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¿Cómo hacerlo?. ¿Cómo puedo ser
aunque no
sea más que un poco parecido a Ella? . Parece tan difícil, tan
inalcanzable, tanta distancia hay entre la Pureza infinita de la
Madre
de Dios y nuestras debilidades cotidianas.
Y sin embargo, se
puede. Y justamente ese “se puede” esconde una parte enorme del
misterio de la reconciliació n de Dios con el hombre. María
pudo, y tuvo un
origen humano como todos nosotros, más allá de que Dios puso en Su
Predilecta un origen Inmaculado que la elevó sobre el resto de la
Creación. Pero Ella sigue siendo en su origen tan humana como
tú, como
yo. María es la felicidad de Dios encarnada, ya que más allá de
todos
los fracasos que hemos tenido los hombres a lo largo de los siglos
en
darle felicidad al Creador, Ella es el Santuario que recuerda a todo
el
Cielo que merecemos la Misericordia de Dios, porque si Ella pudo,
otros
podremos también.
María fue el Arca de la Nueva Alianza, porque
tuvo al Espíritu Santo en Ella desde siempre, y luego acogió al
Verbo
Encarnado, al que le dio vida como Hombre. María fue la Casa de
Dios, el
Hogar Perfecto para el mismo Divino Niño. Y así nosotros también
tenemos que ser la Casa de Dios: nuestro corazón debe ser el hogar
del Espíritu Santo, refugio de Dios, como lo fue María en su tiempo
en la
tierra.
Y la Virgen también fue y es verdadera Corredentora, porque
entregó todo al Padre, entregó a su Hijo Amado, y vivió
místicamente lo que Jesús sufrió frente a sus propios ojos. Ninguna
Criatura llevó jamás una Cruz más pesada que la de la Crucifixión de
su
Hijo. Sólo la Cruz de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre
supera, y por mucha distancia, el sufrimiento de la Virgen. Y así
tenemos que ser nosotros también corredentores, siguiendo el camino que
María nos muestra. Tomar nuestra pequeña o gran cruz y seguirla,
porque
Ella nos lleva a Su Hijo, que nos espera, sabiendo que estamos en
las
mejores manos.
María es la omnipotencia suplicante, es la oración
hecha persona. Ella siempre oró a Dios, con sus pensamientos, sus
sentimientos y sus actos. Todo en María fue un canto al Creador. Y
ahora
más que nunca, en un mundo que parece no darse cuenta del peligro
que
lo acecha, Ella se nos presenta en muchos lugares para pedirnos
oración:
“oren hijitos míos, oren por los pecadores”. ¿Cuántas veces
escuchamos
este pedido?. Seamos como Ella una potencia suplicante, una oración
cotidiana, un canto con el corazón abierto e inflamado de amor por
Cristo, nuestro amado Jesús.
María al pié de la Cruz, junto al
Redentor. Y donde está el Cuerpo del Hijo, está la Madre. Ella nos
lleva
a la Eucaristía, al Milagro más admirado por los ángeles. ¿Y
nosotros
no nos damos cuenta de la majestuosidad del Dios de los hombres
hecho
Pan y Vino entre nosotros?. María nos lleva al Cuerpo y Sangre de
Jesús,
para que lleguemos como Ella al pie de la Cruz, cada día, en todos los
Tabernáculos de la tierra.
María, Reina de la Creación, lleva
bajo Tu Manto a todos tus pequeños niños, para que sepamos imitarte como
el verdadero modelo que Dios nos legó. Seamos como vos nos querés
moldear, seamos dóciles y humildes alumnos de tu maternal escuela.
Madre, deja que seamos a vos lo que Dios quiso que sea la naturaleza
humana de Jesús: tu fiel reflejo.
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