Lo que escribió Fidel me dejó frío, helado. Tengo la impresión de haberle conocido ayer. Nunca lo había visto así, tan cariñoso., nos comentó Gabo a algunos de sus amigos cubanos.
Estaba cariñoso y relajado. Se habló de todo, de Birán,que antes visitamos con él., apuntó Mercedes. .Sí, de muchísimos temas con profundidad y lucidez, confirmó su inseparable compañero por más de 50 años y agregó: .Hoy sí no voy a poder salir a la calle.
Tenía razón, después de esas palabras que pueden haber llegado a través de los medios de prensa, la radio y televisión a millones de cubanos, sería abrumador mostrarse en público. Dicho por otro, podría parecer exagerado, pero no. Se refería a lo que ocurrió el día anterior en uno de los restaurantes del Hotel Meliá Cohíba.
Pasadas las 3:00 p.m., ya estaba el local casi vacío. Eso propició que cuando apenas habíamos pedido el servicio, Gabo, Mercedes, Conchita Dumois y el que esto escribe desfilasen por la mesa desde funcionarios de la Meliá, hasta los trabajadores más modestos para estrecharle la mano. Como se fueron atreviendo más y más, ya no pudimos seguir conversando sobre nuestro tercer encuentro con el colega Ángel Augier, a quien faltaba poco tiempo para cumplir 100 años, de los cuales apenas 50 habían sido de soledad. Los admiradores de García Márquez trajeron libros, papeles y toda clase de souvenirs para que se los dedicase y pedían retratarse con él. Confieso que ese momento hubiese querido seguir disfrutando de su chispeante conversación. A él le gustaba hablar de aquellos tiempos. Creí que él perdería la paciencia por la interrupción. Pero me equivocaba, él era siempre así, exento de la sensación elitista que en algunos provoca la celebridad. Podría decir que disfrutó de gozo cuando la gente sencilla rompió la timidez con la que seacerca a los famosos.
Foto: Jorge OllerEsos momentos me hicieron recordar un día, como 10 años antes, en el parque Lenin, cuando un turista español vino a decirnos que le permitiésemos tomarnos una foto. Le pusimos como condición que nos la enviase impresa y lo hizo. Es la única imagen que tenemos de aquellos encuentros de sus colegas de los años 60. Conchita Dumois, la inolvidable viuda de Jorge Ricardo Masetti, se encargaba de estrechar esos lazos, reuniendo con Gabo casi cada vez que venía al grupo de Prensa Latina que habíamos sido más allegados al argentino en aquellos polémicos tiempos: Ricardo Sáenz y Joaquín Oramas, como Conchita ya fallecidos, Juan Marrero y también Marta Rojas, aunque no había trabajado en PL, para comentar la actualidad además de recordar el pasado.
A demasiada gente el éxito les marea, en especial si las glorias no son tan espectaculares y merecidas como en su caso. Después de años sin vernos, no pude dejar de sorprenderme que no solo era el mismo, sino mucho mejor aun. Conservaba su naturalidad.
Gabriel García Márquez se había hecho tan famoso que a veces le pesaba, como cuando un incógnito personaje escribió una falsa carta que circuló por Internet, de despedida ante su no menos falsa muerte. Se lo comenté un día y relató cómo ese personaje y otros en varias ocasiones habían hecho cosas semejantes.
Tal vez sea lamentable perder la intimidad, especialmente cuando más se necesita. Pero Gabo demostró que es más importante saber llevar la fama. En el Meliá continuó la muestra de cariño, ingenio y respeto que mostró en nuestras tres reuniones con Augier. Recibió las lisonjas hasta que nos fuimos con una tranquila y sorprendente disposición que estimulaba a estos trabajadores cubanos y españoles. Algunos se lamentaron de que no tenían libros suyos en ese momento y les prometió que los complacería.
Foto: EFEAl día siguiente le pregunté y resulta que ya estaba de regreso. No debía haberme asombrado. ¿Acaso podía dudar de las muestras de sencillez que nos ha dado a lo largo de los años? Gabo era abierto como buen costeño colombiano. Su antiguo alter ego de aquellas aventuras bajo la batuta del argentino Jorge Ricardo Masetti y su mentor el Che Guevara, era el bogotaño Plinio Apuleyo Mendoza, quien a pesar de la greco-latina connotación de su nombre, me parecía tan sociable como su antiguo amigo, no sé si por que su mesa en la redacción estaba junto a la mía.
Cuando hablamos hace unos cinco años sobre Masetti y la fundación de Prensa Latina, García Márquez me comentaba que se sentía bien con aquel salario, bueno no solo para Cuba, que rompía con el hábito de la época de pagar mal el trabajo periodístico. Estuvimos de acuerdo con que en buena parte debe haberse debido a Che Guevara, quien había sufrido esa inseguridad cuando trabajó como periodista y fotógrafo en los Juegos Panamericanos de 1955 efectuados en México.
Mi compañera Ana María García comprobó esa curiosidad por todo lo que le rodea y esta atrayente forma de ser Gabo poseía, cuando lo vio personalmente por primera vez, a fines de los años 90, en una tienda de Miramar. Al reconocerlo se le ocurrió preguntarle qué le parecía la actuación de los colombianos en el Mundial de fútbol y si quería darle una entrevista sobre ese tema. Es conocido que él rehuía las tantas peticiones de entrevistarlo que le hacían en cualquier parte. Le oí decir más de una vez: .Caimán no come caimán.. Sin embargo, esa le resultó original; se volvió hacia Mercedes y le comentó que nunca le habían pedido una entrevista sobre deportes y menos de ese donde los jugadores .parecen pollitos corriendo desenfrenados detrás de una pelota.. Se la concedió y la publicamos en Granma Internacional. También la desplegó ampliamente el diario Sud Ouest, que entonces era uno de los de mayor tirada en Francia.
Foto: ArchivoLos trabajadores de Granma Internacional quedaron también encantados en agosto de 2001 con su desbordante ingenio cuando accedió a entrar y saludarlos, antes de irnos a subir ocho pisos a pie, pues estaba roto el ascensor, para llegar a casa de Augier en La Habana del Este. En el trayecto no dejé de saborear una vez más su condición humana tan natural. Le gustaba cantar .alguna vez lo hizo en una boîte de París para ayudarse en los gastos cotidianos. y disfrutaba compartiendo amenas charlas, buena música y alegres tragos. Le deleitaban los boleros y quiso componerlos, pero no quedó satisfecho de sus intentos; también le encantaban los vallenatos. Decía que Cien años de Soledad es un vallenato de 450 páginas.
El García Márquez que a Fidel impresionó era no solo el escritor y periodista fuera de serie, que el mundo admira y adora, sino también un extraordinario ser humano, que le corresponde con no menor cariño. Personalmente lo constaté una de las últimas veces que compartimos, recogiendo con Conchita sus memorias de PL para el libro de Masetti.
Eran días en que la vida del Comandante corría gran peligro, García Márquez se interrumpía cada cinco minutos para repetirme: ¿Cómo estará Fidel? Ni se acordaba de que su salud estaba también quebrantada.
Por todo esto los emocionaba tanto lo que escribió Fidel de él y Mercedes. Permítaseme en esta luctuosa hora, transcribir algunos de esos sentimientos del Comandante: Decidí descansar. Preferí reunirme con Gabo y su esposa, Mercedes Barcha, que están de visita en Cuba hasta el día 11. ¡Qué deseos tenía de intercambiar con ellos para rememorar casi 50 años de sincera amistad! (...).Nunca tuve el privilegio de conocer Aracataca, el pueblito donde nació Gabo, aunque sí el de celebrar con él mi 70 cumpleaños en Birán, adonde lo invité. (.) Nuestra amistad fue fruto de una relación cultivada durante muchos años en que el número de conversaciones, siempre para mí amenas, sumaron centenares. Hablar con García Márquez y Mercedes siempre que venían a Cuba .y era más de una vez al año. se convertía en una receta contra las fuertes tensiones en que de forma inconsciente, pero constante, vivía un dirigente revolucionario cubano.
En la propia Colombia, con motivo de la 4ª Cumbre Iberoamericana, los anfitriones organizaron un paseo en coche por el recinto amurallado de Cartagena (.) Los compañeros de la Seguridad cubana me habían dicho que no era conveniente participar en el paseo programado. Pensé que se trataba de una preocupación excesiva, ya que por demasiada compartimentación los que me informaron desconocían datos concretos. Yo siempre respeté su profesionalidad y cooperé con ellos.
Llamé al Gabo, que estaba cerca, y le dije bromeando: .¡Monta con nosotros en este coche para que no nos disparen!
Así lo hizo. A Mercedes, que quedó en el punto de partida, le añadí en el mismo tono: .Vas a ser la viuda más joven.. ¡No lo olvida! (.) Después supe que ocurrió allí lo mismo que cuando en Santiago de Chile una cámara de televisión que contenía un arma automática apuntó hacia mí en una entrevista de prensa, y el mercenario que la operaba no se atrevió a disparar. En Cartagena estaban con fusiles telescópicos y armas automáticas emboscados en un punto del recinto amurallado, y otra vez temblaron los que debían apretar el gatillo. El pretexto fue que la cabeza del Gabo se interponía obstruyendo la visión.
Andar con Fidel por el mundo tenía ese riesgo.
Al final de su artículo Fidel escribió que a Gabo no le gustaba pronunciar discursos. Sin embargo, el Comandante calificó de una joya el que hizo al recibir el Premio Nobel: .Los inventores de fábulas que todo lo creemos nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria.
Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.
No hace tanto, conversando con García Márquez y Mercedes, les dije que a mi juicio él había rescatado nuestro nombre. Me miraron sin comprender y preferí dejarlo ahí. Habría tenido que contarle de un personaje famoso en mi infancia que se llamaba Miguel Gravier, quien, como magnate de la radio era muy conocido. Tanto que por él casi nadie me decía Gabriel, sino Gravier o Grabiel, lo cual mucho me molestaba, al punto que entonces no decía a nadie mi nombre sino mi apellido. Por eso pienso que él rescat ó y embelleció el nombre. A partir de su saga, todo el mundo lo pronuncia bien y ya no me mortifica. Ahora, cuando por desgracia ya no está con nosotros, puedo relatarlo sin temor a que parezca una chicharronada. Pues en verdad es un homenaje muy sencillo, muy íntimo y sincero. No es solo una verificación personal. Porque él reivindica al periodismo ético. Sé que García Márquez nunca más volverá a estar solo. Un día dijo que él era de los que se entierran con los amigos. Ahora superó la idea: sus cenizas estarán siempre en el aire de sus amigos.