¿Quién mueve los hilos del mundo?
Las guerras mundiales, las revoluciones, los magnicidios, las crisis
económicas que hacen temblar los cimientos de la historia...
¿Obedecen a algún plan oculto trazado porr la conspiración de
sociedades secretas y gobiernos invisibles?
PODERES EN LA SOMBRA...
FUENTE: Revista MUY INTERESANTE
http://groups.google.com/group/secreto-masonico La creencia en conspiraciones urdidas por sociedades secretas o por
discretos grupos de poder, que actuarían como tentáculos de un
gobierno invisible para dominar el mundo, es un mito muy extendido,
que se adapta a las circunstancias de cada época e ideología. La tesis
fundamental de dicho mito es que la historia académica sólo sería una
mera apariencia tras la cuál se ocultaría la verdadera criptohistoria.
ría. Los protagonistas visibles- de aquélla serían simples marionetas
movidas desde las sombras, para la realización de un proyecto oculto,
por los grandes manipuladores, llámense éstos masones, iluminados,
sionismo, jesuítas, sinarcas, financieros internacionales, servicios
de inteligencia, Trilateral o extraterrestres.
Semejante idea ha gozado de enorme popularidad durante los dos últimos
siglos, ejerciendo una fascinación que —atizada por best-sellers como
El retorno de los brujos— sigue pujando en nuestro días. Vemos así que
el tema de la conjura oculta es —en opinión de los sociólogos— uno de
los grandes rumores que ha soportado el paso del tiempo y que por lo
mismo se ha convertido en un tema literario y cinematográfico
recurrente. Así lo demuestra el plan para controlar el mundo mediante
el manejo de las corrientes telúricas que —tramado por los templarios—
recorre las entrañas de la historia en El péndulo de Foucault. También
la temible organización Spectra a la que —en varias de sus aventuras—
James Bond intenta impedir que se haga con el dominio del planeta. O
Los 13, que ejercen su poder desde la penumbra de Norteamérica y que
tientan a Richard Channing en la serie televisiva Falcon Crest.
Hay algo de cierto detrás de esta creencia? ¿O se trata de una
monumental paranoia que pretende contemplar el devenir humano como el
resultado de una maquinación diabólica?
Si diversos temas de actualidad, como las confusas tramas que subyacen
tras los atentados contra los Kennedy o contra Juan Pablo II, el
escándalo de la logia P-2, las turbias redes que mueven el terrorismo
o el tráfico de drogas, alimentan esta creencia, no faltan opiniones
de prominentes personajes históricos que la apoyan. Balzac, iniciado
en el Martinis-mo, advierte que «hay dos historias: la oficial,
mentirosa; después, la historia secreta, donde están las verdaderas
causas de los acontecimientos, la historia vergonzosa». Y el estadista
Victoriano Disraeli, cuyo nombre aparece en las listas de
conspiradores, escribió que «el mundo es gobernado por personajes muy
diferentes de lo que imaginan aquellos cuyo ojo no se sumerge entre
los bastidores».
La idea de los conspiradores trae asociada la de las sociedades
secretas, denominación bajo la cual se incluyen los grupos más
diversos, desde aquéllos organizados por charlatanes o visionarios
hasta algunos que han tenido cierto peso político o histórico. Aunque
todos tengan en común reuniones exclusivamente reservadas a sus
miembros, la preservación del secreto de sus ceremonias y discusiones,
y la organización en estructuras jerarquizadas, sus fines y contenido
pueden ser de lo más diverso.
En 1946, el notable psicofisiólogo Raoul Husson —alias Geoffroy de
Charnay— ordenaba las sociedades secretas que juegan un papel
histórico determinante en una pirámide con tres niveles. En el primero
están las sociedades inferiores, cuyos militantes creen sinceramente
en sus ideales y que compara con viveros, donde los escalones
superiores reclutan a los peces gordos que son útiles á sus fines.
Vienen luego las sociedades de cuadros o intermediarias, menos
numerosas y de reclutamiento muy selectivo. Algunos de sus anónimos
miembros participarían activamente en la política y la economía
nacional o internacional, siguiendo las consignas de sus superiores
con una actitud mental más allá del bien y el mal. En la cima, las
sociedades secretas superiores, que mantendrían su identidad
celosamente oculta y moverían los hilos del mundo desde elevadas
posiciones sociales o desde ascéticos retiros, impulsados por la
voluntad de poder o por la fe en una misión trascendente.
Todo esto puede parecer un cúmulo de divagaciones desprovistas de
cualquier fundamento histórico. ¡La mejor treta del diablo es hacer
creer que no existe!, replicarán los conspiranoicos (nombre derivado
de paranoia y conspiración), esas personas obsesionadas por tales
macroconspiraciones. Ciertamente, una sociedad secreta digna de ese
nombre debería escapar a las investigaciones de los historiadores —
éstos se refieren sólo a los documentos escritos—, que en este caso
deberían ser inexistentes o inasequibles. Por ello, el estudio de
tales sociedades sólo puede basarse en los vestigios que flotan en la
superficie de la historia. En cualquier caso, el análisis de una
conspiración que no existiese más que en la imaginación colectiva
resulta tan interesante como el de la que corresponde a una realidad
efectiva; ciertos comportamientos intelectuales o sociales de
importancia histórica fueron orientados por la creencia en la misma;
el de la confabulación judeomasónica, tan cara a Franco, Hitler o
Mussolini, es el ejemplo más conocido.
Aunque desde la Antigüedad se habla de conspiraciones, el mito de la
Conjura que se propone subvertir el orden establecido y gobernar el
mundo es relativamente reciente. Surge como una reacción comprensible
ante la Revolución Francesa. En toda Europa, los conservadores se
preguntan cómo los tranquilos habitantes de un país refinado han sido
arrastrados a la barbarie. Sospechan que la mano invisible de las
sociedades secretas, tan en boga durante todo el siglo XVII, ha
orquestado el caos; concretamente la de los templarios e iluminados.
Para entender el origen de tal sospecha hay que retroceder hasta 1314,
año en que la llamada Orden del Temple es suprimida, sus bienes
confiscados y quemados su gran maestre Jacques de Molay y su preceptor
en Normandia, Geoffroy de Charnay; y ello tras un proceso más que
irregular, promovido por Felipe IV el Hermoso, con la complicidad de
Clemente V y fundado en burdas acusaciones. Se asegura que, mientras
ardía, Molay emplazaba al rey francés y al Papa ante el tribunal de
Dios, en el plazo de un año. Un mes después, el pontífice fallecía en
medio de atroces dolores intestinales, y a los ocho moría el monarca,
víctima de un accidente de caza. Como en la época los templarios no
tenían aún fama de magos, y cuatro de sus principales acusadores
tuvieron una muerte violenta o misteriosa, no faltó quien supuso que
algunos templarios se habían encargado de que la venganza se
cumpliese. Lo cierto es que 14 años más tarde la dinastía de este rey
se extinguía tras la muerte de sus tres hijos. Luego, su nieto -
convertido en monarca de Inglaterra- desataba una devastadora guerra
contra Francia, y la esterilidad se cebó en la estirpe de su hermano
(los Valois) y de su tío (los Borbones de Francia). Sólo quedó Luis
XVII, el 22 sucesor de Felipe IV, quien -antes de ser guillotinado-
pasó su última noche en la Torre del Temple, donde fue torturado
Molay, 22 gran maestre templario.
¿Logró sobrevivir su hijo? ¿Es él o es otro -un Borbón, un D'Anjou o
un Habsburgo— el Gran Monarca que anuncian desde la Edad Media cientos
de profecías como futuro Emperador de Europa?... Pero ése es otro mito
fascinante que requiere tratamiento aparte..., aunque esté íntimamente
ligado a nuestro tema: en torno a él conspiran sociedades secretas
como el moderno Priorato de Sión.
En el Renacimiento -cuando C. Agripa, ocultista y cronista del
emperador Carlos V, pone a templarios y brujas como ejemplos de
herejes- se inicia la mala fama de quienes serán considerados pioneros
de la Conspiración. Se les supone a los templarios inconfesables
secretos; fueron los primeros banqueros de Europa e intentaron unir
los reinos del continente en una suerte de federación. De poco valdrá
que conocidos cazadores de brujas como Bodin o el jesuíta Del Río les
pongan como ejemplo de minorías perseguidas y calumniadas por
príncipes ambiciosos.
Veamos entretanto si sobrevivió la Orden del Temple de manera velada,
ya que una organización esotérica sólo se considera viva si ha habido
una transmisión ininterrumpida de su iniciación y secretos de
generación en generación. En España los templarios se convirtieron en
la Orden de Montesa, en Portugal se transformaban en la Orden de
Cristo, y en Alemania son acogidos en la Orden Teutónica y entre los
caballeros de Livonia. Se asegura que en Francia algunos caballeros
perpetuaron su tradición en núcleos clandestinos. Mientras, para los
escoceses se crea la Orden de San Andrés del Cardo, estrechamente
ligada a los Estuardos y con cuyos caballeros Jacobo VI crea la Rosa-
Cruz Real, que se transformará en el Colegio Invisible. Este reúne a
algunos grandes sabios ingleses, como Boyle, con el propósito de
promover la ciencia. Y se hacen eco del manifiesto rosacruz Fama de
1614, que habla de una sociedad secreta de sabios que pretenden
renovar la especie humana por medio de la ciencia. Colaboran así con
el plan de la Creación, en el que ven -como los alquimistas y
sucesivas órdenes esotéricas-una evolución al final de la cual el alma
habrá alcanzado la perfección y se reintegrará al seno de la
Divinidad. En 1660, el Colegio se convertirá en la Real Sociedad de
Ciencias británica. Durante 28 años aparecerá íntimamente ligada a los
rosa-cruces y a la masonería jacobita, lo que -sumado a sus
influencias sobre Newton y Descartes- nos harían ver que el
racionalismo y la ciencia moderna tienen raíces ocultistas y han
desarrollado en los siglos sucesivos el programa trazado por la Fama.
Un notable rosacruz, tras hablar de la Society como heredera de los
trabajos realizados años antes por él y sus colegas, advierte a los
miembros de dicha institución que, si no se trazan metas que
trasciendan el cultivo de las ciencias naturales por sí mismas, su
obra puede producir «una Babilonia construida no hacia el cielo, sino
hacia la tierra». Se trata de Comenius, en quien los conspiía-noicos
ven un profeta de la actual conjura mundialista y a quien la
UNESCO'recono-cerá como pionero de esta institución y genial
anticipador de la más moderna pedagogía. Basándose en las utopías heme-
tistas de los ocultistas-políticos Francis Bacon y Campanella, y
obsesionado por la creción de una Pansofía o doctrina universal -
proyecto que será realizado por los Enciclopedistas, quienes se
alinean con él en la trama conspiradora- propone: un plan de reforma
universal, el estudio de los problemas sociales y de sus remedios, la
reforma metodológica de filosofía, política y religión, y la creación
de un parlamento mundial. Bajo la dirección de una élite de sabios o
Superiores Desconocidos, encargados de eliminar lo que de ignorancia,
ateísmo, epicureismo e impiedad quede en el espíritu humano, sugiere
la creación de tres cuerpos de dirigentes internacionales: un Consejo
de la Luz, responsabilizado de unificar el saber y universalizar su
propagación; un Consistorio o tribunal eclesiástico encargado de
reconciliar las diversas corrientes religiosas y de que toda la Tierra
esté consagrada a Dios; así como también una Corte de Justicia que
arbitre en los conflictos políticos, intentando que las lanzas se
transformen en arados. Puede que alguno de quienes convierten a
Comenius en el capo de un monipodio satánico haya estudiado su obra.
Sin embargo, la actitud ultraconservadora de muchos conspira-noicos -
los otros suelen ser de ideología ultralibertaria- les hace ver al
Maligno detrás de cada propuesta reformista y/o centralizadora.
A comienzos del siglo XVIII, cuando las órdenes esotéricas se ponen de
moda, alentadas por el anhelo de las antiguas ideas holísticas y
herméticas que se oponían al mecanismo racionalista del Siglo de las
Luces, la nostalgia literaria y el interés de los burgueses por los
rangos nobiliarios caballerescos, fomentado por el interés de los
gobiernos en vender títulos, se extiende activamente la Masonería. En
sus diversas logias conviven racionalismo y misterio, la teórica
igualdad entre los hermanos y la jerarquía de los diversos grados
masónicos; también los verdaderos idealistas que se creen transmisores
de una tradición y una pandilla de charlatanes que utilizan la jerga
espiritual en busca de dinero y de poder.
En 1717 y por primera vez, cuatro logias se organizan bajo la
autoridad única de la Logia de Londres, introduciendo un nuevo rito
que -según el gran-maestre Ambe-lain- tendrá un carácter luciferino y
empujará a la masonería por el camino de la política, desviándola de
su naturaleza espiritualista. No tardan en establecerse en París,
donde está de moda todo lo inglés, siendo pronto perseguidos por el
rey y condenados por el papado. Su principal propulsor es el escocés
Ramsay, secretario de Fé-nelon y preceptor en la Casa de Boullon,
vieja familia ligada a la presunta existencia de una masonería
caballeresca y espiritualista que habría agrupado a notables
personalidades y numerosas logias militares.
Concibe al masón como un ciudadano del planeta y asegura que «el mundo
entero no es más que una gran república de la que cada nación es una
familia y cada individuo un niño». Recomienda «el amor a la humanidad
en general» y exhorta a los masones a «unirse para suministrar los
materiales de un diccionario universal», idea que se plasmará en la
Enciclopedia, diez de cuyos 150 redactores fueron masones, incluidos
Voltaire y Montesquieu. Al dirigirse a los aristócratas encumbrados,
Ramsay sitúa el origen de los masones en las Cruzadas -linaje más
digno que el de humildes canteros que les atribuyen los historiadores-
y asegura que su transmisión iniciática sólo se ha perpetuado en
Escocia. Si no habla abiertamente de los templarios es tal vez porque
desea la aprobación del rey francés.
De hecho, el Estuardo James II de Inglaterra -de cuyo hijo fue
preceptor Ramsay-había creado en 1688 una logia masónica de la Orden
de los Maestros de San Andrés, continuando la filiación templaría
antes mencionada. Uno de sus caballeros iniciará al fundador de la
Estricta Observancia Templaría, que controla durante un tiempo todo el
aparato de la masonería alemana, reclutando una docena de príncipes y
personalidades como Goethe o Mo-zart, y colocando en la cima de su
organización una autoridad secreta a la que se exigía obediencia
incondicional: los Superiores Desconocidos (¡recordemos a Co-menius!).
A ellos se dedica inútilmente a buscar en Italia el duque de
Brunswick, quien luego se introduce en otra organización que figura a
la cabeza del ranking conspiranoico: los Iluminados de Baviera.
Fundada por el catedrático A. Weishaupt, precursor de los anarquistas
y de los socialistas utópicos. A él se atribuye el propósito de
destruir las monarquías europeas y la Iglesia, si bien su proyecto
declarado es copar el poder en todos los reinos, mediante una legión
de conspiradores que gobernarían desde la sombra, siguiendo «por el
bien de la humanidad» un plan preciso de dominio universal que será el
tema de denuncia permanente de los conspiranoicos.
Copian las constituciones de los jesuítas. Se introducen en la
masonería para captar adeptos y deben su rápida expansión -que les
permite en cinco años convertirse en los dueños ocultos de Baviera y
estados vecinos- al talento organizador del barón Knigge. Weishaupt
rompe finalmente con él, provocando esto y ias múltiples denuncias de
los masones -beneficiarios del orden establecido- el fracaso de la
conjura. Cuando se ordena la disolución de la Orden, aquél huye,
prevenido por la policía. Se asegura, sin embargo, que la organización
siguió conspirando en la clandestinidad, siendo introducida en Francia
por Mirabeau y reclutando a varios de los líderes revolucionarios.
Es en Alemania donde aparece la idea de que los templarios-masones
pretenden vengar a su gran-maestre Jacques de Molay. La idea será
retomada hacia 1797 por el jesuíta Barruel, John Robinson y Cadet-
Gassicourt. Estos, con una abrumadora documentación engarzada de forma
absurda que engatusó a miles de europeos y americanos, intentan
demostrar en sendos libros cómo la Revolución Francesa ha sido urdida
por un cónclave secreto de gobernantes invisibles masones e iluminados
con este propósito y el de provocar un completo cambio de las
estructuras sociales, políticas e ideológicas de toda Europa. Culmina
así una maquinación histórica para subvertir los cimientos de la
civilización cristiana, en la que participarían desde los gnósticos y
otros herejes medievales, a los asesinos musulmanes seguidores del
Viejo de la Montaña, los templarios y sus continuadores, los
alquimistas, Cromwell y toda una serie de
revolucionarios y ocultistas que culminaba con los jacobinos. ¿Había
algo de cierto tras la idea de las sociedades secretas como motores de
la revolución?
Los partidarios modernos de la teoría conspirativa aseguran que el
clima prerrevoluciona-rio fue producto de las conspiraciones urdidas
por tres fuerzas ocultas estrechamente relacionadas: las altas
finanzas internacionales, las maquinaciones de los gobernantes
enemigos y la masonería, que aportó su ideología democrática y a la
que pertenecía Necker, responsable de la bancarrota económica del
reino. Aseguran que en la preparación del estallido tuvieron un papel
ocultistas famosos que pululaban por la corte francesa: el aventurero
Casanova, el marqués de Sade, el alquimista y agente secreto conde de
Saint-Germain y el polémico Cagliostro, fundador de una masonería
egipcia. Se dice que cuando este último -a quien se atribuye haber
predicho la fecha y circunstancias de la Revolución- fue detenido e
interrogado por la Inquisición, confesó haber encontrado cerca de
Frankfurt a dos jefes secretos de los Iluminados. Al parecer éstos le
hicieron formular, bajo el lema «Nosotros, grandes maestres de los
templarios», un juramento, comprometiéndose -junto a otras once
personas- en la venganza del Temple y la supresión violenta de todos
los déspotas. El plan preveía la supresión de la monarquía francesa y
el posterior ataque a los estados italianos, hasta destruir el poder
del Papado. Para su realización, habrían reunido enormes fondos
clandestinos y contarían con una tupida red de espías en todas las
cortes europeas.
Aseguran que el complot se tramó en la Sociedad de la Armonía, fundada
por el masón Mesmer. Con el pretexto de estudiar el magnetismo animal,
se reunían allí para sentar las bases de una monarquía liberal
conspiradores masónicos como La Fayette y el duque de Orleáns, que
había fundado el Gran Oriente de Francia -de tendencia racionalista- y
provocando una escisión en la esoterista Gran Logia francesa. El
duque, primo del rey a quien aspiraba a sustituir, se convertiría en
el cabecilla de la intriga, invirtiendo su inmensa fortuna en
financiar cuidadosamente la preparación de la revuelta. Las 69 logias
militares se habrían encargado de que el Ejército no impidiese la
misma.
Los conspíranosos afirman que algunos revolucionarios, pertenecientes
a sociedades secretas en las que hacían un juramento de vengar a
Molay, se encargaron de llevar a cabo cuidadosamente este crimen
ritual. Es posible que así fuera, pero también que lo hiciesen
fascinados por la leyenda templaría y no como parte de un plan
histórico. Como también es probable que grupos o personajes como el
ambicioso D'Orleáns utilizasen el mito de la venganza con fines
políticos favorables a la revolución. Con la intención de eliminar al
rey, el duque empleó los servicios mágicos del judío y maestro en
ocultismo hebreo de masones ilustres, Falk Schek, quien ya había
ayudado en operaciones alquímicas a Richelieu.
Si bien es cierto que masones fueron algunos de los más notables
líderes revolucionarios, como Marat, Danton, Robespierre, Mirabeau,
Talleyrand o La Fayette, y que cuando se constituyeron los Estados
Generales eran masones 477 de los 578 representantes del pueblo, así
como 90 diputados del pueblo, la historiología moderna asegura que la
masonería no fue más que un vehículo de las ideas liberales que
promovieron la revolución. Y afirma también que los masones que
participaron en ella lo hicieron sin seguir plan alguno de sus logias.
Durante ésta, muchos masones influyentes -incluidos algunos
conspiradores- fueron encarcelados o ejecutados; la masonería, acusada
de abrigar a los contrarrevolucionarios y prohibida, como ocurrirá en
casi todos los regímenes totalitarios.
Tras su llegada al poder, Napoleón, admirador de los templarios y
presunto iniciado en varias órdenes secretas, convierte a numerosos
masones en sus principales colaboradores e impone como gran maestre a
su hermano. Las logias militares expanden por Europa los ideales
masónicos-republicanos, pero tendrán que batirse reiteradamente con
otros masones, corno lo fueron numerosos militares británicos y los
destacados uniformados hispanos de los años 30. No obstante, su
pretensión de instaurar un Imperio Universal provoca su caída, a la
que no son ajenas sociedades secretas como la del León, los
Filadelfos, los Hermanos Negros, laTugendbund y los Carbonarios,
quienes habían acogido a parte de la oposición masónica.
Estos últimos, por presunta influencia de los Iluminados, se
transforman en una organización de conspiradores políticos, que
promueven numerosas agitaciones en Francia y España. Preparan la
unificación de Italia, en la que jugarán un papel preponderante
masones como Ga-ribaldi, Cavoury Mazzini, fundador de la logia P-1 y
del movimiento Joven Italia. Curiosamente entre las doctrinas de éstos
y las de Mao Tsé-Tung, cuya revolución también se supone impulsada por
las sociedades secretas chinas, hay bastantes paralelismos. Uno de sus
dirigentes principales, el masón y profundo creyente religioso
Buonarotti -al que Bakunin llamará «el más grande conspirador del
siglo» y en quien los conspiranoides ven un iluminis-ta- fue el
animador de diversas sociedades secretas políticas. A través de ella
Buonarotti intentó llevar adelante la Conspiración de los Iguales, con
el propósito principal de lograr el igualitarismo social. El es quien
sugiere a Babeuf crear la filoco-munistaSoc/edadcte/Panfeóny organizar
un comité insurrector en la Francia de 1796, por lo que son detenidos
y condenados. Con la llegada de Napoleón al poder, la suerte de
Buonarotti mejora. Retoma contacto con diversas sociedades secretas y
podemos encontrar su influencia tras todas las conspiraciones de la
época. Crea la Sociedad de los Sublimes Maestros Perfectos como eje de
las mismas. Sus planes son descubiertos accidentalmente por la policía
austríaca, que propone a sus colegas de toda Europa formar un frente
común contra un presunto complot internacional que coordina los
movimientos revolucionarios de los diversos estados europeos. Cabe
preguntarse si Buonarotti no programó esta jugada con el propósito de
desviar la atención de las autoridades y asegurarse así la inmunidad
con respecto a sus verdaderos planes... Los acusadores recordarán que
masones fueron Proudhon, Blanc, Elie, Elisée, Reclus, Raspail, Blanqui
y Bakunin, famosos socialistas o anarquistas, así como numerosos
revolucionarios de 1849 y defensores de la Comuna. También que -amén
de la italiana- la revolución americana fue obra de masones, entre los
que se contaron en la práctica la totalidad de los grandes
libertadores de América Latina, como José de San Martín, Bolívar o
Sucre. Es más, aseguran que los Iluminados habrían sobrevivido en
Alemania bajo los nombres de Unión Germana, Liga de la Virtud (Tu-
gendbund) y de Liga de los Hombres Justos, variando su denominación
según los países.
Esta última cambia en 1848 su nombre por el de Liga Comunista, a la
que perteneció Marx. Para los conspiranoides, el Manifiesto Comunista
es una simple adaptación de los principios y proyectos trazados 70
años antes por Weishaupt. Y la Sociedad Universal de los Comunistas
Revolucionarios, compuesta exclusivamente por dirigentes de las
diversas sociedades revolucionarias de la época, constituye así un
«círculo interno» de la subversión según el modelo de los Iluminados.
Si bien es cierto que a mediados del siglo XIX el mito templario formó
parte del sueño socialista radical, a fines de ese siglo pasa a ocupar
un lugar político en la derecha, dando lugar a la Sinarquia, un
proyecto utópico de gobierno mundial teocrático dirigido por sabios e
ideado por el marqués Saint-Yves d'Alveydre. El marqués fue
considerado un mitómano, pero no hay que olvidar que hace ya cien años
previo que en el curso de nuestro siglo se produciría un despertar
inesperado de los pueblos colonizados de Asia, auxiliados por los
rusos. A su vez fue uno de los primeros ocultistas en hablar de la
existencia, en algún rincón asiático, de una autoridad espiritual a la
que están sometidos todos los poderes temporales de la Tierra: el Rey
del Mundo y sus mahatmas. La Sinarquia es una forma de gobierno en la
que las tres funciones esenciales de cualquier sociedad (justicia,
economía y enseñanza) estén representadas armoniosa-
mente a través de tres cámaras sociales, a las que corresponden tres
cuerpos políticos encargados de promulgar y aplicar las leyes
preparadas por aquéllas.
Esta idea inspiró el Movimiento Sinárquico del Imperio, conspiración
anticomunista de tecnócratas supuestamente gestada por la Orden
Martinista, de cuya existencia comenzó a hablarse durante el régimen
de Vichy. Luego se convertiría en la sospecha de un poder que subyace
tras los diversos cambios de gobierno, no tardando en sumarse -según
los conspiranoides-al vasto complot mundialista.
Al comienzo de la III República, aprovechando las mixtificaciones
antimasónicas de Leo Taxil y otros autores que llegaron a asegurar que
la Torre Eiffel era un monumento satánico levantado para desafiar al
Sagrado-Corazón parisino, clericales y defensores del orden moral
atacan ferozmente a los masones. Los acusan de los más terribles
crímenes, lo que provoca entre los racionalistas del Gran Oriente una
reacción de anticlericalismo y ateísmo militante. Durante la ocupación
nazi, al igual que al término de la Guerra Civil española y en la
Alemania del III Reich, los masones fueron perseguidos, deportados e
incluso ejecutados.
http://groups.google.com/group/secreto-masonico