Autor: Enrique Monasterio
| Fuente: Fluvium.org
Sin título |
Le propongo que limpiemos entre todos esta palabra santa, y no toleremos que la irreverencia se extienda |
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Empiezo a redactar este artículo en la capilla del Centro
universitario donde trabajo. En este pequeño oratorio celebraré la Santa
Misa dentro de media hora. Entre tanto permanece en penumbra.
Para escribir me basta la luz tenue que ilumina el
Sagrario.
He
puesto una palabra como título. La leo en voz alta
y siento la misma desazón que me produce oírla a
todas horas: en la radio, en la televisión, en la
calle, en las conversaciones más triviales e incluso en ambientes
presuntamente cultos. Decido tacharla. Había escrito "La Hostia".
"La Hostia" es una palabra
profanada, un vocablo envilecido, contaminado por el vómito de millares
de blasfemos que se han ensañado con Ella durante años.
No tengo tiempo ni ganas de hacer un análisis sociológico
o histórico de la cuestión; pero, en todo caso, ofender
a Dios con la palabra siempre me ha parecido un
pecado estúpido, una especie de pataleta de adolescente, aunque sea
cosa de viejos. Los blasfemos se rebelan contra sus más
íntimas creencias con la misma agresividad del quinceañero que escupe
a un retrato de su padre para reivindicar su autonomía.
No tan
grave, pero sí tan necia como la blasfemia, es la
irreverencia consciente, el manoseo torpe o graciosillo del lenguaje sagrado
para escándalo de ancianitas o regocijo de clerófobos. La Hostia
Santa (tenía ganas de poner este adjetivo) se ha convertido
para muchos en un sustantivo "audaz", en un churrete asqueroso
del lenguaje progre o en una muletilla mohosa para tartamudos
mentales. Hace un rato, frente al despacho del capellán, un
grupo de alumnos de Derecho comentaba el último examen de
no sé qué asignatura. Una alumna repitió tres o cuatro
veces esta palabra con su correspondiente artículo determinado. Yo no
podía verla, y quizá ella tampoco era consciente de que
la escuchaba a pocos metros. La chica probablemente no quería
ofender a nadie, pero su reducido vocabulario precisaba de un
comodín, y por lo visto no tiene otro mejor.
Sin embargo, la Hostia
es Jesucristo. No quiero decir que "signifique" la presencia de
Jesús entre nosotros; ni siquiera que "esté" escondido en un
pedazo de pan. No: el pan ya no existe. La
Forma consagrada "es" Jesús, su Cuerpo, su Sangre, su Alma,
su Divinidad.
Miro al Sagrario. Todavía faltan diez minutos para la Misa.
Dentro de poco tendré la Hostia en mis manos: el
Cuerpo glorioso e inmortal de Jesús, que ha querido permanecer
con sus heridas abiertas, entregándose eternamente al Padre desde la
Cruz, para hacer perenne su Sacrifico.
Por eso, mientras trato de prepararme para
celebrar la acción más sagrada y trascendente que podemos realizar
en esta vida, pienso en ese Jesús escupido, torturado y
humillado que se dispone una vez más a ser Sacerdote
y víctima del Sacrificio. Y me pregunto si, tal vez,
permitirá tantas ofensas, insultos e irreverencias a su presencia eucarística
para poder seguir sufriendo como Hostia igual que sufrió en
la Cruz.
He
terminado la Misa hace veinte minutos. Hablo con Nacho de
todo esto. Él piensa que tengo razón en el fondo,
pero que exagero.
— La gente no sabe lo que dice. A mí
no me gusta emplear esas palabras, aparte de que soy
la mar de tranquilo, pero cuando juegas a basket y
te dan un codazo, no sé…, a lo mejor se
me escapa. ¿Está mal eso?
— Las palabras salen siempre de algún sitio
–respondo–; y nunca son inocuas.
Le propongo que limpiemos entre todos esta palabra
santa, y no toleremos que la irreverencia se extienda entre
personas que ni siquiera sospechan que ofenden al Señor. Que
no vaya de boca en boca como si fuera basura.
— ¿Y
qué se consigue con eso?
— Dar gloria a Dios. Y, de paso,
reparar por tantas ofensas.
Imagina por un momento que estás en el
Huerto de los Olivos con Jesús. Él lleva ya sobre
sus hombros todos los pecados de los hombres, y no
aguanta más el peso y la repugnancia de ese cáliz
terrible. Ha empezado a sudar gotas de sangre… ¿No te
gustaría limpiarle la frente y besar su rostro?
Limpiemos al menos su Nombre;
no seamos cobardes. | |
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