(Cuento muy humano y de la vida real) Vivian en el corral de la casona, debajo de la losa que una vez tapaba el pozo de aprovisionamiento. Tenían en su ciudad subterránea... bueno, toda la organización que Uds. conocen en la sociedad de ortópteros. Ismeldita tenía ya la edad apropiada para casarse las cucarachas. Había conocido días atrás un joven y bello cucaracho de larguísimas antenas y lustrosos élitros que casi la hizo derretir en cuanto lo vió. Se llamaba Quique y se hicieron novios casi de inmediato. Él la halagaba constantemente, trayéndole en sus correrías nocturnas cuanto fino manjar encontraba. Deliciosas sobras rancias que los animales del corral dejaban escurrir por debajo del piso de concreto, pedacitos podridos de cereal, granos fermentados y cuanto condumio mohoso rechazaban (qué tontas) las criaturas diurnas. ¿Que si paseaban? Claro que sí, pero sólo a altas horas de la noche. Los padres de Ismeldita eran muy estrictos y jamás le permitían salir de dia, con los peligros que acechaban a una cucarachita decente. Pero la envidia, ¡ay, la envidia! De ella no se salvan ni los literatos. No, señor. ¿No ven Uds. a los multimillonarios? Envidian a sus colegas, incluso menos ricos. Los elefantes se pelean por una vieja elefanta con catorce hijos. Los escarabajos peloteros no toleran encontrar a un congénere con otra bola de estiércol, -aunque fuese más pequeña-, abandonan la propia y ¡a pelearse por la otra! El caso fué que también vivía en la ciudad una coqueta y egoísta cucarachita llamada Salomé. Esta envidiaba la felicidad de Ismelda y Quique. Como era de esperar, planeó impedir a toda costa la boda de sus jóvenes vecinos. La maldad que Uds. conocen entre la gente, a veces también se produce entre los bichos y Salomé era mala de verdad. Así como nosotros nos trasnochamos de vez en cuando, ella se "trasdiaba" frecuentemente. Se escurría hasta el filtro de la casa a tomar agua pura, cosa que, como sabemos, no es nada recomendable para las cucarachas y de vez en cuando se drogaba con píldoras de vitaminas que roía en el botiquín de los humanos. Las leyes cucarachiles prohibían el asesinato. De no ser así, se hubiesen extinguido junto con los dinosaurios. Pero no, progresaron hasta nuestros días y, según dicen los sabios, seguirán progresando después de que la raza humana nos hayamos autodestruído. Sin embargo, Salomé planeó la muerte de Ismelda. Como atisbaba por una rendija la televisión de los amos, se convenció de que el crímen era normal. (Viva la libertad de información). Salomé sabía dónde se encontraba un estante del corral donde se guardaba el glutamato monosódico. Este producto realza el sabor de las comidas, pero es tan dañino a la salud, que en los Estados Unidos (país que lo produce por mega-toneladas) está prohibido desde mediados del siglo pasado. Sin embargo los norteamericanos venden su enorme producción al resto del mundo. (Viva la libertad de comercio). El glutamato elimina a una cucaracha en cuestión de minutos, ¡y es tan sabroso!. Salomé esperaría la noche de la boda y al amanecer, cuando abrieran el estante estaría al acecho. En un tris correría al envase, robaría una pizca, suficiente para matar diez cucarachas y cuidando de no llenarse las manos (perdón, las patas), regresaría en otros tres segundos y sigilosamente lo vaciaría en la bebida de Ismelda. (El crímen perfecto, pues). Llegó la gran noche y mientras arriba los animales del corral dormían, debajo, el gran salón cucarachil hervía de invitados. Los rincones de la caverna rebosaban de queso agusanado y sobras de comida para puercos, un delicioso aroma de pan corrompido llenaba la estancia. En fin, gran profusión de todos esos manjares que aguan la boca (de ellos). En la madrugada aún bailaban al son de... la cucaracha... la cucaracha... ya no puede caminar. Hecha un mar de nervios Salomé se deslizó hasta la salida de la cueva. Vigiló hasta que vió al patrón abrir el estante y dejarlo abierto. Con el corazón palpitante de emoción y miedo se preparó para emprender la carrera hacia el glutamato; con la velocidad del rayo dió una... dos... tres zancadas y... ¡ZAS!... una gallina se la comió
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