Ha vuelto a desaparecer el misterioso acordeonista que se apostaba en la pared del supermercado, interpretando su retahíla de melodías de los más antagónicos estilos y orígenes, a cambio de unos céntimos que solo unos pocos receptivos e incondicionales de la música, echaban en su cajita de cartón, sin apenas mirarle a los ojos.
El intérprete de tez morena y mirada triste, agradecía con una leve sonrisilla el gesto de alguna azarosa anciana que cargaba a duras penas con su carrito de la compra y dirigía su mano trémula hacia el receptáculo del exiguo tesoro, ocultando con sus dedos la calderilla, en un vano intento de disimular la pobre cuantía de su dádiva. Es igual, él, sin mediar palabra, le haría una leve reverencia y la agasajaría con una nueva melodía española del tipo "Que viva España" o "Los pajaritos" y seguiría, agradecido, con sus ojos el renqueante caminar de la dadivosa viejecilla enlutada.
¿Dónde estará el menesteroso de atuendo deportivo de bazar oriental, que accionaba el teclado con soltura, mientras acompañaba su modesta y mal aprendida pieza musical con un acompasado y grácil meneo de cabeza?
Tal vez no vuelva a escuchar ese tango gardeliano "Por una cabeza" con el que un día me obsequió incrédulo, ante el hecho de que yo conociera su existencia. Desde entonces, él no me ha olvidado; en cuanto advierte mi presencia a lo lejos, suena para mí la hermosa melodía rioplatense que un día sonorizó la extraordinaria e inmortal película de Spielberg, "La lista de Schindler".
¿Qué habrá sido del bohemio venido del Este, que tras uno de sus mutis, apareció acompañado de un saxofonista soprano al que, ante mi súbita presencia, alertó con el codo, dando paso a un inmerecido homenaje hacia mi persona, por el módico precio de veinte céntimos?
Echo de menos la atmósfera parisina que generaba el taciturno búlgaro con los arpegios de su acordeón; ahora "Bésame mucho", más tarde "Si yo fuera rico" y luego, otra vez "Por una cabeza" si es que yo pasaba por allí. Así hasta hacer recuento de los dos o tres euros recabados durante una alegre y calurosa mañana de verano, bañada de melancólica nostalgia por su lejano arrabal cíngaro que un día abandonó con la esperanza de volver siendo "el tuerto en el país de los ciegos".
El intérprete de tez morena y mirada triste, agradecía con una leve sonrisilla el gesto de alguna azarosa anciana que cargaba a duras penas con su carrito de la compra y dirigía su mano trémula hacia el receptáculo del exiguo tesoro, ocultando con sus dedos la calderilla, en un vano intento de disimular la pobre cuantía de su dádiva. Es igual, él, sin mediar palabra, le haría una leve reverencia y la agasajaría con una nueva melodía española del tipo "Que viva España" o "Los pajaritos" y seguiría, agradecido, con sus ojos el renqueante caminar de la dadivosa viejecilla enlutada.
¿Dónde estará el menesteroso de atuendo deportivo de bazar oriental, que accionaba el teclado con soltura, mientras acompañaba su modesta y mal aprendida pieza musical con un acompasado y grácil meneo de cabeza?
Tal vez no vuelva a escuchar ese tango gardeliano "Por una cabeza" con el que un día me obsequió incrédulo, ante el hecho de que yo conociera su existencia. Desde entonces, él no me ha olvidado; en cuanto advierte mi presencia a lo lejos, suena para mí la hermosa melodía rioplatense que un día sonorizó la extraordinaria e inmortal película de Spielberg, "La lista de Schindler".
¿Qué habrá sido del bohemio venido del Este, que tras uno de sus mutis, apareció acompañado de un saxofonista soprano al que, ante mi súbita presencia, alertó con el codo, dando paso a un inmerecido homenaje hacia mi persona, por el módico precio de veinte céntimos?
Echo de menos la atmósfera parisina que generaba el taciturno búlgaro con los arpegios de su acordeón; ahora "Bésame mucho", más tarde "Si yo fuera rico" y luego, otra vez "Por una cabeza" si es que yo pasaba por allí. Así hasta hacer recuento de los dos o tres euros recabados durante una alegre y calurosa mañana de verano, bañada de melancólica nostalgia por su lejano arrabal cíngaro que un día abandonó con la esperanza de volver siendo "el tuerto en el país de los ciegos".