¿Y QUÉ ES AMAR AL PRÓJIMO SEGÚN LA PERSPECTIVA DE JESÚS?
La respuesta de Jesús al fariseo nos ayuda a aclarar qué conlleva amar a Dios, una actitud que no puede entenderse como el mero sentimiento con el que una persona ama a otra para hacerle el bien. En el Antiguo Testamento, “amar a Dios” es escucharlo, es confiar en su palabra prometedora, es condicionar la vida a la Palabra. Amar a Dios equivale a decidirse por Dios con la totalidad del ser, sin reservas. La actualidad de la respuesta de Jesús a la cuestión propuesta por el escriba sobre el precepto más importante de la Ley ilustra aspectos de hoy día. Por ejemplo, numerosos bautizados vacilan y se preguntan qué hacer en situaciones particulares, y todo porque no han decidido en realidad qué es lo más urgente o conveniente en la vida. Sólo Dios es la causa por la cual vale la pena invertir todos los recursos vitales, la única en la que tiene sentido gastar la existencia.
La verdad del primer mandamiento depende de cómo se viva el segundo, el amor al prójimo. ¿Y qué es amar al prójimo según la perspectiva de Jesús? Jesús introduce una novedad en el concepto del prójimo que supera toda barrera: no es sólo el amigo o el consanguíneo, sino también el extraño o extranjero, e incluso el enemigo (cf Mt 5,43-48). El prójimo no viene determinado ni definido por un listado de principios generales, sino por el amor concreto que descubre al otro y lo que puede hacer por él. Jesús nos enseña la realización perfecta de este amor concreto con su profunda compasión por cualquier persona necesitada, sana o enferma. En Jesús descubrimos el modelo supremo para hacernos próximos, el ejemplo donde inspirarnos en las situaciones de “proximidad”. Podemos enumerarlas bajo una triple tipología: el amor al prójimo como atención solícita ante las necesidades del otro, como perdón y reconciliación con el enemigo, y como servicio al amigo o al hermano