A una joven madre le entregaron para cuidado una bebé
que a sus escasos tres meses de edad estaba muy grave
de salud y a punto de morir. Desde su nacimiento
había estado descuidada y desnutrida.
En pocas semanas su mejoría se hizo muy notoria, pues
fue cuidada con amor, ternura y dedicación.
Al cabo de un tiempo más la niña recuperó totalmente la salud,
se convirtió en una estrella más de la constelación de
estrellas de aquél humilde hogar que la acogió.
Aprendieron a verla como la hermanita más pequeña,
la nena por fin conocía el amor de madre, y la madre de todos
esos niños muy pronto se dio cuenta que no podía separar
a la niña “de su familia” la única familia que conocía.
La pobre mujer angustiada de que la verdadera madre quisiera
quitarle a la niña, no lo pensó mucho y luego de los
trámites legales la adoptó como propia.
Este es el caso de una niña que fue acogida en una
familia que siempre la amó y la protegió.
Hoy por hoy aquella niña enferma y a punto de morir es una
mujer profesional, felizmente casada y madre amorosa,
le da gracias a Dios por haberle dado la vida, una
“madre amorosa” y una familia que ahora es suya.
Incontables son los casos de parejas que se casan con
la idea de formar una familia, pero ¿Qué pasa cuando la
naturaleza les niega el privilegio de tener sus propios hijos?
Optan por la adopción y cumplen así su anhelo de ser padres.
Los hijos adoptados, son niños que gozan del amor y la
protección de padres que no les dieron la vida, pero si
dedican su vida a amarlos, y se dedican a cuidarlos
como si éstos fueron el más preciado de todos los
tesoros del mundo. Sin preocuparles en absoluto el
momento en que tendrán que hablarles
sobre su verdadero origen.
Y tú amiga lectora, ¿estarías preparada como para hacerte
cargo de un hijo que no nació de tu vientre, y educarlo
como propio, junto a tus hijos propios?
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