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16 de octubre SAN GALO,* Abad
Por cuanto eres tibio, y ni frío ni caliente, estoy para vomitarte de mi boca. (Apocalipsis, 3, 16).
San Galo, discípulo de San Colombano, a quien acompañó de Irlanda a Francia, habiéndose retirado a una gruta, encontró en ella a un oso al cual ordenó le trajese leña y que se fuese después: el animal obedeció. Libró a la hija del duque Gunzo de un demonio que la atormentaba. Este duque le ofreció un obispado que el santo rehusó. Aceptó sin embargo otros presentes y los distribuyó entre los pobres. Fundó el célebre monasterio de San Galo, en Suiza, y murió en el año 641 ó 645.
MEDITACIÓN SOBRE LA TIBIEZA ESPIRITUAL
I. Llámase tibio a quien sirve a Dios con negligencia; no comete pecado mortal porque teme el infierno, pero no se esfuerza por evitar los pecados veniales. El alma tibia cumple su deber con negligencia, va repitiendo que se contenta con el último lugar del Paraíso; en una palabra, hace solamente aquello que no puede omitir sin pecar gravemente. ¿No es, acaso, el estado en que tú te encuentras? ¿Qué cuidado pones en ejecutar todas tus acciones para agradar a Dios? ¿Por ventura evitas hasta las faltas más pequeñas?
II. Dios amenaza al tibio con vomitarlo de su boca. Las ofensas que recibe de los malos le son menos sensibles que las que recibe de un hombre que hace profesión de ser su amigo y su hijo. Este hombre puede hacer el bien y no lo hace. Escucha lo que dice San Ambrosio: Más le valiera al alma tibia no haber recibido la fe que des cuidarla.
III. Tú, que estás en este estado, fuiste fervoroso o siempre permaneciste en esta funesta tibieza. Si has sido fervoroso, confesarás que es más agradable darse generosamente a Dios, que querer dividir el corazón entre Dios y el mundo. En efecto, en este estado de tibieza, no recibirás ningún consuelo del cielo, y el temor al infierno te impide gozar de los placeres de la tierra. Si siempre has sido tibio, ¡ah, por caridad! gusta el placer que se halla dándose por entero a Dios. El que te ha redimido todo entero exige que te des a Él por entero. (San Agustín).
El fervor Orad por el aumento de la devoción.
ORACIÓN
Haced, os lo suplicamos, Señor, que la intercesión del santo abad Galo nos haga agradables a vuestra Majestad, a fin de que obtengamos, por sus ruegos, las gracias que no podemos esperar de nuestros méritos. Por J. C. N. S. Amén.
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16 de octubre SAN GERARDO MAYELA, Confesor
San Gerardo Mayela es uno de los más extraordinarios taumaturgos del siglo XVIII. Nació el 6 de abril de 1726 en la pequeña ciudad de Muro Lucano, provincia de Potenza, en el reino de Nápoles. Su vida fue muy breve: vivió exactamente veintinueve años, seis meses y siete días, según su primer biógrafo, el padre Tannoia, que descontaría los días incompletos del nacimiento y de la muerte. Pero en tan poco tiempo este buen obrero de Dios levantó un grandioso edificio de santidad.
Su padre, Domingo Mayela, tenía una humilde sastrería de barrio que sacaba la casa adelante; la madre, Benita Galella, ayudaba trabajando en el campo las horas que le dejaban libre las faenas domésticas.
Gerardo fue a la escuela desde los siete años hasta los doce; por su aplicación y buen ejemplo era el preferido del maestro: la doctrina cristiana se la sabía perfectamente, casi antes de comenzar a ir a la escuela.
Cuando tenía doce años perdió a su padre; Benita se quedaba viuda con Gerardo y tres hijas. Había que trabajar para ayudar a la madre; por eso le sacó ésta de la escuela y le puso de aprendiz de sastre con el maestro Martín Pannuto, con vistas a que pudiera establecerse por sí mismo en la que fue sastrería de su padre.
Pannuto era bueno, pero tenía un oficial que era una cosa mala; mal encarado, brutote y de mala entraña. En cuanto se percató que el chiquillo era bueno, manso y que olía a beato se le revolvió la bilis: con cualquier motivo le injuriaba, le abofeteaba y hasta le golpeaba con la vara de medir. Con razón se lee en una lápida de mármol puesta encima de lo que fue sastrería de Pannuto: "Aquí estuvo el taller de Pannuto, del cual hizo Gerardo escuela de virtudes".
Debió de estar hasta los quince años de aprendiz de Pannuto. A esa edad los milagros y las virtudes habían dado al muchacho fama de algo extraordinario: unos decían que era un santo; otros que era un loco. Como en tiempo de Cristo y... como siempre.
El primer milagro conocido es el que tuvo lugar varias veces en la pequeña iglesia de Capodigiano, dedicada a la Virgen de las Gracias.
No tendría Gerardo más de seis años: iba solito a rezar en aquélla iglesita de las afueras; el Niño Jesús se bajaba de los brazos de su Madre y jugaba al escondite con el hijo de Benita: ¡cosas de niños! Luego, al despedirse, le daba un pan blanquísimo que puso en la pista a la madre y las hermanas para comprobar el hecho. Ahora la iglesia de Capodigiano es parroquia; la Virgen no es artística, pero tiene una gracia campesina propia del ambiente rural en que vive...
La afición de Gerardo a la oración, al ayuno, a la soledad y a los dolores de la pasión despertaron en él desde niño y cada día iban en aumento. La madre se desesperaba al ver que casi no comía y lo poco que tomaba lo mezclaba con hierbas amargas.
A los siete años, sin encomendarse a nadie más que a su amor a Jesús Sacramentado, se acercó a comulgar, pero el cura le puso mala cara y pasó de largo. Gerardo se quejó a Jesús y por la noche le dio la primera comunión nada menos que el arcángel San Miguel. La primera comunión oficial no la pudo hacer hasta los doce años, según costumbre de la época.
Cuando estuvo de aprendiz con Pannuto, el tiempo que no podía dar a la oración por el día lo daba por la noche. Era tío suyo el llavero de la catedral y se lo ganó para que le dejara las llaves, y se pasaba las noches enteras algunas veces. Allá oraba, se disciplinaba, cantaba y dormía; y hasta luchaba con los demonios que le querían asustar. Desde el sagrario le dijo Jesús: ¡Loquillo, loquillo!" Gerardo le respondió: ' Más loco eres Tú, que estás ahí encerrado por mi amor'.
Tuvo la santa obsesión de reproducir en su cuerpo los tormentos de la pasión: tomaba disciplinas de sangre, hacía que otros le azotaran y que le arrastraran los mozalbetes por las calles empedradas de Muro. Lo más difícil era que le crucificaran: pero también lo logró con motivo de representarse en la catedral el Viernes Santo cuadros vivos de la Pasión: a los verdugos les rogó que le ataran fuerte para que resultara más al natural.
Su ilusión era hacerse religioso; pero le rechazaban por su aspecto enfermizo, hasta los capuchinos, donde tenía cierta esperanza por ser provincial un hermano de su madre, fray Buenaventura de Muro.
A falta de convento aprovechó la oportunidad para ponerse a servir al obispo de Lacedonia, monseñor Albini, que era muy bueno, pero tenía un genio que no había quien resistiera en palacio más de dos meses. Gerardo, encantado, con tal de huir del mundo y tener una capilla con su Amigo encarcelado, como llamaba a Jesús Sacramentado. Y estuvo unos tres años, hasta la muerte de su señor. Fue célebre el milagro que hizo cuando, al ir a sacar agua del pozo público, se le cayó la llave de palacio dentro del pozo. Para que no se enfadara monseñor descolgó a un Niño Jesús con la cuerda del pozo y el Niño le hizo limpio el mandado, subiendo del pozo con la llave en la mano: todavía se llama aquel pozo el Pozo de Gerardito.
Se puso otra vez a trabajar en varias partes y por fin pudo abrir la sastrería; pero los impuestos se la echaron abajo cuando la Real Cámara, con nuestro Carlos III, impuso un régimen implacable de tributación.
El año 1749 se le presentó ocasión de forcejear de nuevo por entrar en un convento: fue la misión de Muro predicada por 15 misioneros de los recientemente fundados por San Alfonso María de Ligorio, dirigidos por el venerable padre Cafaro. Gerardo se pegó a los misioneros con idea de ganárselos para que le admitieran; el padre Cafaro, austero y de voluntad férrea, le dió una rociada de negativas tajante. Avisada por él la madre encerró a Gerardo el día de la marcha de los misioneros para que no se fuera con ellos; pero saltó por la ventana y los alcazó y logró su intento. Para quitárselo de encima lo mandó al convento de Deliceto el padre Cafaro, convencido de que no duraría una semana.
Pero se engañó. Creían que, como estaba siempre en oración o en éxtasis, no valdría para trabajar; pero trabajaba por cuatro. Lo cual no le impedía escalar las alturas de la contemplación y de todas las experiencias místicas.
Su obsesión de copiar la pasión de Cristo se hizo más impresionante: eran espantosas las disciplinas de sangre y la crucifixión, ayudado por los criados del convento, a los que convencía para que hicieran de verdugos diciéndoles que no le dolía, sino que sentía mucho gusto.
El teatro de estas escenas solía ser una gruta, o mejor una chabola, que todavía se conserva, aunque casi inaccesible, razón por la cual no puedo describirla en el interior, y que ya en el siglo xv sirvió para los mismos menesteres al Beato Félix Corsano.
A pesar de su altísima oración desempeñaba a la perfección todos los oficios, aunque la sastrería fue siempre su oficina propia. Sobre todo fue el recadista ideal que recorrió los pueblos sembrándolos de milagros, de ejemplos de santidad y de celo de apóstol.
Por amor a la obediencia adivinaba las órdenes o los deseos de sus superiores; la llevaba tan a la letra que había que andar con cuidado; un día en que un superior le dijo la expresión: "Ande y métase en un horno", se metió en el horno del pan y se hubiera achicharrado allí si no le levantan la obediencia.
Simple lego como era se lo disputaban los párrocos, los conventos y los obispos para que fuera a arreglarles los asuntos de las almas. A veces iba con los misioneros ligorianos y confesaban éstos que hacía él con sus oraciones y con sus palabras y sus virtudes a veces con sus milagros más que todos los misioneros juntos. En los ejercicios que se predicaban en las residencias, Gerardo era un elemento decisivo; descubría con frecuencia las conciencias y no había pecador que se le resistiera. Fue una especialidad suya el enfervorizar los conventos de monjas, a veces bastante relajados, y ganar a muchas doncellas para esposas del Señor. Hay quien ha llamado a esta actividad de su celo su segunda vocación. En una ocasión llevó él mismo de una vez siete doncellas al convento. Con ocasión de sus salidas, para recados, para la postulación o para las misiones, a todas las jóvenes que podía las encaminaba a los conventos como medio para llevarlas a la perfección.
En mayo de 1754 fue víctima de una calumnia por parte de una joven; San Alfonso le llamó y, pareciéndole que la acusación presentaba indicios de verdadera, le impuso severos castigos; el más doloroso, privarle de la comunión. Hasta entonces había estado en residencia en Deliceto; con este vendaval de la calumnia fue de casa en casa sometido a encierro y vigilancia. Cuando, al mes y medio aproximadamente, apareció la verdad por retractación de los autores de la calumnia, le volvió a llamar San Alfonso y le preguntó con emoción: "¿Pero por qué no defendió su inocencia?" Gerardo replicó con dulzura: "Es que la regla prohíbe excusarse cuando reprende el superior". Aquélla respuesta conmovió al santo fundador hasta las lágrimas y, entonces, más que por la fama de los milagros, comprendió que tenía un hermanito entre los suyos que era un santo de cuerpo entero.
Del paso por las casas en esta época dejó recuerdo indeleble por sus virtudes y por sus continuos éxtasis y milagros; fue célebre el que hizo en Nápoles metiéndose en el mar con capotto y todo, para traer hasta el puerto una barca de la mano, como a una criatura, cuando ya la daban por perdida en un galernazo imponente.
Su última residencia fue Materdómini, levantada en un alto sobre el pueblo de Caposele. Inmortalizó la portería con su caridad, que le valió el título de padre de los pobres, que le daban en toda la comarca. Entraba a saco por la despensa, la panadería y la cocina del convento; y cuando los encargados se iban a quejar al superior se encontraban con que había más abundancia que antes. Parecía que jugaba con Dios y su providencia a los milagros; así que el superior, padre Caione, le dejó seguir los vuelos de su caridad. Delante de los pobres se extasió mientras un ciego tocaba la flauta y cantaba una letrilla piadosa. Todavía hoy se conmemora el milagro en la comida a los pobres en Materdómini, servida con frecuencia por algún prelado.
Murió víctima de la obediencia, saliendo a la postulación en pleno verano y con fiebre hética. Tuvo en un pueblo una hemoptisis y volvió a Materdómini deshecho; para morir. Esto era en la segunda mitad de agosto de 1755: el 16 de octubre entregó su alma a Dios. Su enfermedad fue una serie de prodigios; dieron entonces su más vivo resplandor sus grandes amores: la Pasión, la Eucaristía, la Santísima Virgen.
Después de su muerte siguió prodigando los milagros. Su sepulcro es un imán de peregrinaciones. La del año 1955, segundo centenario de su muerte, doy fe de que fue... una locura. Aun cuando la abundancia de milagros hacía esperar su pronta canonización, por circunstancias adversas no llegó hasta el año 1904.
Aunque sin tener una aprobación oficial, se le llama patrono de las madres; ya las primeras imágenes, luego de morir, llevaban la inscripción: Insignis parturientium protector (Insigne protector en el trance de la maternidad).
Para terminar debo declarar que esta semblanza de San Gerardo está sacada de mi Vida de San Gerardo Mayela, documentada y crítica, publicada con motivo de los jubileos gerardinos de 1954 y 1955. Allí puede ver el lector la abundante bibliografía y los archivos consultados en Roma y Nápoles. Por no pasar los límites de esta semblanza, no traslado la nota bibliográfica y el detalle de los archivos consultados, además del abundante de su canonización, archivado en el Archivo de la Postulación de la Congregacion del Santísimo Redentor, en la Casa Generalicia de Roma. Pero por ahí puede deducir el lector que todo está basado en documentación auténtica y abundante, y que esta semblanza no es una Florecilla franciscana, aunque la figura del Santo es una tentación para pergeñarla.
Pero ya sabemos que los tiempos hipercriticos en que vivimos no están para ninguna clase de florecillas ni franciscanas ni ligorianas...
DIONISIO DE FELIPE, C. SS. R.
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16 de octubre SAN GERARDO MAYELA, Confesor
San Gerardo Mayela es uno de los más extraordinarios taumaturgos del siglo XVIII. Nació el 6 de abril de 1726 en la pequeña ciudad de Muro Lucano, provincia de Potenza, en el reino de Nápoles. Su vida fue muy breve: vivió exactamente veintinueve años, seis meses y siete días, según su primer biógrafo, el padre Tannoia, que descontaría los días incompletos del nacimiento y de la muerte. Pero en tan poco tiempo este buen obrero de Dios levantó un grandioso edificio de santidad.
Su padre, Domingo Mayela, tenía una humilde sastrería de barrio que sacaba la casa adelante; la madre, Benita Galella, ayudaba trabajando en el campo las horas que le dejaban libre las faenas domésticas.
Gerardo fue a la escuela desde los siete años hasta los doce; por su aplicación y buen ejemplo era el preferido del maestro: la doctrina cristiana se la sabía perfectamente, casi antes de comenzar a ir a la escuela.
Cuando tenía doce años perdió a su padre; Benita se quedaba viuda con Gerardo y tres hijas. Había que trabajar para ayudar a la madre; por eso le sacó ésta de la escuela y le puso de aprendiz de sastre con el maestro Martín Pannuto, con vistas a que pudiera establecerse por sí mismo en la que fue sastrería de su padre.
Pannuto era bueno, pero tenía un oficial que era una cosa mala; mal encarado, brutote y de mala entraña. En cuanto se percató que el chiquillo era bueno, manso y que olía a beato se le revolvió la bilis: con cualquier motivo le injuriaba, le abofeteaba y hasta le golpeaba con la vara de medir. Con razón se lee en una lápida de mármol puesta encima de lo que fue sastrería de Pannuto: "Aquí estuvo el taller de Pannuto, del cual hizo Gerardo escuela de virtudes".
Debió de estar hasta los quince años de aprendiz de Pannuto. A esa edad los milagros y las virtudes habían dado al muchacho fama de algo extraordinario: unos decían que era un santo; otros que era un loco. Como en tiempo de Cristo y... como siempre.
El primer milagro conocido es el que tuvo lugar varias veces en la pequeña iglesia de Capodigiano, dedicada a la Virgen de las Gracias.
No tendría Gerardo más de seis años: iba solito a rezar en aquélla iglesita de las afueras; el Niño Jesús se bajaba de los brazos de su Madre y jugaba al escondite con el hijo de Benita: ¡cosas de niños! Luego, al despedirse, le daba un pan blanquísimo que puso en la pista a la madre y las hermanas para comprobar el hecho. Ahora la iglesia de Capodigiano es parroquia; la Virgen no es artística, pero tiene una gracia campesina propia del ambiente rural en que vive...
La afición de Gerardo a la oración, al ayuno, a la soledad y a los dolores de la pasión despertaron en él desde niño y cada día iban en aumento. La madre se desesperaba al ver que casi no comía y lo poco que tomaba lo mezclaba con hierbas amargas.
A los siete años, sin encomendarse a nadie más que a su amor a Jesús Sacramentado, se acercó a comulgar, pero el cura le puso mala cara y pasó de largo. Gerardo se quejó a Jesús y por la noche le dio la primera comunión nada menos que el arcángel San Miguel. La primera comunión oficial no la pudo hacer hasta los doce años, según costumbre de la época.
Cuando estuvo de aprendiz con Pannuto, el tiempo que no podía dar a la oración por el día lo daba por la noche. Era tío suyo el llavero de la catedral y se lo ganó para que le dejara las llaves, y se pasaba las noches enteras algunas veces. Allá oraba, se disciplinaba, cantaba y dormía; y hasta luchaba con los demonios que le querían asustar. Desde el sagrario le dijo Jesús: ¡Loquillo, loquillo!" Gerardo le respondió: ' Más loco eres Tú, que estás ahí encerrado por mi amor'.
Tuvo la santa obsesión de reproducir en su cuerpo los tormentos de la pasión: tomaba disciplinas de sangre, hacía que otros le azotaran y que le arrastraran los mozalbetes por las calles empedradas de Muro. Lo más difícil era que le crucificaran: pero también lo logró con motivo de representarse en la catedral el Viernes Santo cuadros vivos de la Pasión: a los verdugos les rogó que le ataran fuerte para que resultara más al natural.
Su ilusión era hacerse religioso; pero le rechazaban por su aspecto enfermizo, hasta los capuchinos, donde tenía cierta esperanza por ser provincial un hermano de su madre, fray Buenaventura de Muro.
A falta de convento aprovechó la oportunidad para ponerse a servir al obispo de Lacedonia, monseñor Albini, que era muy bueno, pero tenía un genio que no había quien resistiera en palacio más de dos meses. Gerardo, encantado, con tal de huir del mundo y tener una capilla con su Amigo encarcelado, como llamaba a Jesús Sacramentado. Y estuvo unos tres años, hasta la muerte de su señor. Fue célebre el milagro que hizo cuando, al ir a sacar agua del pozo público, se le cayó la llave de palacio dentro del pozo. Para que no se enfadara monseñor descolgó a un Niño Jesús con la cuerda del pozo y el Niño le hizo limpio el mandado, subiendo del pozo con la llave en la mano: todavía se llama aquel pozo el Pozo de Gerardito.
Se puso otra vez a trabajar en varias partes y por fin pudo abrir la sastrería; pero los impuestos se la echaron abajo cuando la Real Cámara, con nuestro Carlos III, impuso un régimen implacable de tributación.
El año 1749 se le presentó ocasión de forcejear de nuevo por entrar en un convento: fue la misión de Muro predicada por 15 misioneros de los recientemente fundados por San Alfonso María de Ligorio, dirigidos por el venerable padre Cafaro. Gerardo se pegó a los misioneros con idea de ganárselos para que le admitieran; el padre Cafaro, austero y de voluntad férrea, le dió una rociada de negativas tajante. Avisada por él la madre encerró a Gerardo el día de la marcha de los misioneros para que no se fuera con ellos; pero saltó por la ventana y los alcazó y logró su intento. Para quitárselo de encima lo mandó al convento de Deliceto el padre Cafaro, convencido de que no duraría una semana.
Pero se engañó. Creían que, como estaba siempre en oración o en éxtasis, no valdría para trabajar; pero trabajaba por cuatro. Lo cual no le impedía escalar las alturas de la contemplación y de todas las experiencias místicas.
Su obsesión de copiar la pasión de Cristo se hizo más impresionante: eran espantosas las disciplinas de sangre y la crucifixión, ayudado por los criados del convento, a los que convencía para que hicieran de verdugos diciéndoles que no le dolía, sino que sentía mucho gusto.
El teatro de estas escenas solía ser una gruta, o mejor una chabola, que todavía se conserva, aunque casi inaccesible, razón por la cual no puedo describirla en el interior, y que ya en el siglo xv sirvió para los mismos menesteres al Beato Félix Corsano.
A pesar de su altísima oración desempeñaba a la perfección todos los oficios, aunque la sastrería fue siempre su oficina propia. Sobre todo fue el recadista ideal que recorrió los pueblos sembrándolos de milagros, de ejemplos de santidad y de celo de apóstol.
Por amor a la obediencia adivinaba las órdenes o los deseos de sus superiores; la llevaba tan a la letra que había que andar con cuidado; un día en que un superior le dijo la expresión: "Ande y métase en un horno", se metió en el horno del pan y se hubiera achicharrado allí si no le levantan la obediencia.
Simple lego como era se lo disputaban los párrocos, los conventos y los obispos para que fuera a arreglarles los asuntos de las almas. A veces iba con los misioneros ligorianos y confesaban éstos que hacía él con sus oraciones y con sus palabras y sus virtudes a veces con sus milagros más que todos los misioneros juntos. En los ejercicios que se predicaban en las residencias, Gerardo era un elemento decisivo; descubría con frecuencia las conciencias y no había pecador que se le resistiera. Fue una especialidad suya el enfervorizar los conventos de monjas, a veces bastante relajados, y ganar a muchas doncellas para esposas del Señor. Hay quien ha llamado a esta actividad de su celo su segunda vocación. En una ocasión llevó él mismo de una vez siete doncellas al convento. Con ocasión de sus salidas, para recados, para la postulación o para las misiones, a todas las jóvenes que podía las encaminaba a los conventos como medio para llevarlas a la perfección.
En mayo de 1754 fue víctima de una calumnia por parte de una joven; San Alfonso le llamó y, pareciéndole que la acusación presentaba indicios de verdadera, le impuso severos castigos; el más doloroso, privarle de la comunión. Hasta entonces había estado en residencia en Deliceto; con este vendaval de la calumnia fue de casa en casa sometido a encierro y vigilancia. Cuando, al mes y medio aproximadamente, apareció la verdad por retractación de los autores de la calumnia, le volvió a llamar San Alfonso y le preguntó con emoción: "¿Pero por qué no defendió su inocencia?" Gerardo replicó con dulzura: "Es que la regla prohíbe excusarse cuando reprende el superior". Aquélla respuesta conmovió al santo fundador hasta las lágrimas y, entonces, más que por la fama de los milagros, comprendió que tenía un hermanito entre los suyos que era un santo de cuerpo entero.
Del paso por las casas en esta época dejó recuerdo indeleble por sus virtudes y por sus continuos éxtasis y milagros; fue célebre el que hizo en Nápoles metiéndose en el mar con capotto y todo, para traer hasta el puerto una barca de la mano, como a una criatura, cuando ya la daban por perdida en un galernazo imponente.
Su última residencia fue Materdómini, levantada en un alto sobre el pueblo de Caposele. Inmortalizó la portería con su caridad, que le valió el título de padre de los pobres, que le daban en toda la comarca. Entraba a saco por la despensa, la panadería y la cocina del convento; y cuando los encargados se iban a quejar al superior se encontraban con que había más abundancia que antes. Parecía que jugaba con Dios y su providencia a los milagros; así que el superior, padre Caione, le dejó seguir los vuelos de su caridad. Delante de los pobres se extasió mientras un ciego tocaba la flauta y cantaba una letrilla piadosa. Todavía hoy se conmemora el milagro en la comida a los pobres en Materdómini, servida con frecuencia por algún prelado.
Murió víctima de la obediencia, saliendo a la postulación en pleno verano y con fiebre hética. Tuvo en un pueblo una hemoptisis y volvió a Materdómini deshecho; para morir. Esto era en la segunda mitad de agosto de 1755: el 16 de octubre entregó su alma a Dios. Su enfermedad fue una serie de prodigios; dieron entonces su más vivo resplandor sus grandes amores: la Pasión, la Eucaristía, la Santísima Virgen.
Después de su muerte siguió prodigando los milagros. Su sepulcro es un imán de peregrinaciones. La del año 1955, segundo centenario de su muerte, doy fe de que fue... una locura. Aun cuando la abundancia de milagros hacía esperar su pronta canonización, por circunstancias adversas no llegó hasta el año 1904.
Aunque sin tener una aprobación oficial, se le llama patrono de las madres; ya las primeras imágenes, luego de morir, llevaban la inscripción: Insignis parturientium protector (Insigne protector en el trance de la maternidad).
Para terminar debo declarar que esta semblanza de San Gerardo está sacada de mi Vida de San Gerardo Mayela, documentada y crítica, publicada con motivo de los jubileos gerardinos de 1954 y 1955. Allí puede ver el lector la abundante bibliografía y los archivos consultados en Roma y Nápoles. Por no pasar los límites de esta semblanza, no traslado la nota bibliográfica y el detalle de los archivos consultados, además del abundante de su canonización, archivado en el Archivo de la Postulación de la Congregacion del Santísimo Redentor, en la Casa Generalicia de Roma. Pero por ahí puede deducir el lector que todo está basado en documentación auténtica y abundante, y que esta semblanza no es una Florecilla franciscana, aunque la figura del Santo es una tentación para pergeñarla.
Pero ya sabemos que los tiempos hipercriticos en que vivimos no están para ninguna clase de florecillas ni franciscanas ni ligorianas...
DIONISIO DE FELIPE, C. SS. R.
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16 de octubre
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SAN BERCARIO,(*) Abad
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A mediados del siglo VII, San Nivardo, obispo de Reims, emprendió un viaje por Aquitania, donde conoció a los padres de Bercario y, viendo las grandes cualidades de éste, les rogó que le diesen una buena educación a fin de prepararle para el sacerdocio. Así lo hicieron y, con el tiempo, Bercario recibió la ordenación sacerdotal e ingresó en la abadía de Luxeuil. Al fundar la abadía de Hautvilliers, San Nivardo nombró a San Bercario primer abad. En el ejercicio de ese cargo, San Bercario fundó en el bosque de Der otro monasterio, llmado Montier-en-Der y el convento de Puellemontier; según se dice, las primeras seis religiosas de ese convento eran unas esclavas que el santo había rescatado.
En la abadía de San Bercario había un monje joven llamado Daguino, cuya conducta era poco satisfactoria. En cierta ocasión, San Bercario le impuso una grave penitencia. Entonces Daguíno, furioso al ver que su abad le reprendía constantemente, penetró en la celda de San Bercario por la noche y le apuñaló. En cuanto cometió el crimen, el miedo y los remordimientos le hicieron precipitarse a tocar a rebato la campana de la iglesia, por lo que todos los monjes acudieron inmediatamente a la celda del abad y le encontraron agonizante. El culpable confesó su crimen y fue conducido ante San Bercario, quien le perdonó inmediatamrnte. El santo sobrevivió dos días y falleció el 26 de marzo del año 685 o 696, el día de Pascua. Algunas veces se le representa junto a un barril de vino, con lo que se alude a la siguiente leyenda: cuando Bercario era monje a Luxeuil, su abad le mandó llamar en el momento en que transvasaba el vino acudió inmediatamente, sin preocuparse siquiera por tapar el tonel. Cuando volvió a la bodega, se encontró con que se había obrado el milagro de que el vino, en vez de seguir fluyendo, se había detenido en el aire como si el chorro estuviese congelado.
El abad Adso escribió una biografía latina de este "mártir" un siglo después de su muerte dicha biografía puede verse en Mabillon y en Acta Sanctorum, oct., vol. VII, pte. 2.
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16 de octubre SAN LULO,(*) Obispo de Mainz
San Lulo era originario del reino de los sajones del oeste de Inglaterra. Se educó en el monasterio de Malmesbury, donde recibió el diaconado. Hacia los veinte años, sintiéndose llamado a las misiones extranjeras, pasó a Alemania. San Bonifacio, quien, según se dice, era pariente suyo, le acogió con gran gozo. Desde entonces, San Lulo compartió con San Bonifacio los trabajos del apostolado y los sufrimientos de las persecuciones. San Bonifacio le ordenó sacerdote. El año 751, le envió a Roma a consultar al Papa San Zacarías acerca de ciertos asuntos a los que no quería referirse por carta. A su regreso, San Bonifacio le eligió por sucesor suyo y le hizo su coadjutor. Cuando San Bonifacio partió a Frisia en su última misión, San Lulo tomó a su cargo la sede de Mainz.
Los historiadores suponen generalmente que la misión de San Lulo ante la Santa Sede tenía por objeto obtener la exención de la jurisdicción epjscopal para la abadía de Fulda, fundada por San Bonifacio. Siguiendo las instrucciones de su maestro, San Lulo le sepultó ahí, cosa que molestó mucho a los habitantes de Mainz y de Utrecht. San Lulo, en calidad de obispo de Mainz, se negó a admitir la exención del monasterio de Fulda, depuso al abad San Esturmio y le sustituyó por un partidario suyo. Pero el rey Pepino intervino y reconoció la independencia de Fulda; San Esturmio recuperó su cargo de abad y San Lulo fundó entonces el monasterio de Herzfeld. En los treinta años que duró su gobierno de la diócesis, San Lulo dio muestras de ser un pastor enérgico y asistió a varios concilios en Francia y otros países.
Según lo prueban las cartas que recibía de Roma, Francia e Inglaterra, el santo tenía fama de ser muy sabio. Desgraciadamente no se conservan respuestas; sólo nos quedan nueve cartas suyas, publicadas junto con las de Bonifacio. El contenido es muy interesante. En la cuarta carta se advierte la afición de San Lulo por adquirir libros extranjeros; otras cartas prueban su fidelidad a sus amigos, su celo pastoral y el empeño que tenía en que se observasen los cánones. En una de las cartas ordena que se celebren misas, oraciones y ayunos "prescritos contra las tempestades" para que haga cesar las lluvias que dañan la cosecha. En la misma carta anuncia la muerte del Papa y manda que se dígan las oraciones acostumbradas. En carta a San Lulo, Cutberto, abad de Wearmouth, refiere que ha mandado celebrar noventa misas por sus hermanos difuntos en Alemania. En aquella época existía la costumbre de comunicar a las diversas iglesias los nombres de los difuntos, como lo demuestran varias cartas de San Bonífacío a sus hermanos de Inglaterra y una al abad de Monte Cassino. Hacia el fin de su vida, Lulo se retiró a la abadía de Herzfeld, donde murió.
La principal fuente sobre la vida de San Lulo es la biografía de Lamberto de Herzfeld, por más que no sea muy fidedigna, ya que fue escrita dos siglos después de la muerte del santo. Puede verse en Acta Sanctorum, oct., vol. VII, pte. 2; pero el mejor es el de la edición de las obras de Lamberto hecha por Holder-Egger (1894), pp. Las cartas de San Lulo se encuentran en la edición de M. Tangl, Bonifatiu.sbriefe ( Véase también H. Hahn, Bonifaz und Lul (1883); Hauck, Kirchengeschichte Deutschlands, vols. I y II; y M. Stimming, Mainzer Urkundenbuch (1923), vol. l.
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16 de octubre
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SAN BELTRÁN,(*) Obispo de Comminges
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La Diócesis de Comminges fue independiente durante casi mil años, antes de fundirse con la de Toulouse. Varios de los obispos que la gobernaron han pasado la historia, pero ninguno es tan famoso como San Beltrán, cuyo episcopado duró cincuenta años, entre los siglos XI y XII. En su juventud, Beltrán no pensaba más que en llegar a ser un señor feudal que infundiese tanto respeto como su padre. Pero después abrazó la carrera eclesiástica, recibió una canonjía en Toulouse y llegó a ser archidiácono de la diócesis. Los cronistas, observan que el santo no solicitó esas dignidades, ni mucho menos las compró. Hacia 1075, fue elegido obispo de Comminges. Una vez que reconstruyó las fortalezas espirituales y materiales de su ciudad episcopal, se dedicó a reformar toda su diócesis. Vivía con sus canónigos bajo la regla de San Agustín y era un verdadero modelo para su clero, aunque su celo le llevaba a ciertas exageraciones. En cierta ocasión, cuando fue a predicar en Val d' Azun, el pueblo le acogió muy mal y tuvo que emplear todo su tacto para calmar a los habítantes. Más tarde, el pueblo se arrepintió de haber tratado mal a su obispo y prometió regalar cada año a la sede de Comminges toda la mantequilla que se fabricase en Val d' Azun durante la semana anterior a Pentecostés. El pueblo cumplió su promesa, aunque no siempre de buena gana, hasta que estalló la revolución Francesa. San Beltrán tuvo que hacer frente, más de una vez a la violencia, aun fuera de su propio territorio. El año de 1100, cuando el santo se hallaba en el sínodo de Poitiers, los padres conciliares excomulgaron al rey Felipe I y fueron apedreados por la chusma. Cuando San Beltrán consagró el cementerio de Santa María de Auch, los monjes de Saint-Orens trataron de incendiar la iglesia.
Se cuentan muchos milagros obrados por el santo. Uno de ellos dio origen al "Gran Perdón" de la catedral de Comminges. En el curso de un pleito entre los condes de Comminges y de Bigorre, las tropas de Sans Parra de Oltia saquearon la diócesis de San Beltrán y se llevaron todo el ganado que pudieron. Para salvar a su pueblo de la ruina, San Beltrán imploró a Sans Parra que devolviese el botín, pero éste sólo aceptó venderlo. "Perfectamente -dijo San Beltrán-, devolved el botín y yo os pagaré antes de vuestra muerte." Poco después murió San Beltrán, y Sans Parra fue capturado por los moros en España. Una noche, mientras se hallaba en el calabozo, soñó que San Beltrán le decía que venía a cumplir su promesa y que le conducía a un sitio próximo a su casa.Al despertar se halló efectivamente en ese lugar. En Comminges se celebra este milagro el 2 de mayo de cada año. El Papa Clemente V, quien había sido Obispo de Comminges, concedió indulgencia plenaria a quienes visitasen la catedral de San Beltrán los años en que la fiesta de la Invención de la Santa Cruz cae en viernes. San Beltrán fue canonizado poco antes de 1300, probablemente por el Papa Honorio III.
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16 de octubre
SANTOS MARTINIANO, SATURIANO, MÁXIMA Y OTROS,(*) Mártires
Después de mencionar a los 270 mártires que sufrieron juntos en África, el Martirologio Romano habla del martirio de los santos Martiniano y Saturiano y sus dos hermanos.. Todos los cuales, en la persecución del rey arriano Genserico el Vándalo, fueron convertidos a la fe por la virgen Máxima, su compañera de esclavitud. A causa de su constancia en la fe, fueron flagelados por su amo, que era jereje, hasta que sus huesos quedaron al descubierto. Como cada día amaneciesen ilesos, después de haber sufrido numerosos tormentos, fueron desterrados. En el exilio convirtieron a muchos bárbaros a la fe de Cristo y lograron que el Pontífice de Roma les enviara a un sacerdote y otros ministros para bautizar a los conversos. Finalmente se los ató por los pies a un carro y fueron arrastrados por los caminos fragosos. Pero Máxima, que salió con vida de todas las pruebas, fue libertada por el poder de Dios y "murió apaciblemente en un monasterio, en el que fue madre de muchas vírgenes".
Víctor de Vita, en su historia de las persecuciones de los vándalos, habla de estos confesores. Según él, Martiniano era un fabricante de armaduras y su amo decidió casarle con Máxima.Aunque ésta había hecho voto de virginidad, no se atrevió a rehusar, peroMartiniano la respetó y huyó con ella a un monasterio. Su amo los sacó de él y los golpeó brutalmente porque se negaban a recibir el bautismo arriano. Después de la muerte de su amo, la esposa de éste los vendió a otro vándalo, quien devolvió la libertad a Máxima y envió a Martiniano y a dos de sus compañeros a un jefe berberisco. Los tres convirtieron allí a numerosas personas y pidieron al Papa que enviase un sacerdote. Para castigar su atrevimiento, Genserico ordenó que fuesen arrastrados hasta que muriesen.
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