Siquiera nos despedimos…
quizás pensando que el adiós no era real,
que era solo un paréntesis,
una pausa caprichosa del destino
antes de volvernos a encontrar.
Quizás tú creíste
que con el tiempo, yo te olvidaría.
Y quizás yo pensé
que con el tiempo, tú volverías.
Pero el amor, mi vida,
no entiende de cálculos ni estrategias frías,
solo sabe quedarse…
aunque el cuerpo se aleje y el alma se esconda en la rutina.
No lo dije, no lo grité,
pero tampoco lo negué:
te seguí amando en cada sombra,
en cada amanecer sin tus manos,
en cada canción que aún sabe a ti.
Lo que no sabía entonces,
cuando fingí que estaba bien,
es que este corazón —terco, fiel, rebelde—
no soltó tus pasos, ni tus besos, ni tu piel.
Y aquí estoy,
esperando sin esperar,
soñándote sin planearlo,
respirándote en secreto,
como si fueras parte del aire, del agua,
como si no hubieras dejado de estar.
A veces imagino que cruzas esa puerta
sin explicación, sin miedo, sin orgullo,
que me miras como antes… o mejor aún:
como ahora, sabiendo todo lo que dolió tu ausencia.
Y entonces, sin decir palabra,
nos abrazamos tan fuerte
que se rompen todos los inviernos,
y el silencio se vuelve canción.
Siquiera nos despedimos, amor…
y quizás fue mejor así,
porque si nos hubiéramos dicho adiós
de verdad, ¿cómo podría aún esperar por ti?