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General: ALGO SOBRE LA LUCHA DE LAS MUJERES POR SU LIBERACIÓN.
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De: Ruben1919 (Mensaje original) |
Enviado: 29/04/2021 15:38 |
Algo sobre la lucha de las mujeres por su liberación .
BÚSQUEDA POR AUTOR
PRÓLOGO
DE
JEANNETTE VERMEERSCH
Los sabios, los genios, los mejores de entre los mejores amigos de la humanidad, escribieron sobre las
mujeres, sobre su vida, su labor, sus sufrimientos, sus combates. Estos hombres se llaman Marx, Engels, Lenin
y Stalin.
Anteriormente a ellos, hombres generosos, como Fourier, se indignaban con la condición de la mujer en
los diferentes estadios de la humanidad. Pero ellos no pudieron indicar el remedio.
Marx, Engels, Lenin y Stalin no solo han aportado a las trabajadoras, obreras y campesinas, a las
madres, su solidaridad, además han buscado las razones de su explotación, de sus sufrimientos, de su
esclavitud. Han explicado estas razones. Han buscado y encontrado el remedio.
Desde antes de la guerra, en 1938, Jean Freville había escogido, traducido y presentado, en la colección
« Los grandes textos del Marxismo », publicados por las Ediciones Sociales Internacionales, numerosos textos
referidos a la vida, a las luchas de las mujeres, a las condiciones de su liberación social, de su independencia.
Desgraciadamente, los hitlerianos y sus cómplices del vichysmo prohibieron, destruyeron o quemaron
todo lo que podía golpear al capitalismo, al imperialismo, ya que ellos eran sus representantes más abnegados.
Ahora bien, nunca hemos tenido tanta necesidad de estos textos, que constituyen un arma sólida en las
manos de los combatientes por la democracia y la paz.
Tras una segunda guerra mundial espantosa, y en el momento en el que los culpables de la guerra
imperialista preparan una guerra que será más espantosa todavía, millones de mujeres se han despertado con
esta conciencia de la necesidad de un combate sin tregua contra los responsables de las guerras injustas, que las
convierten en esposas sin marido, en madres sin hijos, en novias de cadáveres.
Las mujeres han aprendido por experiencia que las guerras, y también los períodos que preceden a las
guerras, significan para ellas, para sus hogares, en los países dirigidos por los imperialistas, el encarecimiento
de la vida, el hambre, la miseria, el sufrimiento, la represión. Han aprendido que, por el contrario, allí donde el
pueblo está en el poder, el pan está asegurado, la libertad existe para la gran mayoría, las energías se ponen al
servicio de la Paz.
Las mujeres no pueden dejar de ver que el mundo está dividido en dos campos, que esta división no es
geográfica, que no opone dos bloques de Estados: es mucho más profunda.
Por un lado, las mujeres ven el mundo imperialista, con, a su cabeza, los círculos financieros y
militaristas de los Estados Unidos. Los Estados imperialistas, Francia incluida, imponen un yugo cruel no solo a
la clase obrera, a los pueblos de sus países, sino también que mantienen en la esclavitud a cientos de millones
de hombres y mujeres de los países coloniales y semicoloniales, cuyos territorios conquistaron a punta de
bayoneta.
En este campo imperialista, que se compone de un puñado de hombres opuestos a sus pueblos, las
trabajadoras, las madres constatan que reina la explotación sinvergüenza del hombre por el hombre, explotación
que golpea asimismo a niños de 6 años en los países coloniales.
En este campo están la miseria, el chabolismo, las epidemias, las hambrunas permanentes. Una
represión sangrienta se abate sobre los pueblos que se rebelan contra las injusticias y que luchan por sus
libertades, por su independencia. La sangre de millones de víctimas enrojece las manos de los imperialistas.
En este campo, está la preparación y desencadenamiento de atroces guerras (1914 y 1939), está hoy la
preparación de una guerra todavía más atroz. Está la carrera armamentística, están los pactos de guerra, están
los presupuestos de guerra aplastantes que cuestan a los pueblos sudor, lágrimas, una miseria creciente.
Todo ello en vista de una guerra que, si los pueblos no toman precauciones, sería desencadenada contra
la vanguardia de las fuerzas del socialismo del mundo, la Unión Soviética, y, por contragolpe, contra todos los
pueblos que aspiran a la felicidad en democracia real y en paz.
En el otro campo, se encuentran los cientos de millones de hombres y mujeres que quieren sacudirse el
yugo imperialista de la miseria, de la represión y de la guerra. A su cabeza, el país que ha roto el sistema
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universal del capitalismo, dando nacimiento a la sociedad socialista, la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas.
Este campo de lucha por la supresión de la explotación del hombre por el hombre, ya realizada en la
Unión Soviética, por la supresión de la explotación de los niños, de la esclavitud de las mujeres. En este campo,
la tierra es de aquél que la trabaja. ¡El camino está abierto a la inteligencia, al saber, en todos los dominios y
por el único bien de la humanidad progresista!
Este campo de lucha es por la democracia, por una paz justa y durable.
En el gran combate que opone a dos mil millones de hombres y mujeres del campo democrático al
puñado de criminales del campo imperialista, fascista, las mujeres toman un papel hasta ahora desconocido.
¿Cuántas mujeres, heroínas, han muerto por la causa de su pueblo, por la independencia de su país, en el
combate contra los culpables de la guerra?
Desde Juana de Arco, heroína de la independencia nacional, a Daniela Casanova, muerta por la causa
del pueblo de Francia y por el comunismo, pasando por la maestra Louise Michel, heroica combatiente de la
Comuna de París, y Juana Labourbe, ejemplo de internacionalismo proletario, ¿cuántas son las « Maries de
Francia, gratos nombres para los hijos, hermanos, maridos » que han luchado hasta el sacrificio, por el pueblo,
por el país, por la democracia y por la paz?
Y aquellas que más han sufrido, las que más han dado, las mujeres de la Unión Soviética, consideran no
ya como un derecho sino como un deber sagrado encontrarse hoy a la cabeza de cientos de millones de mujeres
que desarrollan el combate por la Paz.
Las mujeres, en efecto, han comprendido esta verdad subrayada por Jaurés de que la lucha por la Paz es
el más duro de los combates.
Para engañar al pueblo, para engañar a las mujeres, para aspirar a este infame objetivo: la guerra que
preparan ideológicamente y materialmente, los imperialistas despliegan los mayores esfuerzos.
Quieren sembrar la duda en el seno de las fuerzas de paz. Intentan justificarse por todos los medios.
Dicen y hacen decir: « Siempre ha habido ricos y pobres, y siempre los habrá ».
« El bote de tierra no puede luchar contra el bote de hierro », queriendo hacer creer, naturalmente, que
el imperialismo es el bote de hierro.
« Siempre ha habido guerras y siempre las habrá ».
Estos proverbios inventados por ellos son repetidos hasta el infinito.
A eso vienen a unirse las mentiras, las calumnias contra el pueblo en el poder. A entender de los
imperialistas, no habría nada peor para el pueblo que gobernarse a sí mismo.
Sus lacayos, los socialistas de derecha y las gentes del Vaticano, van más allá puesto que, para ellos, el
imperialismo, el colonialismo siempre vendrán mejor que un gobierno del pueblo. Toman hasta las riendas del
gobierno contra el pueblo, cuando se vuelve demasiado difícil para los hombres de derecha dirigir por sí
mismos directamente su política reaccionaria.
También, para combatir eficazmente a los culpables de la miseria y las guerras injustas, las mujeres
necesitan esclarecer su camino a la luz del marxismo.
Jean Freville ha hecho para nosotras, mujeres trabajadoras, madres de familia, militantes comunistas y
de todo el movimiento democrático femenino (¡y también para militantes de otros espacios!) una nueva
selección de textos marxistas. Estos textos son poco conocidos, algunos inéditos en francés, otros difíciles si no
imposibles de conseguir.
Las militantes encontrarán no solamente la refutación de los argumentos reaccionarios sobre la mujer y
la familia en general, sino también los medios de combatir a la reacción imperialista con inteligencia y éxito.
Ellas encontrarán igualmente la prueba de que el comunismo es el portador de un humanismo superior, que los
comunistas son los defensores reales de la familia, que quieren llevar, lo llevan ya, en la Unión Soviética, en
una sexta parte del globo, a una forma superior.
Gracias a Jean Freville y a las Ediciones Sociales por darnos, con ocasión del Día Internacional de la
Mujer del 8 de Marzo, nuevas armas para nuestro combate, y una razón más para amar de todo corazón a
aquellos que han consagrado sus días y sus noches, su inteligencia, todo lo mejor que tenían, a la felicidad de
los pueblos: ¡Marx, Engels, Lenin, Stalin!
JEANNETTE VERMEERSCH
París, 9 de febrero de 1950.
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L A M U J ER
Y EL COMUNISMO
P O R
JEAN FREVILLE
¡La mujer envilecida, prostituida, puesta en común! ¡Los hijos arrancados a sus padres! ¡La familia
profanada, pervertida, disociada, destruida! Eso es lo que hacen los bolcheviques, clamaban los ideólogos, los
políticos, los plumistas de la clase poseedora, mientras que el incendio de Octubre abrazaba el horizonte y sacaba
de su noche a los pueblos…
¡Verdugos de la mujer, demoledores de la familia !¡Qué argumento soberano para inspirar el horror del
comunismo, qué receta infalible para preparar, en nombre de la moral ultrajada, la cruzada imperialista contra la
joven República de los obreros y campesinos ! La intervención fracasa, gracias al heroísmo de la Rusia
revolucionaria, al genio de los bolcheviques, a la acción del proletariado internacional. Pero la calumnia persiste.
No es nueva. Marx la denunciaba ya en el Manifiesto de 1848. Se arrastró en 1871, en el fango de Versalles. Una
burguesía plena de imaginación y respiro se le aferra.
Los dignatarios de la Iglesia y de la francmasonería, los realistas y los republicanos burgueses, los
puritanos y los fascistas, los defensores de la « persona humana » y los paladines de la « civilización atlántica »,
de acuerdo en exprimir la mano de obra femenina para esclavizar a la mujer invocando sus pretendidas
deficiencias naturales, los mismos que la confinan a su función de reproductora, la encadenan a su limpieza de la
casa y le niegan todos los derechos, se compadecen hipócritamente de la mujer soviética y maldicen la
revolución proletaria, ¡que la ha situado, por primera vez, en pie de igualdad absoluta con el hombre !
En 1931, cuando la crisis, el paro y la miseria hacían evidentes las contradicciones internas del
capitalismo, y que el éxito del primer plan quinquenal demostraba la superioridad del sistema socialista, Paul
Van Zeeland, « conservador esclarecido », líder del partido social-cristiano belga, trazaba el siguiente cuadro del
« infierno soviético »:
« No hay vida en familia: la familia está literalmente destruida en las ciudades y lo va a estar en los
campos, en la que sean colectivizados. No hay ambición personal: todo hombre que se levanta es hecho
sospechoso, todo hombre que logra el éxito en la dirección de una empresa es desplazado. No hay confort,
refinamiento de la vida, no hay vida religiosa, ni esperanza en el más allá ».1
¡No hay vida en familia! ¡Como si no sería el capitalismo el que pone a la mujer en la imposibilidad de
tener una vida de familia estable y satisfacer su instinto maternal! ¡Como si no sería el capitalismo el que le
arranca su marido y sus hijos para la guerra! ¡Como si no sería el capitalismo el que perpetúa la vieja iniquidad
bárbara del macho soberano y de la esclava duramente explotada! Pero ¿qué importa? La fábula grosera de las
« mujeres soviéticas puestas en común » pertenece también al arsenal ideológico de la nueva Santa Alianza.
Cuando, tras la caída del hitlerismo, los trust de los Estados Unidos se pusieron a la cabeza de la cruzada
antisoviética y que la propaganda de Wall Street sucediera a Goebbles, el Comité de actividades no americanas
de la Cámara de representantes publica un catecismo anticomunista. Se puede leer que:
ART 2.- ¿Cual era la concepción de Marx sobre el mundo comunista?
Era que el mundo tal que nosotros lo conocemos debía de ser destruido -religión, familia, leyes,
derecho: todo. Y que toda persona que se opusiera debía de ser destruida también.
Mientras que « los que creen en América y en Dios », para retomar la frase del Cardenal Spellman,
reducen el marxismo a esta caricatura, anarquistas, trotskistas, existencialistas acusan a los dirigentes soviéticos
de haber restablecido las obligaciones patriarcales, la dominación del hombre sobre la mujer.
1 Van Zeeland: Reflexiones sobre el plan quinquenal, pág. 95, Editions de la Revue générale. Bruselas, 1931.
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Así, ¡los bolcheviques están condenados a los demonios por haber suprimido la familia y por haberla
mantenido a la vez! Los matachines del comunismo, que hacen leña de todo árbol, no se molestan con estas
contradicciones. ¿No se trata de tocar diversos medios? ¿No hay que aterrorizar a las clases medias y, al mismo
tiempo, convencer a las masas, impacientes por romper su yugo, de que la realidad soviética no difiere de la
realidad capitalista?
Estos irrisorios anatemas, estas chocheces sobre la « quiebra del comunismo »
2
no impiden a los pueblos
todavía esclavizados luchar por una sociedad en la que, como en la U.R.S.S, la mujer sea liberada y promovida a
la dignidad del trabajo creador.
Puesto que la verdad, que intentan disimular o travestir en vano los profesionales del antisovietismo, bajo
los eslóganes más caducos o bajo atavías remendados, se resume en estas palabras: Ha sido necesaria la
Revolución proletaria para poner fin a la esclavitud de la mujer.
En todas las sociedades que se basan en la explotación, la mujer está humillada, ridiculizada, pisoteada.
El macho le ordena: « ¡Procura placer! ¡Trae niños al mundo! ¡Prepara la sopa! »
Man was made for God
And Woman was made for man…3
« El hombre se hizo para Dios y la mujer se hizo para el hombre », escribe Milton. Bossuet recuerda a
las mujeres « que provienen de un hueso sobrenumerario en el que no había más belleza que la que Dios quiso
poner ». Vigny habla de una lucha eterna « entre la bondad del Hombre y la astucia de la Mujer ». Proudhon
decreta: « la Mujer es la desolación del justo ». Amiel aconseja « honorarla y gobernarla ». Schopenhauer la
define: “un animal con cabellos largos e ideas cortas”. Nietzsche ve en ella « el descanso del guerrero »…
Tal ha sido la filosofía del viejo mundo.
Pero el proletariado revolucionario se inscribe sobre estas banderas:
« Igualdad social de la mujer y del hombre ante la ley y en la vida práctica. Transformación radical del
derecho conyugal y del código de la familia. Reconocimiento de la maternidad como función social. Adopción
por la sociedad de los cuidados y de la educación a dar a los niños y adolescentes. Lucha sistemática contra
las ideologías y las tradiciones que hacen de la mujer una esclava ».
Tales son los principios de los nuevos tiempos. Se realizan en la vida y en los hábitos allá donde los
pueblos se han puesto en marcha hacia el comunismo
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LA OPRIMIDA
La familia no constituye una formación social inmutable. Se ha modificado en el curso de los
tiempos. Esta evolución está determinada, en última instancia, por el factor económico.
La esclavitud de la mujer coincide con ese período de la prehistoria en el que la familia se opone a la
tribu, en el que se desarrolla la propiedad privada, en la que la sociedad se divide en clases y, en el que de la
necesidad de controlar los antagonismos de clase, va a nacer el Estado.
En los períodos remotos de la prehistoria, el hombre se dedica a la caza y la pesca, la mujer se
preocupa de alimentar su progenitura, de protegerla de las fieras, del frío, la intemperie; recolecta y prepara
las hierbas, cura enfermedades y heridas, aprovisiona a las bestias, vela por las reservas, se preocupa por el
futuro,… Actividades indispensables y múltiples, que dan a la mujer, llamada a mantener la especie, una
ventaja respecto al hombre. Es ella la que cría a los hijos, toma las iniciativas, fija los tabúes, descifra y
posee los secretos de la naturaleza: es venerada y temida. El hombre aprecia sus cualidades, se somete a sus
sugerencias: social e intelectualmente, ella es, al menos, su igual.
La mujer entra también en la mitología y la leyenda con cualidades y atributos que le eran propios en
las edades primitivas. Las divinidades tutelarias que representan la generación y la fecundidad, como Cibeles
y Ceres, o la inteligencia, como Minerva, las sibilas que leen el futuro, las hadas y las brujas, dotadas de un
poder sobrenatural, las Madres misteriosas del segundo Fausto de Goethe, son mujeres.
Encantadora, echadora de maldiciones, iniciada, mensajera de lo impenetrable, dispensadora de lo
maravilloso, la mujer encarna los poderes del más allá, lo desconocido, las fuerzas mágicas y ocultas.
En la época del matriarcado, las mujeres ejercían una autoridad preponderante: la filiación era
contada en línea femenina y los hijos pertenecían a la tribu de la mujer. Los escritores de la Antigua Grecia
relatan la existencia, en el caso de ciertas tribus escitas, de « comunas dirigidas por las mujeres »: ahí
estaban los vestigios del matriarcado.
El descubrimiento del cobre, del bronce y del hierro, la fabricación de armas y útiles de metal,
convertida la guerra en fuente principal de subsistencia y beneficio, supondrán el triunfo del macho,
conmocionarán la antigua división del trabajo, relegarán a segundo plano los trabajos domésticos de la
mujer. Con la extensión de la propiedad privada, la acumulación de riquezas en el seno de la familia, el
deseo creciente de un enriquecimiento continuo, se plantea el problema de la transmisión de los bienes.
Poseedor de armas y útiles, de tropas y esclavos, el padre quiere que sus hijos lo hereden. Ahora bien, bajo el
régimen del matriarcado, los bienes del padre no iban a parar a sus descendientes, que continuaban formando
parte de la tribu materna, sino a sus hermanos y hermanas. El hombre se esfuerza en quitar a la mujer su
hegemonía: durante siglos, combate por asegurarse la primacía. Los relatos de luchas sostenidas por las
amazonas parecen referirse a la resistencia armada que las mujeres, en estos tiempos remotos, opusieron en
algunos casos a las pretensiones de los hombres. Pero estos, que deseaban que su posición social respondiera
todavía a su rol económico, acabaron por imponerse.
La filiación femenina y el derecho hereditario materno fueron abolidos. El casamiento múltiple o
temporal fue reemplazado por el casamiento monogámico, que solo el hombre podía romper. Al matriarcado
le sustituye la familia patriarcal, fundada sobre la dominación del hombre, que quiere hijos de una
paternidad indiscutible, para así poder legarle sus bienes. Esta fue la « gran derrota histórica del sexo
femenino ».4
« La monogamia entra en escena como la esclavización de un sexo por el otro, como la
proclamación de un conflicto entre los sexos, desconocido hasta entonces en toda la prehistoria… El primer
antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el
hombre y la mujer en la monogamia, y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el sexo
4
F. Engels: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado.
Índice Inicio búsqueda por autor
masculino. La monogamia fue un gran progreso histórico, pero, al mismo tiempo, junto a la esclavitud y la
propiedad privada, inaugura la época que dura hasta nuestros días, en la que cada paso adelante es al
mismo tiempo un paso atrás relativo, en la cual el bienestar y el progreso de los unos se alcanzan a
expensas del dolor y la frustración de los otros.”5
A partir de ahí, queda establecida la supremacía del hombre. Considera a la mujer como un
instrumento de trabajo y procreación. Del patrimonio de su padre, pasa al patrimonio de su marido, es
cambiada por bestias o armas, su infidelidad es castigada con la muerte, puesto que con ella se deja planear
una duda sobre la legitimidad de su descendencia.
Después, la mujer no ha dejado de sufrir, a través de los regímenes esclavista, feudal, capitalista, una
doble opresión: opresión en el seno de la sociedad, opresión en el seno de la familia.
Las religiones y legislaciones primitivas sancionaron esta subordinación de la mujer, condenada a la
perpetuación de la especie. Tanto la ley de Manu, como el libro de Moisés, ordenan dejar a la esposa sin
descendencia. Los textos sagrados de la India privan a la mujer de bienes y libertad. Los pueblos de Oriente
la desprecian. « He encontrado la mujer más amarga que la muerte », dice el Eclesiasta. Los griegos, cuya
civilización brilla tanto, no la trataban mejor. El padre y el tutor pueden imponerle un esposo de su
selección. El esposo tiene la capacidad de intercambiarla o regalarla. Si ella se vuelve estéril, no repudiarla
es un crimen contra los dioses. Mientras que el hombre se consagra a sus deberes cívicos, ella vive en un
retiro absoluto, sin contacto con el mundo exterior.
Buscaríamos en vano, en el caso de los pensadores griegos, muestras de revuelta contra esta opresión
de la mujer. Apenas algunos de ellos la tratan como compañera cuya opinión convendría conocer. Diógenes
Laerce quería que no hubiera « otra condición a la unión de los sexos que el consentimiento recíproco ».
Pero la mayor parte de los filósofos y escritores griegos son misóginos. Pitágoras distingue « un príncipe
bueno que ha creado el orden, la luz, y al hombre, y un príncipe malo que ha creado el caos, las tinieblas y
a la mujer ». Hipócrates declara: « La mujer está al servicio del vientre ». Hesiodo, Arquíloco e Hiponauses
la denigran; Aristófanes y Menandro la colman de sarcasmos; Pericles la confina en el gineceo; Demóstenes
dice que toma una esposa para tener hijos legítimos, concubinas para estar bien cuidado y cortesanas para los
placeres del amor.
La antigüedad, que desprecia a la mujer, no conoció demasiado el sentimiento del amor.
Ni Platón ni Aristóteles, para quien « la hembra es hembra en virtud de cierta falta de cualidades »,
no piensan en sacar a la mujer de su condición subalterna, en volverla igual al hombre. La comunidad de
mujeres y niños, expuesta por Platón en su República, es la consecuencia y la condición de un comunismo
impuesto a los guerreros en solitario. Estos, los más fuertes y más bravos, no deben poseer nada propio. A la
selección de guerreros corresponde la selección de mujeres que les son destinadas. Los « casamientos más
ventajosos para el Estado serán los más santos »
6
; los magistrados pondrán en relación « los sujetos de élite
de uno y otro sexo », con el fin de que los hijos que vayan a nacer sean vigorosos. En la ciudad ideal de
Platón se afirma la primacía de la especie sobre el individuo, que no es libre de amar ni de escoger a su
agrado.7
En medida que la condición del sexo femenino decae, aumenta la prostitución, herencia de las
antiguas relaciones sexuales y complemento de la boda monogámica. La hetaira griega, escapando a la boda,
se sustrae a la reclusión. Su vida intelectual y sentimental no es disimulada. La hetaira sirve de modelo para
pintores y escultores, inspira a los poetas, ella misma cultiva las artes, conoce a los hombres célebres. Prinea
posa para Praxíteles, Aspasia es la amiga de Pericles, Dánae la de Epicuro, Archeanasa de Platón,…
El derecho romano primitivo no reconoce voluntad propia a la mujer: la somete a la tutela de su
padre. De la ley de las XII Tablas hasta Marco Aurelio, el derecho civil evolucionó en un sentido favorable a
la mujer. La boda con manu daba al esposo un poder discrecional sobre su persona y bienes: la boda sine
manu limita este poder a su persona, y este poder es el mismo neutralizado por la autoridad que el
paterfamilias mantiene sobre su hija. Poco a poco, el legislador restringe los derechos del marido y del
padre, abole la tutela, permite a la mujer heredar y testar. Pero si la romana llega a disponer de su fortuna, es
5
F. Engels, ibidem
6
Platón, La República.
7 Campanella, en La Ciudad del Sol (1623), invoca el mismo principio. “La reproducción de la especie, interesa a la república y no a los
particulares”. También preconiza “las uniones de genitores y genitoras más distinguidos”.
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para disfrutarla. En ningún momento ha luchado para adquirir derechos políticos. Hubo, en la historia de
Roma, guerras de esclavos, pero no hubo movimiento feminista, y no podía haberlo. Las sociedades antiguas
no se plantearon un problema que hubieran sido incapaces de resolver.
El cristianismo naciente aporta a las mujeres y a los esclavos una inmensa esperanza de liberación,
pronto decepcionada. Para la nueva fe, las mujeres afrontan en masa el martirio. Pero desde que el
cristianismo, de religión de los pobres y oprimidos, deviene religión de Estado, degrada a la mujer. ¿No
había dicho San Pablo que « el hombre no ha sido creado para la mujer, sino la mujer para el hombre »?
Los doctores y Padres de la Iglesia la tratan como enemiga, ven en ella la eterna tentación, la
invitación al fornicio, la trampa del mal,… “Mujer, escribe Tertuliano, tu eres la puerta del diablo… ¡Tu
deberías ir vestida siempre de luto y harapos!”. San Juan Crisóstomo la fustiga: « Entre todas las bestias
salvajes, no hay ninguna tan perjudicial como la mujer ». La subordinación de la mujer al hombre es el
principio una constante del canon correcto. « La mujer, escribe Santo Tomás de Aquino, está destinada a
vivir bajo la influencia del hombre y no tiene por sí misma ninguna autoridad ». El celibato impuesto a los
sacerdotes refuerza el descrédito lanzado sobre las relaciones naturales entre los sexos, y subraya, pese al
culto ofrecido a la Virgen, el carácter peligroso y sospechoso de la mujer. La repulsa a la mujer, el odio al
pecado de la carne, incitaron más tarde al Papa Pío IX a proclamar, en 1854, el dogma de la Inmaculada
Concepción. El matrimonio es incompatible con la perfección cristiana. ¿Qué representa? « La unión de las
almas ». La Iglesia destierra la atracción física. El amor no tiene sitio en lo más importante, lo más solemne,
en lo más íntimo de todos los pactos sellados entre dos seres humanos. Pero la prostitución es aceptada como
un mal necesario. « Las prostitutas, leemos en La Suma de Santo Tomás, están en una ciudad que es la
cloaca de un palacio: suprimid la cloaca, y el palacio será un sitio sucio e infecto ».
En la Edad Media, la mujer es considerada la propiedad del hombre. Incorporada al feudo, depende
del señor: éste, escogiéndole un esposo, dispone de la mujer y del dominio. El caballero puede maltratar a su
esposa, pegarla, « castigarla razonablemente », regalarla, legarla por testamento, repudiarla y, hasta el siglo
XIII, venderla. Casada, está obligada a una fidelidad unilateral: el marido, cuando está ausente, la encierra
bajo llave en un cinturón de castidad. Viuda, ella debe aceptar un nuevo amo. Desde la edad de siete años, el
hijo de sexo masculino, escapa a la autoridad materna; si su padre muere, puede declararse mayor de edad y
ser tutor de su propia madre.
Así vive la mujer en el seno de la clase dominante. En cuanto a la mujer del siervo, sometida al jus
primae noctis, es una bestia de carga, miserable, ignorante, reventada por la sociedad feudal.
En la barbarie de la época florecen los focos del amor cortés. Nobles damas, apasionadas de la
literatura y de la belleza, atraen en torno a ellas a poetas, oponiendo a la brutalidad conyugal las dulzuras del
buen decir y las inclinaciones del corazón, rinden cuentas sobre las cuestiones de galantería de los arrestos
motivados, en los tribunales llamados cortes de amor.
“El amor, en el sentido moderno de la palabra, sólo se presentaba en la Antigüedad fuera de la
sociedad oficial… La Edad Media arranca del punto en que se detuvo la Antigüedad, con su amor sexual en
embrión, es decir, arranca del adulterio.”.
8
El Renacimiento no modifica la condición jurídica de la mujer, pero aporta cambios considerables en
las costumbres.
Las nuevas aspiraciones, el espíritu de investigación y de libre examen, los inventos y
descubrimientos, el empuje individualista, el humanismo golpean las costumbres feudales y la escolástica.
La mujer adquiere cierta independencia, toma parte en la vida intelectual, encuentra defensores. Erasmo
denuncia la tiranía de los hombres « que tratan a las mujeres como juguetes, hacen de ellas sus lavanderas y
cocineras ». Soberanas y condottiers, poetisas y músicas, sabias, letradas, cortesanas se liberan de la moral
corriente; pero, aún así, siguen siendo casos aislados.
Mientras que la burguesía ascendente en los siglos XVII y XVIII, preconiza la austeridad, las
virtudes familiares, la discreción de la mujer, en la Corte y en los salones, el sexo bello triunfa. Sin
ambicionar nada más que la gloria de aparentar, y los éxitos mundanos, brillante, superficial, frívola,
reducida a la habilidad, a la intriga, a las aventuras amorosas, la mujer de la clase dominante se corrompe en
la ociosidad, el goce, el desprecio de la maternidad, la miseria moral.
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De 7.276.845 personas ocupadas en la tierra, la estadística oficial cuenta 3.896.457 mujeres. Es decir,
el lugar de la mujer en la agricultura, su rol social en la nación. Mientras no hayamos remediado
efectivamente la desgraciada suerte de la campesina, la agricultura se degradará, los pueblos se despoblarán,
el país será amenazado en sustancia y en futuro.
M aurice Thorez, L a Mujer en el pueblo,
L ’Humanité, 3 de julio de 1939.
* * *
LAS CONDICIONES DE EXPLOTACIÓN
DE LA MUJER EN LA SOCIEDAD CAPITALISTA
P O R
JEANNETTE VERMEERSCH
La introducción de mujeres en la producción y en los diferentes dominios de la vida económica y
social del país es un fenómeno histórico de progreso. El trabajo de las mujeres es el aporte de nuevos brazos,
nuevos intelectos. El trabajo es para las mujeres la perspectiva de la independencia económica, la posibilidad
de ganar su pan en igualdad con el hombre, el derecho a escoger un esposo, el derecho a una vida honesta y
digna.
El trabajo hace de la mujer un ser inteligente, más comprensivo, capaz de elevarse por encima de sus
únicas preocupaciones para interesarse por la suerte de sus semejantes, la suerte de su país. La introducción
de un número cada vez mayor de mujeres en el trabajo social crea las condiciones para una unión sólida del
pueblo, más numeroso, más fuerte en la lucha que mantiene contra sus enemigos.
Para muchas mujeres reventadas de preocupaciones la fórmula puede parecer tentadora. Sin embargo,
imaginemos que mañana los cientos de miles de costureras se quedan en casa. ¿En qué nos convertiríamos
sin vestidos? Y no olvidemos que nuestras costureras participan del buen nombre de Francia, que nuestras
costureras generan divisas. Es imposible olvidarse del trabajo de nuestras costureras.
Que nuestras enfermeras, asistentas, auxiliares deciden de repente quedarse en casa… ¿qué haríamos
en los hospitales, maternidades y centros de salud?
Imaginemos que los dos tercios de los efectivos de la enseñanza abandonan el trabajo. ¿Qué haríamos
con nuestros pequeños escolares?
¡En las industrias del textil, de los cueros y pieles, de la ropa, de los productos farmacéuticos, sería el
paro total del trabajo! Y en la agricultura, sin el trabajo de las mujeres, no hay abastecimiento posible.
Faltaría aún que estos millones de mujeres pudieran vivir sin trabajar.
Los reaccionarios querrían mantener a la mujer en la oscuridad, llevar la familia al estado tribal. Su
concepción de la familia no está basada en la mujer que trabaja, en el respeto y estima mutua de los esposos,
en el respeto y la estima recíproca de padres e hijos, en la igualdad entre esposos, en la afectividad. Quieren
inculcar al pueblo la concepción de la familia, basada en el temor a Dios, el temor al padre, el temor al
diablo, la resignación ante Dios, ante el padre y sobre todo ante los amos capitalistas.
…Hay que constatar que el sistema capitalista significa una doble explotación para las mujeres.
Explotación capitalista en la fábrica, en la oficina, en la tienda, y explotación doméstica, puesto que la mujer
es todavía a día de hoy, considerada como la que se tiene que ocupar de lo penoso, lo ingrato, el
embrutecedor trabajo de la limpieza.
Las mujeres han sido llamadas a las fábricas por los amos capitalistas, cuando estos tenían necesidad
de mano de obra en los períodos de prosperidad.
En período de crisis, de paro, son utilizadas como
fueron arrojados a las prisiones y campos de concentración por el Gobierno de Daladier, en los que los
alemanes no tuvieron más que echarles mano para deportarlos o asesinarlos.
En ese momento, toda la prensa reaccionaria y « bien pensante » alababa a las mujeres. Eran astutas,
hábiles, inteligentes, su capacidad era superior a la del hombre para ciertos trabajos, rendían inmensos
favores al país, etc.… Después, el enterrador de la patria, Paul Reynaud, llama a Petain al poder. Petain
firma el vergonzoso armisticio. No se necesitan más mujeres. Comienza entonces otro refrán. « La mujer es
el ángel guardián del hogar ». « Su sitio está en el hogar », y, sin preocuparse de si el padre estaba ausente,
deportado o preso, sin preocuparse de si el niño tendría pan, se echa a la mujer de la fábrica, se expulsa a la
mujer casada de los servicios públicos, de la administración. Las maestras y mujeres funcionarias son
prejubiladas.
Así, con muchos loores, con muchos discursos pomposos, se rechazaba a aquellas cuyos méritos
tanto se habían ensalzado un año antes.
En 1942, la guerra da un giro inquietante para Hitler y sus cómplices, los petainistas y colaboradores.
Hitler necesita mano de obra. Petain organiza el « relevo ». Luego, el S.T.O. decreta que las mujeres de
dieciocho a treinta y cinco años serán movilizadas. Es el trabajo obligatorio para las mujeres, cuya presencia
en el hogar no era, al parecer, necesaria ya. Es el ángel del hogar transformado en carne de trabajo para el
Fürher.
Todo eso sin preocuparse en ningún momento por el ser de carne y hueso, de la mujer, de la madre.
Cuando pensamos que Monseñor Suhard es el inspirador y director espiritual de los movimientos
católicos femeninos que reclaman la « vuelta de la mujer al hogar », que este mismo Monseñor colaboraba
con Petain, nos quedamos confusas con tanto jesuitismo, tanta hipocresía.
Así, tan lejos como remontamos en la historia del movimiento obrero, constatamos una explotación
sinvergüenza del trabajo femenino e infantil.
J eannette Vermeersch: L as Mujeres en la Nación
Discurso pronunciado al Congreso de Estrasburgo, 27 de junio de 1947
* * *
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CUARTA PARTE:
LA MU J ER EN
E L PAÍS DE LOS SOVI ETS
LA MUJER Y LA VIDA PÚBLICA
P O R
LENIN
- I -
Mientras que las mujeres no sean sólo llamadas a participar libremente en la vida política en general,
sino también a cumplir un servicio cívico permanente y universal, no puede haber socialismo, ni siquiera una
democracia integral y duradera. Las funciones de « policía », tales como la asistencia a los enfermos y niños
abandonados, el control de la alimentación etc., no pueden, en general, estar aseguradas de forma
satisfaciente mientras que las mujeres no hayan obtenido la igualdad no ya nominal, sino efectiva.
L enin: L as tareas del proletariado en nuestra Revolución
Escrito el 10/23 de abril de 1917, publicado como folleto en septiembre de 1917.
- II –
Nosotros no somos utopistas. Sabemos que el primer peón o la primera cocinera que vengan no
estarán en condiciones de participar inmediatamente en la administración del Estado. En eso estamos de
acuerdo con los kadetes, con Brechkovskaia, con Tsereteli. Pero nos diferenciamos de estos ciudadanos en
que nosotros exigimos la ruptura inmediata con el prejuicio según el que, solos, los funcionarios ricos o de
familia rica serían capaces de dirigir el Estado, de cumplir el trabajo administrativo corriente, cotidiano.
L enin: ¿Cons ervarán los bolcheviques el Poder?
Octubre de 1917
* * *
¡IGUALDAD COMPLETA PARA LAS MUJERES!
P O R
LENIN
- I -
Camaradas, las elecciones al Soviet de Moscú dan testimonio de la consolidación del Partido
comunista en el seno de la clase obrera.
Las obreras deben tomar mayor parte en las elecciones. Único en el mundo, el poder de los Soviets
ha sido el primero en abolir completamente todas las viejas leyes burguesas, las leyes infames que
consagraban la inferioridad legal de la mujer y los privilegios del hombre, notablemente en el matrimonio y
las relaciones con los niños. El poder de los Soviets ha abolido el primero y único en el mundo, en tanto que
poder de los trabajadores, todos los privilegios que, ligados a la propiedad, son mantenidos en beneficio del
hombre, en el derecho familiar, por las Repúblicas burguesas más democráticas.
Allí donde haya propietarios terratenientes, capitalistas y comerciantes, no puede haber igualdad
entre el hombre y la mujer, tampoco ante la ley.
Allí donde no hay propietarios terratenientes, capitalistas ni comerciantes, allí donde el poder de los
trabajadores construya sin estos explotadores una vida nueva, hay igualdad entre el hombre y la mujer ante
la ley.
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Pero es insuficiente.
La igualdad ante la ley no es todavía la igualdad en la vida.
Entendemos que la obrera conquiste no sólo ante la ley, sino también en la vida, la igualdad con el
obrero. Para eso hace falta que las obreras tomen parte cada vez mayor en la gestión de las empresas
públicas y en la administración del Estado.
Administrando, las mujeres realizarán pronto su aprendizaje y alcanzarán a los hombres.
¡Elegid por tanto más obreras comunistas o sin partido al Soviet! Poco importa que una obrera
honesta, sensata y concienciada en su trabajo no pertenezca al Partido: ¡elegidla para el Soviet de Moscú!
¡Que haya más obreras en el Soviet de Moscú! ¡Que el proletariado moscovita demuestre que está
dispuesto a hacer lo que sea necesario y que hace todo para luchar hasta la victoria contra la vieja
desigualdad, contra el viejo envilecimiento de la mujer!
El proletariado no conseguirá emanciparse completamente si no conquista una libertad completa para
las mujeres.
L enin: A las obreras
P ravda, 22 de febrero de 1920
- II –
El capitalismo une una igualdad puramente formal a la desigualdad económica y, en consecuencia,
social. Es una de sus características fundamentales, mentirosamente disimulada por los partidarios de la
burguesía, por los liberales e incomprendidos de los demócratas pequeño burgueses. De esta característica
del capitalismo deriva, entre otras cosas, la necesidad, en la lucha resuelta por la igualdad económica, de
reconocer abiertamente la desigualdad capitalista, y también, en ciertas condiciones, de poner este
reconocimiento altamente formulado de la desigualdad en la base del Estado proletario (Constitución
soviética).
Por otra parte, mismo en la igualdad puramente formal (la igualdad jurídica, “igualdad” del bien
alimentado y del hambriento, del poseedor y del no-poseedor), el capitalismo no puede ser consecuente. Y
una de las manifestaciones más flagrantes de esta inconsecuencia es la desigualdad entre la mujer y el
hombre. Ningún Estado burgués, aunque sea progresista, aunque sea republicano o democrático, no ha
reconocido la entera igualdad de los derechos de la mujer y el hombre.
La República de los Soviets de Rusia, por contra, ha barrido de un solo golpe, sin excepción, todos
los restos jurídicos de la inferioridad de la mujer y asegurado de golpe la igualdad más completa por ley para
la mujer.
Se ha dicho que el nivel de cultura de un pueblo estaba mejor definido por la situación jurídica de la
mujer. En esta fórmula hay algo de profunda verdad. Desde este punto de vista, solo la Dictadura del
proletariado, sólo el Estado socialista podría alcanzar el grado más alto de cultura.
Es por lo que el nuevo impulso de una potencia sin precedentes, dada al movimiento obrero femenino
es inseparable de la fundación (y de la liberación) de la primera República de los Soviets, -y, paralelamente,
en conexión con este último hecho, de la Internacional comunista.
Tratándose de aquellos que el capitalismo oprime directa o indirectamente, entera o parcialmente, el
régimen de los Soviets, y sólo este régimen, les asegura la democracia. La condición de la clase obrera y los
campesinos más pobres lo demuestra claramente. La condición de la mujer lo demuestra también
claramente.
Pero el régimen de los Soviets es el último combate decisivo por la abolición de las clases, por la
igualdad económica y social. La democracia, aunque ofertada a los más oprimidos por el capitalismo, no nos
basta.
El movimiento obrero femenino, no contento con una igualdad puramente formal, se propone como
tarea principal la lucha por la igualdad económica y social de la mujer. Hacer participar a la mujer en el
trabajo productivo social, arrancarla de la esclavitud doméstica, liberarla del yugo embrutecedor y
humillante, eterno y exclusivo, de la cocina y la habitación de los niños, he ahí la tarea principal.
Esta lucha será larga. Exige una transformación radical de la técnica social y de las costumbres. Pero
acabará finalizando con la victoria completa del comunismo.
L enin: P ara el Día Internacional de las mujeres
P ravda, 7 de marzo de 1920.
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- III –
El hecho esencial, fundamental, en el bolchevismo y la Revolución rusa de Octubre, es que han
arrastrado a la política precisamente a aquellos que, bajo el capitalismo, eran los más oprimidos. Estas capas
habían sido aplastadas, engañadas, esquilmadas por los capitalistas, y bajo el régimen monárquico y en las
Repúblicas democráticas burguesas. Este yugo, este engaño, este pillaje al pueblo trabajador por los
capitalistas era inevitable, mientras existía la propiedad privada sobre la tierra, las fábricas, los talleres.
Lo esencial del bolchevismo y del poder soviético es que, desenmascarando la mentira y la hipocresía
de democratismo burgués, aboliendo la propiedad privada de las tierras, de las fábricas, de los talleres,
concentran todo el poder del Estado en manos de las masas trabajadoras y explotadas. Son estas mismas,
estas masas, las que toman en sus manos la política, es decir, la obra de construcción de la nueva sociedad.
Tarea difícil, puesto que las masas han sido rechazadas y aplastadas por el capitalismo, pero para salir del
esclavismo asalariado, del esclavismo de los capitalistas, no hay otra salida y no puede haberla.
Ahora bien, es imposible arrastrar las masas a la política sin arrastrar a las mujeres a la política.
Efectivamente, bajo el capitalismo, la mitad femenina del género humano sufre una doble opresión. La
obrera y la campesina están oprimidas por el Capital, y, por encima del mercado, mismo en las Repúblicas
burguesas más democráticas, y para empezar, ellas no disponen de los mismos derechos que el hombre,
puesto que la ley no les concede la igualdad con él; después, -y es lo esencial-, viven en el “esclavismo del
hogar”, se convierten en las “esclavas domésticas” que sufren el yugo del trabajo más mezquino, más
oscuro, más pesado, el más embrutecedor, el trabajo de la cocina y, en general, de la limpieza individual y
familiar.
La revolución bolchevique, soviética, arranca las raíces de la opresión y de la desigualdad de las
mujeres de forma más profunda que ningún partido ni ninguna revolución en el mundo. Aquí, en Rusia
soviética, no ha quedado rastro alguno de la desigualdad jurídica entre el hombre y la mujer. El poder
soviético ha abolido completamente la desigualdad particularmente innoble, abyecta e hipócrita en el
derecho del matrimonio y la familia, la desigualdad concerniente a los niños.
Todo ello no es más que un paso en la emancipación de la mujer. Sin embargo, ninguna de las
Repúblicas burguesas, incluso la más democrática, se ha atrevido a dar este primer paso. No se han atrevido
por miedo de la “santa propiedad privada”.
El segundo paso más importante fue la abolición de la propiedad privada de la tierra, de las fábricas y
talleres; eso, y solo eso, abre la vía a la emancipación completa y real de la mujer, a su liberación del
“esclavismo doméstico” por el paso del pequeño hogar individual al gran hogar socializado.
Este paso es difícil puesto que se trata de la transformación de un “orden” de los más enraizados,
habitual, firme, empedernido (a decir verdad, no es un “orden” sino infamias y barbarie). Pero este paso ha
empezado a darse, la obra ha comenzado, nos hemos comprometido con la nueva vía.
Con ocasión del Día internacional de las mujeres, las obreras de todos los países del mundo reunidas
en innumerables mítines, enviarán sus saludos a la Rusia soviética que ha comenzado una obra
extremadamente difícil y pesada, pero grande, de una grandeza mundial, y verdaderamente liberadora. Se
oirán valientes exhortaciones para no dejarse intimidar por la reacción burguesa, feroz y a veces bestial. En
la medida que un país burgués es “libre” o “democrático”, más estragos causa y ejerce una represión salvaje
contra la revolución obrera la banda de los capitalistas: no tenemos más que tomar el ejemplo de la
República democrática de los Estados Unidos. Pero las masas obreras ya han despertado. La guerra
imperialista ha despertado de su letargo definitivamente a las masas adormecidas, somnolientas, inertes, en
América, en Europa y en la Asia atrasada.
El hielo se ha roto en todas partes del mundo.
La liberación de los pueblos del yugo del imperialismo, la liberación de los obreros y obreras del
yugo del Capital realiza progresos irresistibles. Esta obra ha sido empezada por docenas y centenas de
millones de obreros y obreras, campesinos y campesinas. Es por lo que esta obra, que libera al trabajo del
yugo del Capital, vencerá en el mundo entero.
L enin, E l Día Internacional de las mujeres
P ravda, 8 de marzo de 1921
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