Me levanté pronto esta mañana, lo primero un café caliente y mirar por el gran ventanal del salón ¿o no se dice ventanal cuando son puertas? No voy a decir puertanal, que suena feo y además creo que esa palabra no está inventada todavía.
Bueno pues así, cuando tenía la mirada perdida entre los tonos grises del cielo y esa variedad de verdes del campo y de ese pequeño cerro, mis pensamientos se fueron distrayendo entre nostalgias, sueños, y otras cosas que por el momento voy a silenciar.
Mis ojos se fueron a aquellos tiempos de niñez, de risas. No sé por qué vino a mi memoria nuestras cenas famosas y digo famosas, no por el postín, sino por la sonrisa y ternura que pueden provocar...
Recuerdo que hablando con mis compañeras del colegio y entre recreos decían... anoche cené pescado, ¡qué asco! cada día mi madre nos pone algo nuevo, mis labios no se movían apenas pero por dentro mi corazón explotaba de risas... ¡Cada día algo nuevo para cenar!¡Ah! Y otra decía... pues a mí me preguntan cada día que quiero cenar y yo elijo, entonces le hice a mi alma un guiño... ¡Igual qué a mí!. A mi cada noche me preguntan entre una gran variedad ¿qué quieres cenar? Bueno... vale... me he pasado... me preguntaban
¿Quieres revuelto, tortilla, pasados por agua o duros? Y a veces era... ¿revuelto o tortilla? Lo de fritos casi nunca nos decían... que tiene tela hacer veintitantos huevos fritos...Y yo... elegía, cada noche una sorpresa... hoy me apetece... revuelto, una gran variedad de huevos y de risas.
Lo de la merienda es otra historia porque como en el colegio la variedad era tan extensa que no cabía más... pan y chocolate y chocolate y pan y no era precisamente Nestlé, que no, que no, era uno que parecía que mordías la misma tierra y en la tableta ponía Ca Ca así separado, para evitar comparaciones... digo yo que sería...
Pero las grandes meriendas de sábados y domingos, eso sí, todo un lujo, colacao y pan con mantequilla, ¿dónde el colesterol? Me parece que cuando éramos niños no se había inventado todavía... entre huevos y mantequilla... todos sanos, ¡Sí! Sanos... más o menos.
Y... estos niños de ahora..., que dice el niño.. Hoy quiero huevo frito y su mamá... no hijo que hace quince días te hice una tortilla, pero que no pasa nada le diría yo, que he cenado tantos huevos como para poner una granja y aquí estamos todos, que no pasa nada, insisto. ¿Y qué tanto huevo? ¿Y qué tanta mantequilla?, bueno, vale, de acuerdo... era tulipán.. ¿Y qué? Si en esos huevos, tulipán y colacao iba todo el cariño del mundo... mundial. Resulta que lo que antes era bueno ahora es malo y al revés también pasa... en fin, que a mí me da igual... me sabían tan bien.
Dinerito no nos ha sobrado, pero cariño, ternura y risas a montones, ¿por qué? Porque desde que abríamos los ojos al nacer ya alguien nos decía al oído... prepárate aquí toca repartir ¿Ah? ¡Qué somos catorce en esta Gran Familia! Podría imaginar y escribir un libro, creo que no le titularía... La Gran Familia, sino... “Doce niños y dos Corazones Enormes”, porque digo yo... ¿es más fácil dar cariño a dos que a doce? Pues me parece que es igual, porque yo lo he sentido... y hay tantas anécdotas que ni Almodóvar ni Disney podrían igualar... y mucho menos imaginar.
Recuerdo que cuando venía José Arturo... “nuestro general” solito se hacía la cena y mirábamos... también cenaba huevos pero luego se hacía un tomate en rodajas y le echaba un poquito de ajo y perejil, eso si mi memoria no me engaña, y yo pensaba, mira que original... ¡Cómo distrae los huevos!
En el fondo creo que la culpa es nuestra, que ya decía mi abuela cuando pasaba temporadas con ella en Madrid y me llevaba de compras, vale, bueno, de acuerdo, pocas veces... pero alguna me llevó, (sigo...)
Estábamos en una tienda, (imaginaros yo con 17 ó 18 años y unos 45 kg. debía pesar por aquél entonces) mi abuela decía, “Oiga señorita” la niña quiere un pantalón rojo y... bajito, bajito añadía “de la talla 42”, cuando la mía debía ser una 36 o menos, yo que me ponía aquel pantalón que se me caía y le decía a mi abuela... ¡Qué me está muy grande! ¡Qué lo pierdo por el camino! Da igual así no te miran por ahí ¿Pero cómo no me van a mirar? Si parecía un payaso con bombachos... La dependiente me miraba... yo miraba a mi abuela... mi abuela a la dependienta... todo un poema... tanta mirada y ya terminaba mi abuela diciéndole a la pobre chica que alucinaba... “No le haga caso a mi nieta... es de provincias” ¿Qué pasa con ser de provincias? Pensaba yo... que los de la capital van con su talla justa y nosotros con cuatro o cinco más... Estos de la “capital” deben ser los más listos, mejor preparados y por lo visto ellos solitos son los que entienden de tallas, en fin... qué sé yo.
Con el tema de mi abuela si podría escribir otro libro, si lo llevaran al cine... ¡Un oscar asegurado!
Un día mi hermana Marta (la más pequeña, bueno ha crecido... vale no mucho, pero ha crecido) y aunque tenga 80 años siempre será la pequeña. (Sigo...) Pues ese buen día Marta acompañó a mi abuela al banco, os diré que mi abuela era una señora de esas de antes ¿o es de antes... de antes? No lo sé bien, pero si sé que era todo un personaje...
De pronto mi abuela (toda una gran señora) le dijo a Marta... bajito, casi al oído... “Tengo un apretón”. Marta palideció ¿Y qué hago ahora?... Ella pensaba. Entonces mi abuela, que en esos momentos dialogaba con el director... “Perdóneme usted... necesito con urgencia que me permita ir al cuarto de baño”, a lo que el señor director (pienso que entre una sonrisa y un poco asombrado) le dijo... ¡Cómo no Doña María! Y le indicó a qué puerta debía dirigirse.
Lo que no sabía Marta y mucho menos el director que en su lento caminar hacia esa puerta iba regando en pequeñas dosis... ¡Su apretón!.
¡Horror” Marta cuando contempló todo aquello, pienso que le hubiera gustado salir corriendo y decir... Yo no sé nada y a esta señora no la he visto en mi vida, Ppero no pudo hacerlo y no sé si por los lazos que le unían a mi abuela o porque no le quedó más narices.
Una vez que las dos estuvieron en el cuarto de baño, Marta observó horrorizada que no había en aquel cuarto de baño ni un trozo de papel, ni tan siquiera el Marca o Norte de Castilla, ella miró y miró... pero nada halló... Sudores le entraron y de nuevo ¿Qué hago ahora?... Pues a la pobre no le quedó otra solución que asomar su carita por esa puerta y con los ojos abiertos como platos y contemplando las risas de los empleados de ese banco que con una fregona iban recogiendo “el apretón” de mi abuela... Tuvo que decir... ¿Me pueden dar papel higiénico, por favor? Ahí ya la sonrisa de esos trabajadores se convirtió en sonora carcajada... y Marta quería desaparecer con un simple chasquido de dedos, pero digo como antes... no pudo y allí tuvo que quedarse hasta que mi abuela estuvo en condiciones de salir por esa puerta, eso sí... mi abuela salió de ese banco... derecha... bien derecha sin un ligero tono rosa en sus mejillas... era una gran señora como para semejante vulgaridad... A lo que mi hermana Marta, no era sonrojada como tenía su carita, que no, que no, era como si tuviera un gran tomate rojo, maduro, color intenso posado en su rostro. ¡Qué historias!
Continuará...
Valladolid, cualquier día... de cualquier año