23/1/2012
Principios y contingencias
Los principios son una cosa y las contingencias son
algo
completamente distinto.
Por Enrique Pinti | Para LA NACION
Domingo 22 de enero de 2012 |
Publicado en edición impresa
Los principios de un ser humano
son unas bases adquiridas desde la más tierna infancia y tienen que ver con la
educación recibida, el medio familiar donde uno ha crecido y el afecto y la
contención que uno ha tenido.
El ejemplo de los mayores, la
lucha por concretar alguna vocación, la inserción dentro de un campo laboral y
los frutos que uno haya podido cosechar gracias al esfuerzo y el estudio.
Todo ese cúmulo de sucesos son
los cimientos que sirven de base a una estructura de vida que incluye
fundamentalmente una serie de principios rectores de nuestra existencia.
Quien ha tenido todo eso va a ser
respetuoso, disciplinado, tenaz, afectuoso y generoso. Quien haya carecido de
ese sostén tendrá tendencias agresivas que pueden llevarlo a tomar caminos de
tortuosos atajos y desembocar en la mentira, la trampa y la falta total y
absoluta de respeto por el prójimo.
Claro que no todo es blanco o
negro y que muchas personas criadas en un ambiente sano tienen conductas
perversas y muchas otras crecidas en medios hostiles, sin recursos y en medio de
grandes caos individuales y colectivos llegan a buen puerto y se convierten en
personas respetables y positivas.
Pero siempre será preferible la
buena base y la fuerza del afecto circundante a la hostilidad y la falta de
oportunidades.
Y también es claro que el mundo
es una calesita que no siempre gira ordenadamente y con una música de fondo
agradable y juguetona. Por el contrario, muchas veces adquiere un vértigo y una
sensación de confusión y borrachera que nos hace caer del caballito de madera o
del botecito rococó.
Y la desesperación por sacar la
sortija que nos permita dar más vueltas gratis puede llevarnos a olvidar todo lo
aprendido y tratar de pisar cabezas para lograr nuestro triunfo. Así los
principios se van al infierno y lo peor de nuestra condición humana sale a la
superficie con una ferocidad inusitada.
Esas son las contingencias, las
pruebas a las que nuestro destino nos somete y que no siempre podemos sortear
exitosamente: los períodos de crisis son más frecuentes de lo que nuestra
percepción capta. En realidad el estado de crisis es permanente, sólo que muchos
de nosotros, refugiados en nuestro individualismo algo enfermo, no solemos
palpar hasta que las desgracias golpean nuestras puertas.
Algunas sociedades son proclives
a las crisis económicas derivadas de las corrupciones administrativas, los robos
descarados y la instalación de métodos especulativos de dudosa ética que, al
recibir la bendición de mercados y gobiernos, se aposentan con certificado de
buena conducta en las bases de esas sociedades.
Crean, con sus flujos y reflujos,
beneficiados o perjudicados que son las dos caras de realidades falsas que no
pintan fielmente lo que realmente pasa, porque con facilismos demagógicos le
hacen creer a una mitad que vive en un paraíso y, a la otra, que habita un
infierno.
En otras sociedades las guerras,
la destrucción, los bombardeos y las ocupaciones por ejércitos extranjeros dan
por tierra con todos los sueños e ilusiones construidos en los períodos de paz y
arrasan con violencia todas las pautas culturales que se habían edificado con
amor y paciencia. Ahí los principios se sustituyen por la lucha por la
supervivencia a cualquier precio.
Es muy difícil mantener el
equilibrio en momentos críticos. Es por eso que los seres humanos vagan de un
lugar a otro buscando la paz, la tranquilidad, el trabajo digno, la remuneración
adecuada, la salud garantizada y la educación para todos.
Muchos han encontrado su lugar en
el mundo en su país, otros en lugares remotos con otras costumbres y otros
idiomas, y nunca nada es definitivo. Vamos y volvemos. Esperamos y desesperamos.
Pero cuando los principios están firmes, las contingencias resultan ser sólo
eso, contingencias, momentos, etapas de las que se podrá salir con más sabiduría
y con mayor madurez.
Resurgir de las cenizas no es
imposible si los principios son sólidos y no se basan en la destrucción de los
valores.
* El autor es actor y escritor.
LA NACION
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