“A cada curva de la carretera cambiaba el paisaje, y había centenas de curvas, y cada paisaje llevaba impreso el recuerdo de una película, siempre con una montaña de fondo, gris y blanca, y rozando las nubes. Prados con margaritas a lo 'Heidi'; lomas oscuras como Mordor, y fumarolas surgiendo entre los abetos; y pasajes siniestros como en 'Sonrisas y lágrimas', o sombrío el Stelvio, poblado de torvos leñadores tristes, como el Stelvio del relato de Thomas Bernhard… Pero cuando Nairo Quintana, moreno, tan oscuro, se elevaba sobre la bicicleta y pedaleaba ligero en la última subida a Val Martello, un puerto casi austriaco, con bosques donde viven osos pardos y vuelan águilas soberbias, el paisaje que le rodeaba no podía ser otro que el de 'La gran ilusión', la cercanía de la frontera, la libertad al otro lado, la victoria. Detrás, muy lejos, los derrotados. Urán hundido en rosa, por encima de todos. El Giro, al fin, en la tercera semana, en los capítulos en los que todo el relato debe hallar su sentido, encontró, al fin su patrón. Más que su patrón, su maestro, más italiano, si se puede, que los mismos italianos. Lo hizo en las montañas más altas, en el Gavia y en el Stelvio, entre la nieve y el miedo, donde nacen los campeones, siempre solos.”
Este relato que encabeza la información del Giro, escrito en El País de España por Carlos Arribas lo dice todo. Nairo Quintana fue ayer uno de esos campeones de leyenda que aparecen de vez en cuando y se suma a esa lista de titanes que tiene a Fausto Coppi, al “ogro” Eddy Merckx, a Luis Ocaña y a Bernard Hinault, esos hombres que parecían de otra raza, que atacaban a muchos kilómetros de la meta y que eran capaces de darle un vuelco total a las clasificaciones en una sola jornada. En los 70 kilómetros finales de la etapa reina se la jugó por completo para destrozar a sus rivales, encabezados por Rigoberto Urán, que tuvo que rendirse ante la clase del boyacense.
Y todos estaban notificados. A los periodistas que lo entrevistaron les contó lo que iba a hacer, les dijo que había llegado su día y que iba a atacar. Y desde la salida dispuso todo para cumplir su palabra. En el primer ascenso le dio la orden a su equipo de ir al frente del lote para preparar el final y si permitió que tres colombianos coronaran al frente el Gavia ordenó apurar el paso en el Stelvio. Urán, Evans, Majka, Aru y Pozzovivo viendo seis o siete camisetas de Movistar al frente comenzaban a entender que lo que había dicho el boyacense no era una amenaza de un niño imprudente y malcriado sino un desafío para que no intentaran ponerse tras su rueda porque los iba a reventar.
El ataque, sin embargo, vino en el momento menos esperado: en el descenso de la Cima Coppi, cuando su compañero Gorka Izaguirre le señaló el camino en una bajada complicadísima por la sucesión de curvas y por el piso mojado en el que la ventaja llegó hasta el minuto y medio. El vasco se entregó entero en ese terreno lleno de trampas y luego en los primeros kilómetros del ascenso definitivo hasta que quedó exhausto. Llegaba el momento del colombiano que puso el ritmo hasta la llegada sin preocuparse por Hesjedal y Rolland que guapeaban y sufrían para seguir pegados a su rueda. Al final tendrían que claudicar ante este colombiano que se apoderó del liderato, esta vez, si no surgen esos imponderables que no faltan en el ciclismo, para quedarse hasta el final.
Para el ciclismo colombiano es un día de gloria y así mismo de esperanza pues por muchos años podrán reinar en las grandes vueltas. Es que en el octavo puesto de la etapa, llevando a su rueda a Rigoberto Urán, llegó Sebastián Henao, un muchachito de 20 años, el más joven de la carrera, que tiene todas las condiciones para seguir los pasos de Quintana.
Es muy posible que los organizadores del Tour hoy se estén tirando los pelos de la rabia por el trazado que se le hizo a la carrera de este año que, con largas cronómetros, menos montaña y hasta con pavé, parecía hecho para derrotar a Quintana, lo que obligó a los técnicos del Movistar a llevar al colombiano al Giro. A la noticia que se ha regado por estos días que pone en la picota a quienes han ganado la carrera francesa desde Induraín, por el uso de EPO, se le suma el éxito de la prueba italiana que con un trazado montañoso está devolviendo el ciclismo a las épocas de las grandes batallas de Coppi, Bartali, Gimondi, Koblet y Merckx.