Fue el perro Paco un ilustre protagonista del Madrid del S. XIX. Hoy le rendimos tributo desde aquí. De origen humilde –callejero- logró atraerse el cariño de los madrileños que frecuentaban los cafés y restaurantes más distinguidos del momento.
De manera fortuita un día de octubre de 1879 se coló en el Café Fornos -que estaba situado en la esquina de las calles de Alcalá con la de la Virgen de los Peligros- y se acercó a una mesa donde comía el marqués de Bogaraya. Al aristócrata le debió de resultar gracioso el animal y le puso de nombre Paco, dado que aquel día se celebraba San Francisco de Asís.
Desde aquel momento, el chucho se pasaba todas las noches por el café para recibir algún bocado de quien le había bautizado y otras palabras cariñosas de quienes acudían al local. Poco a poco se fueron encaprichando con él los clientes y camareros y se fue convirtiendo en un personaje más de aquel lugar.
Imagen del Cafe Fornos, en 1908. En la actualidad (2010) hay una sucursal de "Starbucks Cofee".
Con el tiempo, el perro Paco fue muy conocido en la ciudad llegando incluso a entrar en circos, teatros y demás restaurantes. En su honor se escribieron valses y su retrato fue inmortalizado en las cubiertas de las partituras. Las tiendas de música adornaban las ventanas con su foto, las confiterías realizaban figuras de azúcar del famoso can e incluso llegó a haber un periódico llamado “El perro Paco”.
Portada de la partitura de una polca en honor del can.
Su popularidad llegó hasta las plazas de toros. Dos conocidos toreros “Frascuelo” y “Lagartijo” le llevaban en sus viajes. Es curioso, contaban las gentes, cómo el perro se sentaba a la puerta de la casa de Frascuelo –en la calle Arenal 22- el día que había corrida y le acompañaba hasta el coso.
Pero el famoso perro no murió de viejo. Una tarde de toros, el perro acudió a la plaza a ver a un novillero. Pero la faena no fue muy buena y el perro se lanzó a ladrarle. El joven torero en un ataque de rabia le metió una estocada que acabó con su vida. El público casi lincha al matador.
A pesar de que el perro Paco fue atendido con el mejor tratamiento médico, falleció a los pocos días. Todo Madrid lloró su muerte, que fue sonada desde el Café Fornos, hasta las Cámaras del Parlamento y el Palacio Real. Incluso los rotativos se hicieron eco de la tragedia.
Algunas fuentes aseguran que Paco fue enterrado en un museo taurino que había en la calle de Alcalá. En 1889 el perro fue trasladado a una tumba anónima del Retiro, donde descansa desde entonces el can madrileño más ilustre.