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Cristo, el Hijo unigénito y el primogénito escuchelo aquí
Estos dos títulos honoríficos de nuestro Salvador corresponden a su divinidad y a su humanidad.
Cristo es el Hijo eterno de Dios. Es igualmente eterno como lo es Dios Padre y Dios Espíritu Santo. A propósito de la eterna deidad, el nombre de “Hijo” nunca significa una dependencia temporal ni corresponde a una posición, sino que señala una íntima relación de afecto siendo uno el Padre y el Hijo. Como él es el único que conocía al Padre desde la eternidad, como Hijo de Dios y como eterno Hijo del Padre, él es el unigénito, el único de su condición.
Pero como ser humano, nacido de mujer, no dejó de ser el Hijo de Dios. El ángel Gabriel dijo a María, cuando ella le preguntó cómo podía ser madre si no tenía marido: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35).
El que en la tierra nació, murió, resucitó y fue glorificado como Hijo, es el primogénito, es decir, el que en todo tiene la preeminencia.
Cuando conocemos el carácter único y sublime del Hijo de Dios, somos conscientes de la poderosa grandeza de la gracia y del amor de aquél de quien el apóstol Pablo dice: “el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). Es de desear que podamos afirmar lo mismo.
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