I. En las profundidades del mar Este, en los inicios del tiempo, un hermoso Reino habitaba. Los hogares de magníficos corales eran, la vegetación generaba amplios bosques de algas multicolor, las que se difuminaban con la oscuridad de las aguas en el horizonte, donde los peces nadaban y vivían, al igual que las otras criaturas marinas. En una ostra colosal residía el Castillo de Coral, donde la luz siempre iluminaba, incluso en aquellas profundidades, con rayos de Sol y Luna. El imperio submarino estaba habitado de marionetas bendecidas por la Diosa, las únicas criaturas capaces de respirar y vivir en las aguas.
Todo el Reino perfecto era, sus habitantes apacibles y amables, nunca alguna guerra se desataría, pues ningún extranjero lograba alcanzarles; todo era completamente tranquilo. En armonía vivían marionetas y criaturas, mas nunca sentimientos verdaderos hubo entre ellas, solo relaciones recíprocas y de estricta utilidad: servir y ser servido; obedecer y ordenar; sin cariño, sin confianza. Solo entre marionetas siempre se amarían. El amor o la amistad, por ley, siempre sería entre criaturas de igual especie.
Esto bien lo sabían Rey Reina de las tierras submarinas, padres de la bella Princesa Celesta, hija de submarinas aguas, joven muchacha adorada por marionetas y bestias por igual, voz y belleza sin nacida comparación.
Pero, a cambio, algo más grande se desataría.
Diecisiete años de vida; era el cumpleaños de la princesa, cuando su padre, el Rey, un pez obsequió a su hija. Era el pez más hermoso del basto mar, color de joyas sus escamas poseían, sus aletas un encanto de pinturas al oléo merecia, unos ojos color amatista brillaban en su figura. Celesta aceptó con gratitud el hermoso presente, nombrándolo "Azrael".
Su compañero siempre a su lado estaba; nadaba para Celesta con su grácil figura, burbujas con formas distintas le obsequiaba, era su guía en largos paseos por los coloridos bosques de algas, con sus escamas bajo los rayos de Sol su bella sonrisa iluminaba.Pronto Celesta se encontraba enamorada de Azrael.
"Si prohibido está, ¿por qué amo a este pez?", confundida se preguntaba. Mas un secreto por completo siempre sería.
Rey y Reina jamás se enterarían de su amor, o a dolor eterno la condenarían. Por siempre secrecía, solo así en infinita compañia de Arzael se encontraría; el pez siempre le bailaría y ella siempre le cantaría. Arzael y Celesta, pez y princesa, pronto se amarían...Pronto peligrarían.
II. Un día de paseo iban, Sonal y Celesta, Principe y Princesa, en los bosques de algas multicolor. El Príncipe había cumplido la edad de contraer matrimonio, al igual que Celesta, a la que le guardaba profundo amor desde temprana infancia. El Rey, padre de Celesta, se había negado a entregar su mano a Sonal; debía ganarla por si mismo, mostrando valía.
"Confesarte debo, Princesa Celesta, mis más puros sentimientos por usted. Desde mi tierna infancia profeso admiración y respeto a su persona. Espero corresponder me pueda", nervioso dijo la marioneta a la Princesa. "Amarte no puedo, Principe Sonal, pues mis sentimientos a otro ser están escondidos." Entristecida y cabizbaja, dirigió una mirada a Azrael, el pez que guiaba el paseo de las marionetas con el brillo de sus escamas. "¿Escondidos? ¿Quién podría no corresponder a los sentimientos de la Princesa Celesta?" "Al ser un secreto, palabra alguna no os debo mencionar. Espero mi insolencia podáis perdonar, Príncipe Sonal" Y entre lágrimas de burbujas, Celesta abandonó el bosque, retirándose a su recámara a llorar.
Envuelta en sus cobijas, la dulce Celesta comenzó a cantar.
Oh, Arzael, bello pez mío, siempre con tus encantos en mi compañía, las sonrisas me desbordas con tanta dicha. Esta duda me perturba al no saber si tu corazón abraza al mío con cariño. Temor tengo, Arzael, que abandonada algún día me dejes aquí, a mí, marioneta, ser de piernas; con tus aletas de grácil y encantadora sinfonía, nadarás, nadarás lejos de aquí, mientras espero con una triste serenata tu vuelta.
El pez, siempre a su lado, lleno de tristeza se hallaba con el solemne canto de la Princesa, mientras burbujas caían por sus tristes ojos. Con su boca respiraba aquellas lágrimas, una por una, decidido a consolar a su bella Celesta; nadó hasta su lado con suavidad, y un simple roce de labios bastó para callar sus sollozos. Arzael la amaba, ella ahora lo sabía. Eso bastaba para colmarla de alegría.
El Príncipe Sonal observaba todo desde el jardín, por medio de una ventana que daba a la habitación de la Princesa, envidioso y enrabiado. ¡Un simple pez bastaba para arrebatarle el amor de Celesta! Aunque fuera el pez más hermoso del mar, eso no bastaba para calmar su ser, y lleno de ira informó a Rey y Reina.
"¡La Princesa Celesta, de un hermoso pez está enamorada!"
III. Hermoso día era aquél en el Reino: las algas se mecían, las estrellas marinas se regocijaban bajo los brillantes rayos de Sol, los corales resplandecían con belleza; más no era así de brillante en los corazones del Rey y la Reina. Desilusión en ella, culpabilidad en él. ¡Quién pensaría que un pez el corazón de su inocente hija robaría! Sólo entre marionetas siempre se amarían...
"Capturad al pez y Celesta tuya será", juró el Rey al Príncipe Sonal.
Pez y Princesa por los campos de algas paseaban, entre danzas de óleo y cantos preciosos, cuando el hermoso pez capturado fue. Una jaula de extraño material (¿era el material caído del cielo?), pues era imposible de romper, había atrapado al pez en una ligera distracción. La jaula fue arrastrada por una extraña corriente lejos de ahí, nadando rápido, y desesperada la intentó capturar, corriendo tras Arzael hasta los límites de la Colina de Coral, donde residía la serpiente marina, guardiana de los límites del Reino.
"Prohibido emerger tenéis, si perecer no queréis", advertía el guardián.
"¿Qué hay allá arriba, en el cielo? ¿Qué hay, que es prohibido? Saberlo deseo. Os ordeno, gran criatura, que me elevéis al infinito", dirigió la Princesa a la serpiente marina, que, dubitativa, la elevó hasta el más alto pico de Coral, donde el Príncipe Sonal residía con la jaula entre sus manos. Arzael nadaba, desesperado, en aquel pequeño espacio; a Celesta debía cuidar del peligro, para ello había nacido.
"Sólo entre marionetas siempre se amarán, Princesa Celesta. Los libros y la ley así lo dictan. ¡Olvidad a este pez o la muerte encontraréis!"
"¡Comprenderme debéis, Príncipe Sonal! Enamorada estoy de este pez. Daño no le debes hacer", suplicó con angustia.
"Lamento tanto, Princesa Celesta, que deba hacer esto. Pero sino, sólo hallaréis castigo y dolor. El pez Arzael debe morir.", sentenció.
Una dorada serpiente marina acompañaba al Príncipe Sonal, a la que ordenó la jaula emerger, en pos de proteger la tradición del Reino, mas lleno de dolor al ver las lágrimas de la Princesa que jamás le pertenecerían.
Sin dudar un segundo, Celeste suplicó a la criatura llevarla hasta la superficie, elevarla hasta Arzael a pesar de toda prohibición. El guardián, ante los profundos sollozos de su Princesa, no pudo más que acceder a su peligrosa petición. El castigo de la Diosa ella recibiría, el de sus padres, las marionetas y las criaturas marinas, pero ninguna importancia tenía si rescatar a Arzael conseguía.
IV. A la superficie emergió al fin; un doloroso y desesperado viaje fue, logrando alcanzar a Arzael al final del trayecto. Mas grande fue su sorpresa al observar su alrededor: había un cielo claro sobre su cabeza, aún más arriba de donde se encontraba, pintado con trazos de espuma. Una extraña y fría fuerza su cabello removía; ahogándose estaba producto de esta misteriosa corriente. Cientos de marionetas habían a las orillas del mar en un reino que flotaba sobre sus tierras, y para su sorpresa, fuera del agua estas respiraban.
Ahogándose creyeron estaba, de las aguas la retiraban junto a la pequeña jaula, cuando un relámpago en las aguas cayó. Una ola gigante apareció, y entre fauces blancas a la Princesa y su pez a la profundidad regresó. Las marionetas de la Tierra expectantes observaban el misterio de la mujer del mar, pero ninguna valor tuvo de ir tras ella...
Rey y Reina la esperaban, la Princesa aún con la jaula entre sus manos- el pez apenas nadaba, el color de sus aletas, opaca. Entre relucientes luces de color coral, el espíritu de la Diosa se presentaba, severa y divina. Respeto todos mostraron ante su presencia; los ojos de Celesta repletos de temor.
La Princesa Celesta Castigo Divino hallaría.
"Bendecida has sido con hermosa voz y espléndida belleza, pero has desobedecido mis órdenes, tus leyes- tu tradición, Princesa. ¿Es un capricho más importante que tu Reino?"
"A este pez salvar debía, pues profundo amor le debo."
"¡Traición y rebeldía! ¡Qué horrible sinfonía!" Exclamaron abrumados los Reyes. El semblante del Rey, reprochador y molesto ante su hija; la Reina, envuelta en lágrimas de burbuja.
"Muchas cosas yo vi, madre, padre. Hay un cielo más lejos de nuestro cielo, claro y brillante como las perlas; sobre nuestro cielo, donde está prohibido emerger, una ciudad flota. Marionetas por miles habían en aquel lugar, ¡y sin agua respirar ellas podían!", asombrada la Princesa decía, frente a las expectantes miradas de su gente y sus padres.
"¡Horrible y desobediente Princesa has sido! Tu gente por tu insolencia pagará. Una razón para toda ley hay" Se escuchó la voz de la Diosa resonar entre las aguas, por cada rincón y cada coral del lugar. "Bendecidos todos ustedes han sido con el poder de respirar y vivir bajo las aguas calmas- desobedecer la prohibición, ninguno debía. Marionetas comunes son las gentes de las tierras; la belleza y tranquilidad de estas aguas ellos jamás probarán, pues débiles a este ambiente son. Ahora que haz ensuciado sus mentes, Princesa Celesta, la curiosidad los traerá a estas aguas peligrosas donde solo ustedes podían habitar. Si tanto queréis probar lo que ellos poseen, entonces castigo tendréis, todos por igual."
Asustados se escucharon los habitantes del Reino, murmullos haciendo eco entre la multitud. Las criaturas dejaron su nado, y las mismas algas y corales comenzaron a perder su color; los rayos de Sol se fueron apagando lentamente, para no volver a brillar. La voz de la Diosa resonó con un dejo de melancolía.
"Piernas de pez tendrán ustedes y sus descendientes, y así el Reino de las Tierras jamás explorar podrán. Como animales acuáticos aprenderéis a vivir, aguas calmas nunca más volveréis a tener."
La Princesa lloraba desconsolada, Arzael perdiendo su color y su brillo; la observaba, sus ojos brillando con dolor. Su profundo amor había traído la tragedia a su gente, algo que jamás pensó sucedería. Suplicó.
"¡Oh, Diosa, no los castiguéis! Culpa mía esto es, sufrimiento ellos no merecen, pues son inocentes de mi grave falta."
"Pez y Princesa, ambos amantes, habéis aprendido a amaros entre especies. El castigo para tu gente no será tan doloroso, pero a cambio, ambos os convertiréis en espuma. Vuestra gente aún debe aprender esto."
Las piernas de las marionetas fueron llenándose de escamas de colores, hasta transformarse en colas de pez que nacían de sus cinturas. Rey y Reina nada podían hacer ante el suceso que los transformaba a todos, incluso ellos. Observaron como toda marioneta mitad pez ahora era.
Desolados y confusos, nadar intentaban con torpeza, sin resultados fructíferos. Gritos desesperados llenaban cada rincón, y ninguna criatura marina acudía a su ayuda. Ya no eran completamente marionetas; con sus colas de pez eran mitad animales, mitad iguales. Las criaturas marinas ningún servicio le debían; ahora debían aprender el amor por todas las criaturas, pues parte de ellos era una. Poco a poco las marionetas se fueron alejando del Reino submarino, ahora núcleo de aguas turbulentas, corrientes esporádicas y furiosos remolinos. El hermoso Reino nunca más la paz y la unidad poseería, Rey y Reina huyendo con tristeza, dejando atrás una pacífica vida y a su bella hija. Celesta cantaba por última vez para Azrael, sus dedos mal dañados al liberarlo de aquella resistente jaula. Tras un último beso, sus cuerpos se volvieron blanca espuma.
La luz de la Diosa desapareció. V. Durante muchos años se escucha en la superficie los tristes cantos de las marionetas submarinas, llamadas Sirenas desde el castigo Divino. Los Piratas en las cantinas hablan de sus cantos, desolados y hermosos, que habían atraído a más de un hombre a hundirse bajo las aguas en busca de sus interpretes. Quienes lograron emerger con vida contaban que les cantaban de un hermoso reino muerto, del dolor, de sus esperanzas de ver las tierras y el celeste cielo algún día.
"Ellas solo quieren caminar otra vez", mencionó un Pirata borracho una vez, y todos se largaron a reír. "Son solo sirenas que cantan", respondió otro.
VI. Pero guarda silencio. Haz de las olas un murmullo.
¿Puedes escuchar?... Si. Aquellas bellas voces...
Aún pareciese que Celesta canta en el eco de las hermosas voces de estas criaturas...