Así está refrendado en la Constitución de la República de Cuba (1976), artículo 39, inciso h: “El Estado defiende la identidad de la cultura cubana y vela por la conservación del patrimonio cultural y la riqueza artística e histórica de la nación. Protege los monumentos nacionales y los lugares notables por su belleza natural o por su reconocido valor artístico o histórico”.
De acuerdo con Marta Arjona, quien fuera la presidenta del Consejo Nacional de Patrimonio en la isla, hasta su deceso en 2006, patrimonio es “… lo que se recibe de los padres y es de uno por derecho propio. Abarca el territorio del país y su historia, leyendas, tecnologías, conocimientos, arte y sistemas de producción y de organización”.
Para una mejor comprensión, clasificamos el patrimonio en tangible e intangible. El primero se refiere al de los objetos; o sea, al mueble e inmueble. El segundo comprende a las danzas, rituales, creencias y otras formas de la cultura humana que no pueden reducirse a un artefacto material. Ambos tipos de patrimonio se complementan y, en gran medida, lo material es una manifestación de lo inmaterial. Es imposible comprender una buena parte de nuestra obra plástica cubana si se desconocen los elementos de sincretismo que existen en la mente del cubano, debido a la fusión de las religiones cristiana y africana.
El patrimonio mueble se refiere a aquellos objetos que, en principio, pueden moverse, como esculturas, pinturas, documentos, cerámicas y pintura mural, entre otros. Las pinturas murales se desplazan mediante delicadísimas técnicas, sólo en caso de extrema necesidad. El patrimonio inmueble incluye aquellos objetos que, en principio, no pueden cambiarse de lugar. No obstante, el gobierno de Egipto trasladó los Monumentos de Abu Simbel cuando construyó la Gran Presa de Asuán, pero esto es algo excepcional.
La política establecida a nivel internacional, sobre la conservación del patrimonio tangible, se basa en el respeto al objeto y su materialidad. Nada debe modificarse innecesariamente. Las acciones que se realicen sobre la pieza estarán encaminadas a su conservación, bajo la premisa de controlar los factores externos y sin tener que restaurarla (intervenir). Esta es la esencia de la Carta de Venecia, de 1931. Pero como siempre suele haber daños que dificultan la lectura y disfrute de las obras, entonces y sólo entonces se restauran. El binomio conservación-restauración está indisolublemente unido.
Antecedentes en Cuba
En lo que respecta a los inmuebles, antes de 1959 no puede hablarse de políticas oficiales que reglamentaran activamente una conservación patrimonial. Hubo esfuerzos aislados, dignos de señalarse, tales como la restauración de la Catedral de La Habana en 1949, bajo la solicitud del Cardenal Arteaga. Esa obra fue dirigida por el arquitecto Cristóbal Márquez, según hace constar Emilio Roig de Leuchsering en el segundo volumen de
Los Monumentos Nacionales de la República de Cuba, Vol. II, editado por la Junta Nacional de Arqueología y Etnología de La Habana, en 1959.
En esa ocasión se sustituyeron los techos de madera por los de piedra vigentes y se le dio la actual forma interior, con una amplitud aparentemente mayor. El gobierno hizo una discreta contribución monetaria, además del presupuesto eclesiástico.
La progresiva proliferación de tugurios y la construcción arbitraria en el Centro Histórico de La Habana, unida a la inexistencia de una cultura integral de la ciudad, permitió el desarrollo aberrante de edificaciones anacrónicas, como la construcción de un moderno edificio de oficinas, con terminal de helicópteros incluida, en el mismo centro de La Habana Vieja, por citar sólo un ejemplo.
Un lugar histórico como la casa natal del Héroe Nacional José Martí fue rescatada, a principios del siglo XX, por la decisión de un grupo de veteranos de la guerra, organizados bajo la Asociación de Señoras y Caballeros por Martí. Ellos recolectaron fondos para comprar la casa e instalar allí a la madre de Martí, Leonor Pérez. En 1921, el inmueble pasó a ser propiedad del pueblo cubano, pero no hubo apoyo oficial para mantenerlo y continuó destruyéndose. En 1925 se convirtió en museo. Estudiantes universitarios y pueblo, en general, evitaron que se desplomara. En ese empeño se destacó la labor del periodista Arturo R. Carricarte. Gracias a ellos, se cuenta hoy día con ese museo al que todos los cubanos, en la medida de las posibilidades, llevan a sus hijos.
En realidad, antes de 1959 no hubo una política de salvaguarda sistemática del patrimonio inmueble. Había una Junta Nacional de Arqueología y Etnología que, fundada en 1937, tenía por misión velar por la conservación del patrimonio, divulgar sus valores entre la población y otras funciones afines. Pero el presupuesto otorgado por el gobierno era irrisorio. Por esas razones, podía pasar casi cualquier cosa, antes y después de la fundación de la Junta.
Un ejemplo de los avatares a los que podía someterse un edificio histórico fue la fraudulenta compraventa del antiguo Convento de Santa Clara, en 1923. Los lectores interesados pueden encontrar los detalles de este incidente en la acuciosa investigación de Pedro A. Herrera López, El Convento de Santa Clara de La Habana Vieja, del Centro Nacional de Conservación, hecha pública en 2006. En ese estudio se hace una narración detallada del suceso y cómo se generó la llamada Protesta de los 13. También puede consultarse “Campanas al Viento. El Colegio Universitario de La Habana”, publicado por Árgel Calcines en la revista Opus Habana (Vol. X, No.1 junio/octubre de 2006). En este artículo se relata cómo el edificio sede de la Real y Pontificia Universidad
–aprobada y confirmada por el rey Felipe V, mediante Real Cédula de fecha 1728– fue destruido y, en su lugar, se erigió un edificio anacrónico –con terminal de helicópteros en el techo– que no tenía absolutamente nada que ver con el entorno. Y, por último, también se puede poner de “antiejemplo patrimonial” el parqueo que se erigió, en la etapa republicana, en la Plaza Vieja.
Referente al patrimonio del bien mueble en Cuba, al igual que en otros países, los primeros restauradores fueron pintores que, además de su profesión fundamental, reparaban cuadros, obedeciendo a intereses particulares. La inauguración de un taller para la restauración en el Museo de Bellas Artes, en 1954, fue el discreto inicio de un trabajo oficial en esta dirección, en el cual se destacan los nombres de José Zaldívar, en la especialidad de caballete, y el de Gregorio Orizondo, en la de marcos. En esta actividad, el fundamento científico no tenía desarrollo alguno.
La legislación protege al patrimonio
Un conjunto de leyes y decretos velan por la conservación del patrimonio cubano. En este epígrafe, entre otros aspectos, se tratará de aclarar algunas cuestiones de sumo interés, sobre todo a quienes compran o desean adquirir alguna pieza artística en la isla. El desconocimiento de las leyes, en ningún país, justifica contravenirlas.
Al inicio de este trabajo reconocí la importancia que el Estado da al patrimonio en nuestra constitución. Ahora, esta declaración sería huera si no estuviera acompañada de otras que dieran concreción a lo planteado.
Por ejemplo, la Ley No. 2, o de los Monumentos Nacionales y Locales (16 de agosto de 1977), define los conceptos de Monumento Nacional, Monumento Local, Sitio Histórico y otros; crea la Comisión Nacional de Monumentos, define su protección, las investigaciones arqueológicas y las restauraciones.
En tanto, el Decreto No. 77, con fecha 12 de noviembre de 1980, crea el Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología (Cencrem), subordinado al Ministerio de Cultura y radicado en el antiguo Convento de Santa Clara. El objetivo de esta institución es elaborar y aprobar los proyectos para la conservación y restauración de monumentos, controlándolo todo técnicamente. Además, formaría a los técnicos y especialistas de la materia, tanto en Cuba como en otros países de América Latina y el Caribe. Este proyecto recibió una gran ayuda de la Unesco en esa etapa. Gracias a todos estos esfuerzos se ha restaurado gran parte de ese convento y sólo falta el último claustro.
Otra Resolución es la 3/89, que aclara la situación de los objetos clasificados como “patrimonio cultural” en poder de personas naturales o jurídicas. Esas personas deben declarar la posesión de estos en el Registro Nacional de Bienes Culturales. Aunque a primera vista pudiera parecer extraño, pero es esencial. Tener una pieza clave de un pintor notable es una responsabilidad ante la cultura cubana. Además, si no consta quién la posee y algún ladrón la sustrae, se dificultan las medidas a adoptar.
La Resolución 4/89 en tanto, declara que las obras pictóricas realizadas por artistas cubanos o extranjeros, entre los siglos XVI y XIX, son Patrimonio Cultural de la Nación, así como las de los artistas cubanos nacidos hasta 1960. Para extraer una de esas piezas del país, se hace necesario un permiso del Registro Nacional de Bienes Culturales de la República de Cuba.
La Resolución 57 de 1994 profundiza más, y aclara los tipos de bienes que no pueden ser extraídos del país, a menos que lo autorice la Oficina del Registro Nacional de Patrimonio. También explica que se requiere permiso de exportación para documentos históricos, colecciones u objetos de interés científico, artefactos arqueológicos, objetos etnológicos y folclóricos, archivos en todo tipo de soporte, libros incunables, objetos numismáticos, filatélicos, vitofílicos, entre otros. Todas estas medidas son imperativas. Desgraciadamente, las carencias a que el pueblo cubano ha estado sometido en los últimos años han generado un mercado ilícito de obras de arte y otro tipo de piezas, fundamentalmente en poder de la población. Algunas personas han vendido piezas de la cultura nacional a comerciantes inescrupulosos, quienes han intentado o logrado burlar la vigilancia aduanal. Por la voracidad de los traficantes, sucede con cierta frecuencia que, en estos lances, se mezclan ciertas falsificaciones entre las piezas reales.
Estos problemas, en sus múltiples facetas, no son exclusivos de Cuba. Se trata de un fenómeno internacional, que tiene una connotación especial en los países en desarrollo. Los coleccionistas que deseen comprar un cuadro con garantías pueden acudir a las subastas que, periódicamente, convoca el Consejo Nacional de las Artes Plásticas; o comprar mediante el Fondo de Bienes Culturales. Es preferible hacerlo así.
Además, se asume que, si un extranjero compra un cuadro de esta forma, es para llevárselo, luego de ser evaluado por los especialistas competentes, y le será perfectamente posible obtener el permiso de salida para extraerlo, con todas las de la ley. El impuesto es razonable.
Por último, hay resoluciones que atañen a determinadas personalidades de la cultura, una vez fallecidas, de no existir herederos. De este modo, sus obras y colecciones pasan a ser protegidas por el Estado. Tal es el caso de la Casa Museo Lezama Lima, en la calle Trocadero, en La Habana.
No se debe pasar por alto que estas acciones comprenden también al patrimonio de las capas más humildes de la población y sus creencias. Arcadio, eminente representante de la santería cubana, poseía una importante colección de objetos y utensilios relacionados con las ceremonias religiosas de los cultos afrocubanos, celosamente guardada y protegida por el Estado, lo cual consta en la Resolución 2/87.
Detrás de todas estas leyes está la labor regidora, consciente, aguda y perspicaz de Marta Arjona, desde el Consejo Nacional de Patrimonio.
Sitios Patrimonio de la Humanidad en Cuba
La Declaración de la Unesco de esta categoría no es algo que se otorgue fácilmente, sino que está antecedida de un fuerte análisis y diversas acciones. Los espacios declarados “Sitio Patrimonio de la Humanidad” son fruto de un profundo estudio e intenso trabajo de recuperación por parte de las autoridades del Consejo Nacional de Patrimonio. Ello permite que, hoy por hoy, los cubanos se sientan orgullosos de tener tantos lugares reconocidos internacionalmente. Estos son:
1.- Centro Histórico de La Habana Vieja y su sistema de fortificaciones, 1982.
2.- Valle de Viñales (categoría de paisaje), 1982.
3.- Centro Histórico de Trinidad y su Valle de los Ingenios, 1988.
4.- Castillo de San Pedro de la Roca, Santiago de Cuba, 1997.
5.- Parque Nacional Desembarco del Granma, 1999.
6.- Paisaje Arqueológico de las primeras plantaciones de café al sudeste de Cuba, 2000.
7.- Parque Nacional Alejandro de Humboldt, 2001.
8.- Centro Histórico de la Ciudad de Cienfuegos, 2005.
Con todos ellos se puede hacer un atractivo libro ilustrado o un excelente documental, pero lo más aconsejable es ir a conocerlos directamente.
Sólo deseamos añadir que son monumentos nacionales las siete villas que el Adelantado Diego Velázquez fundara a su paso por Cuba, en los albores del siglo XVI: Baracoa, Santiago de Cuba, Puerto Príncipe (actualmente Camagüey), Sancti Spíritus, Trinidad, Remedios y La Habana.
El binomio Consejo Nacional de Patrimonio–Oficina del Historiador
Es imposible hablar de conservación del patrimonio en Cuba sin mencionar a estas dos instituciones, cuyas funciones se complementan.
Por una parte, el Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología rige la formación de los profesionales dedicados a la restauración–conservación en el plano nacional e, incluso, tiene una fructífera actividad internacional, sobre todo en el área del Caribe y América Latina. Los especialistas de este centro han acometido trabajos de rescate del patrimonio en el país. Entre los más recientes pueden mencionarse las labores dentro de la Finca Vigía, para la conservación de los bienes del escritor estadounidense Ernest Hemingway.
En la actualidad se trabaja intensamente en el rescate de las deterioradas pechinas de la iglesia de Santa María del Rosario. Esta iglesia fue declarada monumento nacional por su depurado estilo barroco, la historia del lugar y su grado de conservación general. El pintor Rodríguez Morey, antes de 1959, había trabajado en estas piezas originales del pintor Nicolás de la Escalera (1734-1804), que son la obra monumental pictórica más antigua e importante de Cuba. Las pechinas son triángulos curvilíneos de grandes dimensiones que, pintadas con imágenes, unen las columnas del crucero con los arcos de apoyo de la cúpula. Representativas de una época de la plástica cubana, tienen diversos valores notables, como el hecho de que, por primera vez en Cuba, aparece un negro plasmado en una obra pictórica. Este trabajo es la tesis de doctorado de la especialista Zaida Sarol.
También diversas casas en La Habana Vieja y piezas de todos los confines del país han sido restauradas y conservadas por los especialistas del Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología. Allí realizan pasantías cubanos y extranjeros, en un plan que se convoca y publica cada año. Los precios para los aspirantes cubanos son módicos y los interesados del interior del país son albergados en las áreas del convento.
El centro cuenta con especialistas en bienes muebles e inmuebles. Sus laboratorios han sufrido los avatares del período especial, al igual que todas las instituciones del país. No obstante, allí se trabaja con el máximo rigor y responsabilidad. A la vez se realizan estudios microbiológicos, estratigrafías y otros análisis. Además, instituciones más favorecidas colaboran con el Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología para que el trabajo no carezca del fundamento científico imprescindible, si lo requiere la pieza en cuestión. Un convenio con un país europeo ha facilitado a los investigadores del centro el acceso a Internet, así como equipamiento informático.
Por su parte, la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana es la heredera de aquella que rigiera -entre 1935 y 1964- Emilio Roig de Leuchsering (1889-1964), Está presidida actualmente por Eusebio Leal Spengler, destacado orador y hombre de magnética personalidad. Leal ha sabido aunar esfuerzos y crear un equipo y organización, capaces de imprimirle a la recuperación de La Habana Vieja un dinamismo vertiginoso. Su principio es que “el arte de la restauración está en saber respetar el paso del tiempo en sucesivas etapas que puedan haber dejado huellas de valor, aquellas que conservan la identidad o personalidad de los edificios y las casas”.
En 1978, al ser declarada La Habana Vieja Monumento Nacional, el Estado proveyó recursos financieros centralizados para su recuperación. Posteriormente, en 1982, el Centro Histórico y su sistema de fortificaciones fueron reconocidos como Patrimonio de la Humanidad. De esta etapa data la restauración de la Fortaleza de la Cabaña, construida entre 1763 y 1774 por Silvestre Abarca. Estas reparaciones se extendieron hacia el Castillo de los Tres Reyes del Morro, creado en 1589 y construido por el ingeniero italiano Juan Bautista Antonelli.
Con la llegada de 1989 y de los sucesos relacionados con la caída del Muro de Berlín, se dificultó el desarrollo continuo de estos trabajos. Luego, en 1993, por el Decreto Ley 143, se dotó de ciertas facilidades a la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, con vistas a autofinanciarse. Esto, unido a un concepto integral de la conservación y restauración del patrimonio mismo, ha permitido la transformación de ese entorno a la vuelta de unos años. La estructura de esta Oficina y su forma de trabajo, en general, puede consultarse en “Plan Maestro La Rehabilitación del Centro Histórico”, revista Opus Habana, Vol. X, No. 1, 2006.
La situación de La Habana Vieja, con sus problemas seculares de hacinamiento poblacional y sus consecuencias sociales, hacía y ha hecho del rescate de la ciudad algo más que un problema técnico. Las personas habitan en los centros históricos, en las casas que se precisan recuperar, y es imposible moverlas de lugar, sin una razón valedera. Este fenómeno de la “tugurización” (proliferación de tugurios) también engendra secuelas de delincuencia, prostitución y otros males incompatibles con una imagen correcta del patrimonio, no sólo para el turista, sino por lo que representa para la identidad nacional.
Por este motivo, en las agendas de los especialistas que transforman La Habana Vieja se han incluido los estudios sociales, que han rendido sus frutos y se han modificado en acciones concretas. Allí no sólo se restauran edificios para convertirlos en museos o centros de restauración. También se han creado hogares de ancianos, espacios de rehabilitación para discapacitados, centros de estudio y se hace un trabajo muy especial con los niños. Estos últimos rotan sus aulas por los museos, lo que les permite familiarizarse desde pequeños con un ambiente cultural diferente al de sus casas. Igualmente se han creado viviendas provisionales para quienes habitan en moradas que han de ser intervenidas. Todas estas tareas las coordina el Plan Maestro, que conduce los estudios del Centro Histórico desde el punto de vista geográfico, urbanístico y sociológico.
Las relaciones internacionales —establecidas de manera inteligente— también han desarrollado un valioso papel en esta empresa. Por dar sólo un ejemplo, cabe señalar el apoyo de la Junta de Andalucía para el proyecto de Rehabilitación del Malecón.
De este modo, la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana ha sido la fuerza transformadora capaz de hacer de La Habana Vieja algo digno de admirarse. Castillos, fortalezas, plazas, palacios, conventos y casas notables han sentido la pujanza de la recuperación.
Pero este tema estaría incompleto si no se menciona el rescate de tradiciones y otras manifestaciones culturales que se llevan a cabo. La Oficina apoya el surgimiento de expresiones musicales de elevada calidad, tales como la Camerata Romeo y el conjunto Ars Longa. Por sus calles transitan, en medio de la algarabía general de sus trompetas y tambores, jóvenes en zancos con trajes multicolores, para alegría y disfrute de nacionales y foráneos. Hay un taller para la enseñanza de labores de lencería, en el cual se rescatan técnicas a punto de perderse. En apretado resumen, se trata de la obra de una institución que es ejemplo de lo que puede hacerse, cuando priman la decisión y el apoyo gubernamental.
Preciso es destacar también las transformaciones en el Museo Nacional de Bellas Artes, institución que depende directamente del Consejo de Estado. Anteriormente sólo se disponía del edificio de Trocadero entre Zulueta y Monserrate, lo que impedía exhibir y conservar adecuadamente todo un tesoro de arte cubano y universal que permanecía guardado en el museo. La inauguración de una nueva sede para el arte universal, en el antiguo Centro Asturiano —frente al Parque Martí—, permitió ampliar notablemente las exposiciones de ambas vertientes. Se restauraron los dos edificios en un trabajo verdaderamente impresionante del arquitecto José Linares. Entre todo lo realizado, el montaje de la colección del Conde de Lagunillas es digno de apreciarse (ver Ernesto Cardet y Ernesto Linares: “La colección de Lagunillas”, en Opus Habana, No. 3, 2001).
La formación de especialistas
Actualmente hay tres niveles de enseñanza para la formación de conservadores-restauradores en sus dos variantes: mueble e inmueble.
La escuela taller Gaspar Melchor de Jovellanos, de la Oficina del Historiador, forma a técnicos medio y obreros calificados en especialidades que corrían el riesgo de perderse, tales como maestros yeseros, carpinteros ebanistas, herreros y otros. Es interesante señalar que, muchos de sus alumnos proceden de sectores de la población con menos oportunidades para el desarrollo. Esta escuela aplica un régimen de estudio y trabajo, mediante el cual los matriculados reciben un estipendio, un módulo de ropa, almuerzo y, al finalizar, tienen trabajo garantizado en la Oficina del Historiador.
El nivel universitario está representado actualmente por el perfil de Conservación y Restauración de Bienes Muebles de la Carrera de Artes Plásticas, perteneciente al Instituto Superior de Arte. Estos estudios se imparten con la decisiva colaboración del Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología y comenzaron en el curso 1996-1997. Se imparten en la modalidad de curso para trabajadores y ya hay cerca de 40 egresados. Las matrículas son pequeñas, dadas las circunstancias materiales en que se desarrolla el proceso docente educativo; no obstante, especialistas consideran que la calidad de los egresados es buena. Dos de sus licenciados realizan el doctorado en España y, según reportan, no han tenido dificultad alguna ante las exigencias pedagógicas europeas.
En el actual curso 2007-2008 comenzó a funcionar el Colegio San Jerónimo de la Habana, dentro de aquel anacrónico edificio de oficinas con terminal de helicópteros, naturalmente, ya modificado por el audaz trabajo del arquitecto José Linares Ferrera, proyectista general. No exento de detractores —que siempre los hay—, este inmueble ha sido rehabilitado material y moralmente, a nuestro entender (información sobre este centro puede encontrarse en el ya citado trabajo de Árgel Calcines: “Campanas al Viento. El Colegio Universitario de La Habana”, revista Opus Habana, Vol. X, No.1 junio/octubre de 2006). Pero aquí nos interesa destacar que en este centro se estudiará una carrera general sobre el patrimonio, con cuatro salidas: Arqueología, Ciencias Museísticas, Gestión Urbana y Gestión Sociocultural. Primero accederán a este recinto universitario los trabajadores de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, luego los de toda la red de Patrimonio nacional y, por último, los egresados de la enseñanza media.
Los estudios de posgrado comenzaron desde 1990, con la maestría de restauración y rehabilitación del patrimonio inmueble, que empezó a impartirse en un esfuerzo conjunto del Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología y la Facultad de Arquitectura del Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría. Como resultado de estos cursos han egresado varias generaciones de ingenieros civiles y arquitectos. Se proyecta una maestría en Bienes Muebles y ya existe un diplomado en el Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología para dicho perfil.
La actividad desplegada hasta el presente por las autoridades cubanas y trabajadores del ramo ha permitido rescatar y preservar, en gran medida, el patrimonio tangible del país, aun en medio de las carencias económicas que se hicieron sentir con más fuerza con la crisis iniciada en la pasada década del noventa. Aunque la labor realizada no puede considerarse perfecta, la isla cuenta con un legado que es orgullo para los cubanos y motivo de asombro para los extranjeros que la visitan.
La formación oportuna y sostenida de personal calificado y de profesionales, es un sostén sólido para, junto con las acciones del Estado, garantizar el empeño de la conservación y restauración de los objetos materiales que representan la identidad cubana.
El intercambio profesional de los especialistas cubanos
No se concibe una rama profesional de la ciencia, la técnica o el arte, en la cual los especialistas no compartan, discutan y presenten los resultados ante sus colegas nacionales y extranjeros. Las vías para ello son comúnmente la publicación de los trabajos —ya sea en forma de libros o artículos de revistas— y, por otra parte, la participación en eventos y congresos.
En lo que respecta a las publicaciones cubanas en el campo de la conservación-restauración, debemos señalar que existen, aunque no son tan abundantes como debieran ser. En ello inciden dos factores fundamentales, y el principal es la carencia de recursos financieros para la edición sistemática de una revista especializada, en la cual los expertos en la materia puedan publicar sus trabajos, obviamente después de un proceso de arbitraje. El otro factor es la falta de una tradición académica en el gremio de los restauradores, lo que conspira contra la aparición impresa de sus resultados. Hay excelentes trabajos que jamás se han llevado a letra impresa, por lo cual, quien no asistió a la conferencia ese día, no tuvo conocimiento de ello. En la medida de las posibilidades, el Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología ha hecho varias ediciones de un boletín, Patrimonio y Desarrollo, que no por la modestia de su formato debe considerarse de bajo nivel. Todo lo contrario, los artículos allí publicados son, en términos generales, muy decorosos, y lo lamentable es la irregularidad de su salida. Existe además, dentro del campo del Consejo Nacional del Patrimonio Cultural, una línea de publicación de libros de autores reconocidos, que con la ayuda financiera proveniente del extranjero, ha permitido dar a luz, recientemente, textos de tanto interés como El Convento de Santa Clara de La Habana Vieja, mencionado anteriormente, y la Historiografía Arqueológica de Cuba, del notable científico cubano Ramón Dacal Moure.
La Oficina del Historiador de la Ciudad edita la revista Opus Habana, ya referida en este escrito, donde aparecen, también, artículos sobre la conservación y restauración. Además, publica el boletín Gabinete de Arqueología, que incluye y tiene en cuenta restauraciones en el ámbito arqueológico.
Es inusual que especialistas cubanos accedan a publicar de manera sistemática en revistas extranjeras, aunque hay trabajos de conservadores y restauradores de la isla en publicaciones españolas, como Pátinas, entre otras.
La asistencia a congresos fuera de Cuba está naturalmente restringida por la situación económica y la carencia de recursos por la que atraviesa el país. No obstante, existe una amplia gama de congresos de mayor y menor envergadura, nacionales e inter-nacionales, que permiten dar a conocer el trabajo que se desarrolla en la isla.
El más importante de los eventos dentro de la rama del Consejo de Patrimonio es el Congreso Internacional de Patrimonio Cultural: salvaguarda y gestión. La VII edición será en marzo de 2008 y los resúmenes serán aceptados hasta diciembre de este año. Por su poder de convocatoria, este evento permite no sólo conocer los trabajos del patio, sino intercambiar con notables profesionales de América y Europa. Tradicionalmente es notable la presencia de especialistas españoles.
La Oficina del Historiador organiza, por su parte, otros eventos y citas. Los cursos asociados a estos congresos permiten incrementar el acervo técnico y cultural de los especialistas cubanos, dado el nivel de los conferencistas. Tales son los casos del Encuentro Internacional sobre Manejo y Gestión de Centros Históricos y el de Restauración y Rehabilitación del Patrimonio Construido.
Comentarios finales
El que concluya de lo anterior que se ha querido presentar una imagen idílica del trabajo de patrimonio en Cuba, y que el mismo transcurre sin tropiezos y en la mayor armonía de sus participantes, no está en lo cierto. Hay en nuestro ámbito, como en toda obra humana, rivalidades, críticas a veces acerbas, criterios divergentes y discusiones. Una actividad tan compleja como la restauración, donde es preciso recuperar la lectura de la obra o pieza y, al mismo tiempo, preservar la pátina del tiempo, no puede dar lugar a que todos los especialistas apoyen una misma y determinada variante. Siempre habrá opiniones divergentes acerca de si es correcto lo que se hizo con tal o más cual edificio, si la microlocalización de esta obra está mal, o si la casa esa no debió ser pintada de amarillo con las ventanas azules.
Pero, más allá de discusiones y divergencias, existe una determinación y un compromiso estatal y personal en el rescate patrimonial.
Beatriz Moreno es jefa del Departamento de Conservación y Restauración de Bienes Muebles, de la Facultad de Artes Plásticas del Instituto Superior de Arte