Con estilo sin igual surge el extremo derecho, mata el balón con el pecho y hace un pase magistral. Se acerca al área rival derrochando jiribilla que a los contrarios humilla; pero el central no se asusta, y sin pensarlo le incrusta los tacos en la rodilla.
El árbitro se concreta a señalar la infracción. (Si fue negra la intención, amarilla es la tarjeta.) Y claro que nadie objeta, ya que es cosa comprobada que si el árbitro se enfada, la consecuencia es funesta: para el pobre que protesta la tarjeta es colorada.
Pero falta lo mejor: el agreste comentario de un estólido gregario que se llama locutor. Porque el ínclito señor aprueba la felonía diciendo, sin ironía, que es bendita la patada que impidió fuera violada la virginal portería.
Lo cual, en lenguaje llano, sin eufemismos al dorso, sólo es patente de corso que le otorgan al villano. Y aunque parezca inhumano, esto lo dice tal cual, con aires de sinodal, el cronista de futbol: que para evitar un gol se vale ser animal.1
«Reconocido en todo el mundo de habla hispana como actor, guionista, comediante y creador de personajes inolvidables, Roberto Gómez Bolaños ha escrito teatro, televisión, cine... y también poemas —explica la contratapa de la obra poética titulada ... y también poemas del escritor mexicano conocido como Chespirito—. Con este libro, el autor descubre otra de sus facetas y nos ofrece poesía.... Escribe “a la antigua”, en versos con rima, ritmo y métrica, con profundo respeto al quehacer poético, y en formas que se consideran clásicas.»2 De ahí que al anterior poema, al que le puso por título sencillamente «Fútbol», Gómez Bolaños lo haya compuesto en forma de décima.
Pero hay que reconocer que, más alla de su calidad literaria, el poema tiene méritos en su contenido filosófico, ya que nos lleva a una reflexión bien merecida en torno al fútbol, que es el deporte considerado como el favorito del mundo. Lamentablemente hay cronistas, locutores y comentaristas del fútbol que, como señala Gómez Bolaños, son partidarios de tal o cual equipo al extremo de aprobar ante su público un acto de agresión en el campo de juego que se consideraría una ofensa reprobable en cualquier otro terreno.
Menos mal que Dios, a veces en calidad de Árbitro, otras veces en calidad de comentarista de nuestras acciones en el campo de juego de la vida, no emplea esa misma táctica. Por el contrario, Él nos trata con equidad, imparcialidad y justicia, porque es ecuánime, imparcial y justo por naturaleza. De modo que podemos acudir a Él, confiados en que siempre hará justicia en nuestro caso, y despreocuparnos de todo... a menos que seamos nosotros mismos los agresores del contrario...
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