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De: Atlacath  (Mensaje original) Enviado: 10/11/2021 02:15

La Biblia

¿Hemos pensado alguna vez en el milagro que ha permitido conservar la Biblia intacta a través de los siglos? Ella ha sido protegida celosamente por su divino Autor contra todas las persecuciones y esfuerzos del enemigo para destruirla o menoscabarla. ¿Sabemos cómo fue traducida, impresa y distribuida? El examinar algunos de estos puntos nos ayudará a fortalecer nuestra fe en las Santas Escrituras, a reavivar nuestro celo en alimentarnos de ella y a producir en nuestros corazones un sentimiento de agradecimiento profundo hacia Aquel que, por ellas, nos ha revelado plenamente sus pensamientos de amor y sus planes de gracia.

Recordemos brevemente lo que es la Biblia (en griego: el Libro): la Palabra de Dios; la verdad (Juan 17:17); un fuego y un martillo que quebranta la piedra (Jeremías 23:29); una lámpara y una lumbrera (Salmo 119:105); es viva, eficaz y penetrante (Hebreos 4:12); útil para enseñar, para redargüir, para corregir y para instruir en justicia (2 Timoteo 3:16); no puede ser quebrantada (Juan 10:35) y permanece para siempre (Isaías 40:8). La autoridad de la Biblia no significa despotismo ni dominio. Al contrario, aquel que la acepta descubre la liberación y la verdadera libertad. El creyente sometido a la Biblia es liberado de todos y de todo (pasión, pecado). Es menester subrayar que los despertares espirituales siempre se produjeron volviendo a la autoridad de las Escrituras.

Lo que confiere autoridad a la Biblia es su inspiración divina; para someterse a ella, hay que tener una fe absoluta en su inspiración, la cual nos es confirmada en diversos pasajes (2 Timoteo 3:16; 1 Tesalonicenses 2:13; 1 Corintios 2:13).

Ser inspirado es haber recibido el soplo del Espíritu de Dios. Numerosas personas fueron empleadas por Dios para comunicar Sus pensamientos a través de la Biblia. Escribieron directamente bajo la dirección del Espíritu Santo. La Biblia fue compuesta en diversos sitios: en un desierto, en una cárcel, en una isla, en un palacio, en varias ciudades; en distintos países (Grecia, Mesopotamia, Palestina, Egipto, etc.) y en épocas diferentes desde 1500 años antes de Cristo (a. C.) hasta 100 después de Cristo (d. C.); por diferentes personas: reyes, pastores, pescadores, legisladores, agricultores, etc., cuarenta aproximadamente, los cuales en su mayoría, no se conocieron entre ellos ni leyeron lo que otros habían escrito. A pesar de todo esto, la Biblia forma un conjunto maravilloso, ¿no es ésta una prueba irrefutable de su origen divino, siendo Dios su supremo Autor?

El Antiguo Testamento, compuesto entre los años 1500 y 400 a. C., contiene 39 libros, escritos originalmente en hebreo, a excepción de algunos cortos pasajes que fueron escritos en arameo. Moisés fue el primer escritor y Malaquías el último. Los descubrimientos arqueológicos de ciertas inscripciones han confirmado sus afirmaciones; las piedras de Egipto y de varios países vecinos proclaman la autenticidad de las páginas inspiradas.

No poseemos los textos originales del Antiguo Testamento, pero sí han llegado hasta nuestros días unos 2000 manuscritos, la mayoría de los cuales data de 1000 a 1400 d. C. y algunos se remontan hasta el siglo IV. Estos manuscritos son copias hechas del texto clásico establecido por los masoretas (escribas judíos) que ejecutaron su trabajo con un cuidado extraordinario; una sola letra falsa hacía que el manuscrito fuera inutilizable. Para asegurarse de la exactitud de sus copias contaban las letras: 42.377 aleph (A), 38.218 beth (B), etc.

Aparte de estos manuscritos existen once targumes (traducciones parciales del Antiguo Testamento al caldeo o arameo, con notas explicativas). Los principales son: el targum de Onquelos, escrito unos 60 años a. C. que contiene el Pentateuco; el de Jonatán ben Uziel, del principio de la era cristiana, contiene los profetas y los libros históricos; el targum de José el Ciego (siglo IV), contiene el libro de Job, los Salmos y los Proverbios.

Además poseemos distintas traducciones del Antiguo Testamento. «La Septuaginta» o versión de los «Setenta» es la traducción al griego más célebre y la más antigua del Antiguo Testamento (250-150 a. C.); debe su nombre a que esta obra fue llevada a cabo por setenta y dos sabios judíos de Egipto. En el tiempo del Señor, se leía ésta en las sinagogas, preferentemente al texto hebreo, pues la lengua hebraica en esa época ya era una lengua muerta. Existen otras versiones en griego, armenio, arameo y latín; éstas datan de los siglos II al VIII.

Finalmente, en 1947, se descubrieron en varias cuevas de la región de Qumrán, a unos 13 kms. al sur de Jericó, los llamados «Manuscritos del Mar Muerto». La mayoría de estos documentos son anteriores a la era cristiana. Se encontraron partes de todos los libros del A.T., excepto del de Ester. Se nota en especial una copia completa del libro de Isaías del siglo II a. C.

Este descubrimiento ha desempeñado un papel capital en la confirmación de la exactitud del texto hebreo que poseemos hoy, desmintiendo las hipótesis que argumentaba la crítica bíblica referente a la autenticidad de algunos pasajes.

Comparando entre sí estas cuatro clases de documentos, no se encuentra ni una variante que comprometa la autenticidad de algún pasaje importante del Antiguo Testamento; las pequeñas variantes no conciernen a la doctrina de las Escrituras. ¿No es ésta la mejor prueba de que hoy aún poseemos un texto fiel, prueba maravillosa de que Dios ha velado para que su Palabra nos llegue tal como salió de su boca?

Se piensa que Esdras, en los años 450 a. C., reunió y coordinó los diferentes libros del Antiguo Testamento, excepto el de Malaquías que fue añadido más tarde.

El Nuevo Testamento fue escrito en griego «koiné», o griego popular. Sus 27 libros fueron redactados del 44 al 95 aproximadamente, los últimos siendo los de Juan. Los originales también desaparecieron, lo mismo que las copias de los tres primeros siglos, a excepción de fragmentos en los papiros. Pero sí existen unos 4500 manuscritos o fragmentos más tardíos; los principales son:

—El Códice Sinaítico (siglo IV) descubierto por Tischendorf en un convento del monte Sinaí.

—El Códice Alejandrino (siglo V), que comprende el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. Éste fue entregado como regalo al rey Carlos I de Inglaterra y desde entonces se encuentra en el Museo Británico de Londres.

—El Códice Vaticano (siglo IV) que se encuentra en Roma.

—El Códice de Efrem (siglo V), se halla en la Biblioteca Nacional de París.

—El Códice de Beza (siglo VI) que contiene los evangelios y los Hechos de los Apóstoles, fue encontrado en un monasterio de Lyon en 1562 y donado en 1581 a la Universidad de Cambridge por Teodoro de Beza.

A estos manuscritos debemos añadir, pues, gran número de fragmentos muy importantes del Nuevo Testamento (la mayoría de las epístolas de Pablo, entre otros) encontrados desde principios del siglo XX en los papiros de Egipto. Estas copias de textos bíblicos son anteriores a los manuscritos arriba mencionados.

Debemos hacer notar que los escritos de los llamados «Padres de la Iglesia» del siglo II, tales como Ireneo y Clemente de Alejandría, Teófilo de Antioquía, Agustín, Crisóstomo, Gregorio de Niza, etc. contienen citas muy numerosas del Nuevo Testamento, que juntándolas todas, casi se podría reconstituir buena parte del mismo. Mencionemos también los escritos de Justino Mártir (siglo I); Clemente de Roma, contemporáneo del apóstol Juan, quien escribió una epístola de 59 capítulos a los Corintios; en ella cita a Mateo, Marcos, Romanos, Corintios, Filipenses y Hebreos; Ignacio de Antioquía, mártir, quien en el año 115 hace referencia a los evangelios de Mateo y Juan.

En el siglo IV, Crisóstomo escribió que el evangelio de Juan había sido traducido a cinco idiomas, entre ellos, al siriaco, copto (Egipto), y arameo.

Traducciones de la Biblia completa

La «Peschitto» (la «simple»), versión siriaca del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento, data del siglo II o III de nuestra era. La «Vulgata», en latín, fue traducida por Jerónimo entre 384 y 404; aunque defectuosa en algunos pasajes, ofrece el gran interés de haber sido traducida directamente del original hebreo, mientras que las versiones latinas anteriores (la «Vetus Latina», la «Itala») eran traducciones de la «Setenta», por lo que se refiere al Antiguo Testamento.

En el siglo V la Biblia había sido traducida al armenio, al copto, al etíope, al gótico; en el VI al georgiano; en el IX al eslavo; en el X al árabe y anglosajón; en el XII al provenzal, por Pedro Valdo de Lyon, Francia.

Las traducciones a los principales idiomas europeos: inglés, alemán, italiano, flamenco, francés y español aparecieron en los siglos XIV y XV. Al final del siglo XV, toda o parte de la Biblia, había sido traducida a 24 idiomas y 8 dialectos.

Luego el número de traducciones aumentó muy lentamente; a principios del siglo XIX sólo estaba traducida a 64 lenguas. A partir de este momento el inmenso trabajo de traducción se aceleró considerablemente gracias a la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera fundada en 1803.

Al principio del siglo XX existían 116 versiones completas de la Biblia, así como Nuevos Testamentos y porciones bíblicas en 342 otras lenguas.

Durante los últimos años varias instituciones han hecho un esfuerzo considerable; actualmente la Biblia está traducida, total o parcialmente, a más de 2000 idiomas.

Se calcula que hay más de 5000 lenguas o dialectos en el mundo. Muchos lingüistas y misioneros están prosiguiendo los trabajos de traducción.

La división de la Biblia en capítulos fue efectuada durante la Edad Media, y en versículos en el año 1551.

Traducciones y versiones españolas

En 1534, Juan de Valdés, reformador español, tradujo los Salmos, los evangelios y las epístolas. En 1543, Francisco de Encinas tradujo el N.T. basado en la edición crítica del texto griego de Erasmo de Rotterdam. En 1553, el judío Yom Tob Atias publicó en Ferrara (Italia) una versión castellana del A.T. para los judíos españoles desterrados. En 1557, Juan Pérez revisó la versión del N.T. de Encinas y añadió una traducción suya de los Salmos. En 1569, Casiodoro de Reina, creyente español exiliado en Basilea (Suiza), por primera vez sacó a la luz una versión ­castellana directamente del hebreo y del griego, con ayuda de las versiones latina y las traducciones españolas ya mencionadas. Cipriano de Valera la revisó y la publicó de nuevo en 1602. Esta obra, conocida como la Reina-Valera (RV o RVR) ha sido revisada varias veces para adaptarla a la evolución del idioma. En la actualidad se emplean las revisiones de 1909, 1960, 1977 y 1995.

El mejor esfuerzo que vio el siglo XIX fue la traducción de toda la Biblia llevada a cabo por H. B. Pratt, que fue finalizada en 1893. Lamentablemente, no ha sido apreciada en toda su valía. Fue revisada en 1923, y vio sucesivas ­reediciones, la última de ellas en 1991. Es la conocida comúnmente como Versión Moderna (V.M.).

Se puede mencionar la versión llamada Nácar-Colunga (de 1944), la de Bover-Cantera, la llamada «Biblia de Jerusalén» y otras de editoriales católicas.

En 1966 apareció la llamada Versión Popular (V.P.). Ha sido un intento de traducir la Biblia a un lenguaje sumamente claro para el «hombre de la calle». Aunque es muy loable el propósito de sus impulsores, se debe lamentar que en no pocos pasajes esta versión distorsione el texto bíblico y falsee su significado.

Además de éstos, hubo muchos otros trabajos de traducción o revisión.

*  * *  *  *

Antes de terminar, queremos añadir unas palabras sobre la difusión de la Biblia. Aparte de las librerías cristianas y de otros puntos de distribución existe la venta ambulante. No hay más conmovedor ministerio, más directo, más fecundo que el de un creyente que va de puerta en puerta para cumplir este humilde y fiel servicio. Éste no debe ser necesariamente un evangelista, su misión no es solamente vender la Biblia, sino presentarla con convicción para hacerla estimar.

Y ustedes, hermanos, ¿qué aportan a este gran trabajo tan directamente relacionado con la fuente de todas las bendiciones, el fundamento de nuestra fe, de nuestra esperanza, de nuestra dicha presente y eterna? ¿Se levantarán de entre ustedes verdaderos testigos de la Biblia, quienes después de haber gozado de los tesoros descubiertos allí, sentirán el deseo de llevar el estandarte de la verdad por todos los caminos de esta tierra, para dar a conocer el insondable amor de Dios en Jesús a tantas almas aún sumidas en las tinieblas que invaden nuestro pobre mundo? En medio del desconcierto actual, acordémonos de las palabras que el Señor Jesús dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mateo 24:35).

J. A. (actualizado y adaptado) 


© Ediciones Bíblicas - 1166 Perroy (Suiza)
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