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Cuenta tu dones. Y la segunda ley se parece a la primera. Ten conciencia de tu individualidad. Te has condenado a una fosa común, y ahí permaneces, incapaz de perdonar tu propio error, destruyéndote con odio hacia tu ser, autoincriminación, repulsión hacia los crímenes que has cometido contra ti y contra otros. ¿No estás perplejo? ¿No te preguntas por qué soy capaz de perdonar tus faltas, tus transgresiones, tu vergonzoso comportamiento... aun cuando tú no puedes perdonarte? Ahora me dirijo a ti por tres razones. Me necesitas. No eres una horda de destrucción dentro de una masa gris de mediocridad. Y... eres una gran rareza. Analiza una pintura de Rembrandt, o un bronce de Degas o un violín Stradivarius o una obra de Shakespeare. Son de mucho valor por dos razones: sus creadores eran maestros y son pocos en cantidad. Sin embargo, existe más de uno en cada especialidad. Siguiendo este razonamiento, eres el tesoro más valioso en la superficie de la tierra, pues sabes quién te creó y no hay nadie como tú. Nunca ha habido entre los setenta mil millones de seres que han caminado sobre el planeta desde que éste fue creado, un ser que haya sido exactamente igual a ti. Nunca, hasta el fin del mundo, habrá otro igual a ti. No has mostrado conciencia o aprecio de tu individualidad. Más, eres una creación única en el mundo. De tu padre emanaron en su momento de amor supremo, un sinnúmero de semillas de amor, más de cuatrocientos millones. Todas ellas, mientras nadaban dentro de tu madre, entregaron el alma a Dios y murieron. ¡Todas, excepto una! Tú. Sólo tú preservaste dentro del amoroso calor del cuerpo de tu madre, buscando tu otra mitad, una sola célula de tu madre, tan pequeña que se necesitarían más de dos millones de estas para llenar una bellota. Sin embargo, a pesar de las imposibilidades, y el vasto océano de oscuridad y desastre, perseveraste, encontraste la célula infinitesimal, te uniste a ella y empezó una nueva vida. Tu vida. Llegaste, trayendo contigo, como lo hacen todos los niños, el mensaje que dice que no me he desilusionado del hombre. Dos células, ahora unidas en un milagro. Dos células, cada una con veintitrés cromosomas y en cada cromosoma cientos de genes que regirán cada característica tuya, desde el color de tus ojos hasta el encanto de tus modales y el tamaño de tu cerebro. Con todas las combinaciones bajo mi gobierno, empezando por ese espermatozoide solitario de entre cuatrocientos millones, de tu padre, hasta los cientos de genes en cada uno de los cromosomas de tus padres podría haber creado trescientos billones de seres, siendo cada uno diferente. ¿Pero a quién creé? A ti. Único en su clase. Único entre los únicos. Un premio sin precio, poseedor de cualidades en mente, habla, movimiento, apariencia y acciones que nunca tuvo otro ser que haya vivido, viva o viviere. ¿Por qué te has valorado en centavos cuando tu valor es comparable a la riqueza de un rey?
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