¿Y su alma? Sus parientes no le
entienden y se quedan perplejos ante El.
Los fariseos y sus enemigos pensaban
que un espíritu maligno obraba en Él.
Y es que la superioridad que se
manifiesta en Jesús no admite otra explicación, si no se está dispuesto a
aceptar quién es en
realidad.
Los evangelistas nos hablan con toda claridad. Les llamó la
atención en el modo de ser de Jesús la lucidez
extraordinaria de su juicio y la
inquebrantable firmeza de su voluntad.
Advierten un hombre de carácter,
apuntando inflexiblemente hacia su fin, para realizar la voluntad de su
Padre,
hasta el último extremo, hasta
derramar su sangre
Las repetidas expresiones "Yo he venido", "Yo no
he venido" traducen perfectamente ese sí y ese no, consciente
e inquebrantable. "Yo no he
venido a traer la paz, sino la guerra" (Mt).
"No he venido a llamar a los
justos, sino a los pecadores"(Mt).
"El Hijo del Hombre no ha venido
para ser servido, sino para servir y a dar su vida en rescate
de muchos" (Mt; Mc).
"No he venido a destruir la ley
ni los profetas, sino a completarlos" (Mt)
"Yo he venido a traer fuego a la
tierra. ¿y qué quiero sino que arda?" (Lc).
Sabe lo que quiere desde
el principio.
A los doce años dice a sus padres
que le encuentran en el Templo
"¿No sabíais que debe emplearme
en las cosas de mi Padre" (Lc)
Las tres tentaciones del desierto
son una victoria sobre la posibilidad egoísta de utilizar su poder
para la glorificación personal y no
cumplir la voluntad del Padre.
Sus mismos discípulos intentan
alejarle del cumplimiento de su misión.
Primero sus parientes, luego su
elegido, Pedro, que le ama, pero no le entiende; y después de la
multiplicación de los panes
"Muchos discípulos se separaron definitivamente de Él en esta
ocasión"
(Jn). No por ello dejó Jesús de
seguir su camino,
decidido a continuar su camino si
fuese necesario, solo. "¿Y vosotros, también queréis
iros?".
Jamás se le ve vacilar, ni en sus palabras, ni en su obrar.
Pide a sus discípulos una voluntad
firme de ese calibre: <
"Quien pone la mano en el arado y
mira atrás no sirve para el Reino de Dios" (Lc).
Está tan lejos de Él la precipitación
como la indecisión, las claudicaciones y las salidas de compromiso.
Todo su ser es un sí o no. Sólo Él
puede afirmar con toda verdad que "vuestra palabra sea sí, sí, no, no. Lo
demás es un mal" (Mt).
Todo su vida y su personalidad son unidad,
firmeza, luz y pura verdad. Producía tal impresión de sinceridad y
energía, que sus mismos enemigos no
podían sustraerse a ella "Maestro, sabemos que eres veraz y
no temes a nadie" (Mc).
Todo lo contrario a la hipocresía de
sepulcros blanqueados que Él denuncia a los fariseos.
Su muerte, de hecho, es consecuencia
de ese contraste entre su fidelidad al Padre y la doblez de sus enemigos.
Su carácter es la encarnación del heroísmo, por ello, el joven rico, que
guarda los mandamientos,
no puede, o no quiere, seguirle.
El verdadero discípulo debe odiar a
su padre madre, hermanos y aún a su propia vida si quiere seguirle,
y aunque odiar signifique poner en
segundo término, la expresión entraña mucha
exigencia.
Firmeza
Tiene la fuerza del líder y al
decir a Simón y Andrés que le sigan, dejan todas las cosas y a su padre,
con los jornaleros. Arroja a los
mercaderes del Templo sin que nadie pueda resistirle.
Sus mismos discípulos aún conviviendo
con Él y siendo llamados amigos tienen un respeto que marca
la distancia que los separa de Él,
le seguían con miedo y se espantaban (Mc).
No era uno de tantos, ni como los
dirigentes, doctores de la ley y fariseos o autoridades políticas.
Tenía consigo todo el poder y esta
impresión de superioridad, de omnipotencia, que dimana su
persona era tal, que para explicarla,
la multitud buscaba las comparaciones con el Bautista, Elías o Jeremías
o alguno de los profetas. Esto es
así aunque se manifestase de modo habitual, humilde y manso.
La oración
de Jesús se realiza muchas veces ante todo el mundo, o ante los suyos,
en voz alta, pero busca el silencio y
el recogimiento, cosa que en su vida pública sólo puede conseguir
durante la noche, mientras los demás
duermen.
Se puede decir que necesita la
oración más que nosotros, no porque le sea preciso pedir algo que no esté a su
alcance,
sino porque busca el trato íntimo y
sin distracciones con el Padre.
Su fuerza interior aparece, en ocasiones,
de una manera evidente con el ardor de una pasión santa;
así dice a Satanás en su tercera
tentación "¡retírate de mi vista, Satanás!" palabras similares a las
que dice a Pedro, que intenta
disuadirle de la Pasión (Mt).
Esta fuerza refulge y retumba en la
parábola de la cizaña.
“El Hijo del Hombre enviará a sus
ángeles, que reunirán a todos los malvados y seductores
del Reino y los echarán al horno
del fuego; allí será el llanto y el crujir de dientes” (Mt)
Análogamente en la parábola de la
red:
"los ángeles vendrán y separarán
a los malos de los buenos y los echarán al horno del fuego;
allí será el llanto y el crujir
de dientes" (Mt).
Asimismo, terminan airadamente las parábolas de
las diez vírgenes, de los talentos,
de las ovejas y de los cabritos (Mt).
En la parábola del siervo despiadado,
el Señor "lleno de cólera"
entrega a la justicia al siervo sin entrañas hasta que pague enteramente su
deuda,
igualmente en la parábola del
invitado no engalanado en el festín, ordena "atadlo de pies y manos, tomadle
y
echadle fuera. allí será el
llanto y el crujir de dientes" (Mt).
En la parábola de dos
administradores, llega inopinadamente el Señor y manda descuartizar al siervo
infiel
y darle el merecido de los traidores
(Lc).
En estas palabras hay una vida fuerte lejana a un cualquier
sentimentalismo blando.
Similares son las palabras dirigidas
a los fariseos
"¡Ay de vosotros, escribas y
fariseos hipócritas! porque exprimís las casas de las viudas y,
por pretexto, hacéis larga
oración; por eso llevaréis juicio más grave...
Guías ciegos que coláis el
mosquito y os tragáis el camello...
¡Ay de vosotros, escribas y
fariseos hipócritas, porque limpiáis lo que está fuera de la copa y del plato,
más interiormente estáis llenos
de robo y de inmundicia" (Mt).
No es posible figurarse a Jesús en
estas ocasiones más que con ojos llameantes y rostro encendido.
Igual que cuando arroja a los
mercaderes del Templo, o cuando maldice la higuera, símbolo del pueblo infiel a
las llamadas divinas. La fuerza y la
iras de Jesús contrastan más aún con la dulzura
habitual y manifiestan un amor a la
verdad y la justicia,
por encima de cualquier debilidad
humana.
Es la ira de Dios que se demuestra
tantas veces en el Antiguo Testamento; así igual que llamará a
los fariseos "raza de
víboras", a Herodes le llama "zorro".
Cuando se trata de
dar testimonio de la verdad, desconoce el miedo y la vacilación.
Un carácter luchador que, en medio de
la lucha, no pierde la serenidad.
Llama la atención su clarividencia
viril, su impresionante lealtad, su sinceridad austera y, en un palabra, el
carácter heroico de su personalidad.