Mi soledad Mi soledad se te cruzó en la calle; caminabas deprisa…, no la viste. Rozó tu pelo con su mansedumbre de ala de cisne, como el beso de un niño, suave pétalo apenas perceptible. Te llevaste la mano a la cabeza, como si las primeras hojas grises del otoño mecieran en el aire los sueños de su origen. No era nada, pensaste, tal vez la brisa apenas perceptible. Y seguiste a tu paso, ágil, resuelta, libre.
Mi soledad se entrelazó a tus piernas, grilletes delicados, invisibles. Diste un leve traspiés, como si hubieras tropezado en un ángel sin perfiles. Miraste al suelo, y lo explicaste al punto por la aspereza de los adoquines.
Mi soledad se adelantó a tu curso, se dio la vuelta y te esperó a pie firme, mirándote a los ojos, mas te infiltraste en su incorpórea efigie pasándola de largo, y cada vez mi soledad más triste.
Mi soledad, al fin desalentada, se negó a más intentos. Eran grises las luces de la tarde, apagando sus almas los jardines. Sentada al pie del roble, te siguió con la vista. Llegó al límite de sus intentos, y arrojó la toalla. Nostálgicos violines que nadie oía rasgueaba su alma. Se acercaba la noche, arcana esfinge. Los Angeles, 11 de febrero de 2010
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