**En el extremo norte del mundo se extiende una nueva amenaza, ante la ignorancia de Atenea protectora de la Tierra, los siete Dioses Guerreros de la leyenda de Asgard han sido despertados por la regente Hilda de Polaris reclamando el injusto destino que su pueblo ha vivido para ahora buscar salir de las frías tierras en el dominio que le debería corresponder a ella y no a Atenea.
Así es como los Dioses Guerreros quienes son los exponentes más fuertes de Asgard han renacido del mito, uno de ellos enviado al Santuario en Grecia en busca de la prueba defibitiva que pondrá a los hijos de Odín por sobre los afamados cabaleros dorados. Aquel guerrero se da a notar inmediatamente pisa las tierras sagradas, las campanas de alarma suenan por todos los rincones declarando al invador que no teme ser visto. A lo lejos se escuchan los gritos de los soldados caer, las puntas de sus lanzas romperse como si chocaran contra un muro de acero, las espdas quebrarse. El rumor se extiende rápido, el invasor es imparable, no le basta más que con caminar para sacar de su camino a todo el que se pone en frente, como una barredora avanza sin que persona o muro le detenga por un segundo. La vista de los 12 Templos está al frente, dónde los caballeros dorados protegen su ascenso.
-Son hormigas intentando detener el paso de una montaña, apartense y llamen a los caballeros de oro-. El enorme hombre se deja ver entre los ricos tan altos como él mismo siguiendo su andar hasta los pies de los Templos, un gigante descomunal ataviado por una ropaje oscuro de brillo muy frío como los hielos del norte, demarcado con escamas y un yelmo en forma de serpiente, su sombra solo deja ver su boca y naríz, dejando salir sus blancos cabellos por la espalda, su andar suena con el chasquido del metal rosando en sus muslos donde caen dos gigantescas hachas casi tan grandes como un hombre sostenidas en su cinturón donde un detalle mayor brilla bajo la tenue luz del alba, una joya celestina, un zafiro que resplandece como estrella.**