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La Biblia da el testimonio de hombres y mujeres que humildemente pusieron su confianza en Jesús. Reconocieron en Él al Hijo de Dios y luego desearon seguirle con todo el corazón.
Al ver a Jesús, Juan el Bautista exclamó: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. El siguiente día, dos discípulos fueron llevados a hallar a Aquel a quien Juan volvió a designar como el “Cordero de Dios”. Cuando ellos le preguntaron dónde moraba, Jesús respondió: “Venid y ved” (Juan 1:29, 36-49).
Felipe, uno de los discípulos de Jesús, encontró a Natanael, un israelita piadoso, y le explicó que había encontrado al Mesías. Pero como Natanael no le quería creer, Felipe le dijo: “Ven y ve”. Llevado a la presencia de Jesús, Natanael se inclinó y declaró: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios” (Juan 1:46-49).
Una mujer de Sicar que fue a sacar agua del pozo también encontró a Jesús. Confundida por la luz divina, dijo a los habitantes de la ciudad: “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?” (Juan 4:29).
Quizás, incluso al sentir que las profundas necesidades de nuestro ser no son satisfechas, ¿vacilamos todavía en volvernos hacia Aquel a quien hasta ahora hemos rehusado reconocer como Dios? Entonces dejemos de resistir y consideremos por nosotros mismos en la Escritura las cosas que nuestra limitada razón humana se ha negado a creer.
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