En 1939 el electricista
ruso Seymon Kirlian experimentaba con campos electromagnéticos de alto voltaje.
Al recibir una descarga eléctrica en una mano, detectó con asombro que un halo
luminoso la rodeó por unos instantes. Así descubrió el Efecto Corona.
Experimentó con hojas de plantas sanas y enfermas, comprobó
que su luminosidad era totalmente distinta. Al fotografiar a diversas personas,
encontró alrededor del cuerpo un campo lumínico con colores, amplitud e
intensidad especial en cada caso. Lo más espectacular fue que vio una relación
directa entre el estado orgánico y emocional y la luminosidad proyectada.
Exactamente igual que la capa de ozono que recubre y protege a
la tierra, el cuerpo humano emite una energía que lo rodea, vibrando desde el
centro hacia afuera.
La Cámara Kirlian se usa en medicina para realizar diagnósticos
tempranos, mediante la codificación de los distintos colores e intensidades.
Según sus seguidores, permite detectar con mucha antelación una patología,
mediante los cambios en el aura, ya que primero se altera nuestra energía y
luego se manifiesta en el cuerpo mediante una enfermedad.
¿Qué pasaría si se utilizara la Cámara Kirlian como parte del
proceso de selección, en lugar de los antiguos tests que se emplean hace 50
años? Cuánto cambiaría la configuración errática de los grupos de trabajo.
¿Y si la aplicáramos a los equipos ya constituidos, antes de un
gran desafío? Tendríamos en forma anticipada un estado energético individual y
los factores que provocan la desarmonía.
Quizá dentro de no mucho tiempo, cerca de nuestro escritorio o
en algún lugar de la recepción, exista una Cámara Kirlian que contribuirá a
vincularnos mejor y sobre todo a comprendernos más.
Por Claudio Penso
Consultores
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