí, vislumbre como esos fragmentos ascendían a los cielos y por el firmamento se esparcían. No volví a ver a Ghislaine. Y tampoco supe de las armas.
La epidemia erradicó. Lichts y Wissen a tierra firme bajaron y, como remedio ante el sufrimiento del Imperio, predicaron que tal epidemia fue propagada, como castigo, por la oscuridad interior de todas las marionetas, que invocado a un verdugo inmortal habían, y que Gaia cura y salvación a su pueblo otorgó. Una burda mentira, de falsa creencia religiosa cargaba, y que todo el creyente e inculto Imperio creyó sin dudar. Los Wissen a no contar nada de lo sucedido obligaron, aquello había sido un error vergonzoso que ocultar se debía para evitar conjurar al inmortal de nuevo. De esta forma el templo trató de hacer olvidar. Y funcionó. Nunca se supo de aquella desgracia. El imperio se recompuso y sus gentes siguieron sus vidas, dejando todo en el pasado y comenzando de nuevo. Nadie supo quién acabó con el inmortal. Yo, iniciando una vez más un nuevo viaje, mi vida, vacía y lóbrega ahora, no volvería a ser la de antes. Tampoco me permitiría olvidar al amor de mi vida. Una tortura eterna. Y así, me encaminé de nuevo sin rumbo, a cualquier lugar; para terminar de destruir a aquel inmortal.
Gaia era la clave. La vida misma era ella, nuestro imperio, nuestro fulgor de esperanza… y ahora, nuestro funesto destino. Pero, ¿qué hacer? ¿A quién creer?, si su partida acabara siendo realidad, ¿dejaríamos en libertad a la diosa que nos otorgó la vida o enjaularíamos a la fugitiva que nos traerá muerte? En mar de dudas me hallaba, mas solo algo estuvo claro: tres fragmentos más en los cardinales quedaban. Y el cesar del terror cometido no hallaríamos hasta encontradas aquellas partes. Ahora, era el turno de Gaia.
Avergonzado de ello, de tales ruines actos; la ciudadela celestial quemé y destruí. Mi distracción. Mas esta era la única forma de perpetrar el templo sagrado. Lichts bajaban a socorrer y de aquella incertidumbre me aproveché. Irrumpiendo en la sala, allí la encontré. Al fin, a la diosa madre conocí; me dije. En un pesado silencio; a los ojos, la grande me miró, con toda la hondura de aquellos bellos luceros. Una forma de matar al inmortal, una forma de salvar el imperio le rogué. Y como si ya vislumbrada tuviera, no sólo mi llegada, también anticipadas mis palabras: negó mi más humilde petición. No me rendí, y de insistencia y ruegos colmé hasta mi paciencia. Mas Gaia aún más secretos guardaba.