Un prolijo deseo palpito en los latidos de su corazón; era la ardiente excitación del fragor de la batalla, que se manifestaba en aquellos dichosos momentos de eterna conflagración, enfrentando el cosmos de dos guerreros hoplitas que han nacido bajo la estrella gemela que refleja la injusticia y la virtud. Los luceros bermellón del galán infausto observaron a detalle el suntuoso movimiento de la campeona venusina; la soberbia marcialidad en el macabro contoneo de sus caderas, como presumiendo su esculpida belleza a los demonios bíblicos del Dios Tenebroso. Maravillado por tal arrogancia, el paladín blasfemo volvió a sonreír con aire complaciente de duque. –Así que te has percatado de la presencia de Dullahan.- Agregó, con una voz exquisita y sonora; cual timbre de ángel celestial.

Sin mucho alarme ante la creciente cascada de energía fluctuando alrededor de la damisela de hierro dorado, se mantuvo estoico, con un paso exquisito que se tomaba su tiempo en ascender a través de los peldaños marmoleados. Escudriño con una vehemente atención cada movimiento en su discrepante compañera, que encarnizada en el deseo de detener una fuerza imparable, se alzo hacia la noche plutoniana, atacando desde las alturas con un hermoso flujo dorado que iluminaron los orbes del príncipe dantesco. Pero antes de que aquella ráfaga de cosmos pudiera mancillar la perfecta elegancia de su figura, el santo caído eludió el impacto con un presto movimiento, echándose hacia su lado derecho con pasos tan rápidos que tintinearon rítmicos en el blanco adoquín. Y tal era la celeridad que conciben sus piernas, que al momento de desplazarse parecía dejar un espectro luminiscente de su propia figura, una vana ilusión proyectada por la estela de luz que se desprende de su aura resplandeciente.

Cube, sigue el camino por las doce casas, yo me encargo de esta amazona.- Rugió con una voz tan poderosa como el trueno, y sin detenerse en ningún momento, re direcciono la frenética carrera, para cerrar la distancia con la amazona en un abrir y cerrar de ojos, cargando frente a frente en la búsqueda del combate. Cuando la distancia reducida se lo permitió, sus puños se levantaron en guardia a son de la conflagración, lanzando enseguida un rapidísimo revés de mano izquierda hacia el rostro de la doncella, con la intención de hacerla retroceder si es que acaso su puño logra alcanzarla. La diestra por su parte se mantuvo arriba, muy ceñida en guardia a la cercanía de su rostro, preparándose para entrenar en defensa si su oponente logra un ingenioso contra ataque. Y al pasar de esos segundos, el vaho espíritu cósmico alrededor de su cuerpo se realzo como una llama viviente, creciendo gradualmente a través de las urdimbres automáticas en el cuerpo esbelto del ominoso caballero.