El Ciricote es un árbol originario del sur de México, de la península de Yucatán, que tiene varios usos. En la actualidad su madera se utiliza para fabricar muebles y para elaborar un remedio casero contra el resfrío, sus hojas sirven para limpiar, mientras que sus frutos son populares en la preparación de dulces.
Esta leyenda busca explicar la visión maya en donde todos los seres del universo están conectados y deben respetar la existencia del otro. Así, el campesino y el árbol demuestran que en la coexistencia pacífica radica la armonía de la vida.
Según la tradición maya, los árboles llegaron a su tierra con una misión susurrada por los dioses. Así, cada uno tenía un destino peculiar: proveer alimento, medicina y madera para la construcción.
Entre todos había uno que encerraba una enorme tristeza y, por ello, su follaje había decaído. Cuando llegó el día de la tala, aquellos que estaban destinados a ese propósito estaban emocionados, pero cuando un campesino se acercó al árbol melancólico, este exclamó:
- ¡No!, a mí no.
El hombre se sorprendió y buscó con la mirada de dónde provenía aquella voz. Al no observar a nadie, preguntó:
- ¿Quién ha dicho eso?
- Yo – contestó el árbol – mi nombre es Ciricote.
- ¿Un árbol que habla? Es algo que jamás había visto.
Ciricote le explicó que los árboles poseían muchas habilidades, pues eran la comunicación entre los tres niveles del cosmos. Así, el follaje los conecta al cielo, el tronco es su enlace con lo terrenal y las raíces les permiten acceder al mundo subterráneo.
- ¿Y por qué ninguno de los otros árboles dijo nada cuando los corté? No tengo malas intenciones, sólo busco sembrar la tierra – explicó el campesino.
- Porque su misión es entregar madera, mientras que la mía es otra y con el tiempo descubrirás los beneficios de tenerme aquí y cuidarme.
De este modo, el hombre decidió cuidarlo y Ciricote lo recompensó con un follaje frondoso que daba sombra, hojas que servían para limpiar, además de deliciosos frutos para alimentarlo a él y su familia.