Y un día sin más te levantas de la cama y sientes que ya no es lo mismo. El roce de tus pies sobre el cálido suelo ya no es igual. Ya no pisas sobre delicados colchones que parecían algodones, el camino es pedregoso y escarpado. Sigues hacia delante ignorando los desvíos que una vez te distrajeron y te detuvieron. Demasiado tarde para pararte, la tempestad es acuciante y la ventisca enturbia tus sentidos. Hace parecer que el norte es sur, y el este es oeste; la veleta de tu mente empieza a girar sobre si misma indicándote direcciones precipitadas y decorados inciertos. Pero más adelante, cuando todo destino parecía inicio y todo inicio parecía final, se escudriña una palpitación, un pequeño atisbo de intuición que te guía y te convence que después de todo, tu pie, desnudo y tímido sobre el frío suelo no es tan incómodo y confuso, porque tus pisadas al andar sobre el camino dejan entrever el eco de tu ruidoso mundo.