Si al principio la crisis en Siria parecía una confrontación entre el régimen autoritario de Bashar el-Assad y la oposición, que quería democracia en el país, actualmente la atención se ha desplazado hacia otro plano: ahora se trata de ver si en el futuro seguirá habiendo un gobierno laico o si el fruto de esta crisis será el nacimiento en Oriente Próximo del enésimo estado fundado sobre el islamismo político. En realidad, este cambio de escenario era previsible desde que empezó la crisis siria.

La oposición en el extranjero, reunida en el Consejo de Salvación Nacional de Siria (CSN), daba cabida a  la oposición política contra Damasco, empezando por el exlíder Burhan Ghalioun, profesor en la Sorbona y un personaje simbólico para la elite intelectual siria.

Sin embargo, la lucha armada contra el régimen no ha sido liderada por partidos o grupos políticos, sino por las tropas del Ejército Libre de Siria(ELS), que no poseen ni un cúpula de mando unitaria ni vínculos sólidos con las estructuras políticas de la oposición. En esencia, el ELS es una denominación genérica que recoge a varios grupos revolucionarios armados, adoptada por los periodistas para simplificar la tarea de describir los acontecimientos que tienen lugar en Siria. Pero esto es solo la mitad del problema.

El equilibrio de fuerzas dentro de la oposición armada se está desplazando gradualmente hacia el lado de los yihadistas. Ya desde principios de año el Gobierno de EE UU había expresado sus temores de que en la oposición siria pudiesen hallarse miembros de Al Qaeda y ahora la situación se está deteriorando, como ha señalado el jefe del Pentágono, Leon Panetta. 

Como se desprende de las publicaciones del Instituto del Cercano Oriente de Moscú, los yihadistas están activos sobre todo en Alepo (hay unos 5.000) y en la zona de Idlib. Además, a Siria han acudido algunos voluntarios con convicciones ideológicas bastante discutibles en una sociedad civil, como el hijo, recientemente fallecido en la batalla por la toma de Alepo, del famoso guerrillero checheno Geláev, o algunas figuras del entorno de al-Zawahiri.

Los principales promotores de la 'revolución siria' y una parte significativa de los mandos militares han elegido la opción de un recrudecimiento de la lucha armada contra el régimen, considerándola la única posibilidad de derribarlo.

Así, el objetivo no será ya la democratización del régimen de Bashar el-Assad, sino un cambio en la jerarquía del Estado, mediante el cual, en lugar de un régimen autoritario fundado sobre el ejército y los servicios secretos, subirá al poder un islamismo politizado ligado a las monarquías suníes del Golfo Pérsico. Si aún se podía imaginar que Assad accediese a sentarse a la mesa de negociaciones con la oposición política, cosa a la que intentó obligarlo Kofi Annan,las negociaciones entre los vértices alauíes de Siria y los yihadistas suníes son absolutamente imposibles.

Por lo demás, la ayuda militar occidental sigue siendo decisiva para los insurgentes. De esto son perfectamente conscientes en Washington y en las capitales europeas, donde tanto se habla de 'corredores humanitarios', pero nadie se da prisa por poner en funcionamiento la maquinaria militar. Así, el enésimo estado islámico en Oriente Próximo se abre camino, y no es precisamente una perspectiva emocionante para la primavera árabe, como ya se ha visto en Egipto y en Túnez.