En 1999, durante la guerra en Kosovo (ex Yugoslavia), una aldea fue atacada por un grupo armado. Los habitantes trataron de huir hasta el bosque cercano con sus tractores. Los agresores los alcanzaron, los hicieron prisioneros y ordenaron quemar los tractores. Pronto un humo negro subió hacia el cielo. Los aldeanos fueron colocados en fila para luego ser fusilados.

       Entonces se produjo lo inesperado: repentinamente el viento cambió y empujó el espeso humo hacia los hombres armados. Enceguecidos, tosiendo y disparando en todos los sentidos, no pudieron impedir que un centenar de prisioneros se dispersaran en el bosque. Más tarde, al recordar esos momentos de terror, varios de ellos comprendieron que sólo podían atribuir a Dios el milagro de esa liberación.

       Efectivamente, a través de las Escrituras Dios revela que fue Él quien hizo pasar “un viento sobre la tierra” (Génesis 8:1) y cambió el viento del este en “viento occidental” (Éxodo 10:13, 19). Los discípulos se extrañaban de que “aun los vientos y el mar” obedeciesen al Señor Jesús (Mateo 8:27). De una manera milagrosa estos aldeanos escaparon a la muerte. Fue como si se hubiesen beneficiado de una prórroga. Quizá también nos haya ocurrido algo semejante. ¡No permanezcamos indiferentes ante el llamado de Dios!