La mayoría de los misioneros galácticos de los ańos 50 debió de dar por imposible la salvación de la humanidad. Entonces, entraron en escena crueles alienígenas que experimentaban con los hombres y mujeres que se cruzaban en su camino. Su primera víctima fue un matrimonio estadounidense, cuya vivencia en el interior de un ovni alcanzó fama mundial y marcó una nueva época en la historia de la ufología. Atrás, quedaban los platillos volantes en el cielo y los encuentros místicos en remotos parajes; ahora, los tripulantes de los ovnis secuestraban a seres humanos para examinarlos e incluso mantener relaciones sexuales. Todo comenzó en 1966, cuando la revista Look publicó dos artículos de JOHN FULLER, en los que se narraba cómo seres alienígenas habían secuestrado a una pareja en una carretera secundaria del estado de New Hampshire cinco ańos antes.
BARNEY y BETTY HILL regresaban en automóvil de unas vacaciones en Canadá en la noche del 19 de septiembre de 1961, cuando la mujer se dio cuenta de que una misteriosa luz les perseguía. El hombre creía que se trataba de un avión; pero su esposa le persuadió de que no podía ser un aeroplano. Detuvieron el coche, y Barney Hill se sintió aterrorizado tras observar la luz a través de los prismáticos y temer que les fueran a secuestrar los tripulantes de un ovni. En un intento de burlar a los perseguidores, el empleado de Correos decidió abandonar la carretera elegida para el viaje y tomar una vía secundaria. El matrimonio llegó a su casa de Portsmouth dos horas más tarde que lo previsto.
Al día siguiente, Betty Hill llamó por teléfono a su hermana Janet, una apasionada de los platillos volantes, para contarle lo sucedido. La conversación sirvió para que los Hill se pusieran en contacto con la Fuerza Aérea. Betty compró el último libro de Donald E. Keyhoe, The flying saucer conspiracy (1955), y escribió al ex militar, que por aquel entonces dirigía el crédulo Comité Nacional para la Investigación de los Fenómenos Aéreos (NICAP). En el informe oficial y en la carta al ufólogo, el matrimonio sólo habló de una luz nocturna, similar a una estrella, que luego se convertía en una «torta, rodeada de ventanas en la parte delantera, a través de las cuales se veían luces azulblancas» [Fuller, 1966]. No fue hasta que Barney tuvo que acudir al psiquiatra por prescripción médica cuando el secuestro salió a la luz. De raza negra, el hombre se sentía culpable de haber abandonado a su primera esposa y a su hijo por Betty, una mujer blanca. Mediante hipnosis, el doctor BENJAMIN SIMON tuvo conocimiento de la observación del ovni, a la que, según ambos miembros del matrimonio recordaban en estado hipnótico, había seguido un secuestro y un reconocimiento médico a bordo del platillo volante.
El psiquiatra, que sospechaba que el episodio del rapto era una fabulación, lo confirmó cuando la mujer le informó de las pesadillas que había tenido desde la noche del presunto secuestro. Los sueńos de Betty Hill eran idénticos al relato obtenido de ambos testigos bajo hipnosis. La historia había sido inventada por la mujer, ya que sus recuerdos eran mucho más completos que los del hombre, a quien había contado las pesadillas durante meses. A juicio de Benjamin Simon, «los Hill no mentían» cuando contaban su historia, pero ésta estaba basada en los sueńos de la mujer y no en un hecho real [Fuller, 1966]. El médico estaba seguro de que las pesadillas no habían sido causadas por un secuestro alienígena, ya que la exposición estaba plagada de inconsistencias. Así, por ejemplo, los extraterrestres de Betty hablaban en inglés y sabían manejar la cremallera del vestido de la mujer, mientras que los de Barney ni tenían boca ni se explicaban que el hombre utilizara dentadura postiza. Además, aunque los alienígenas ignoraban lo que era el paso del tiempo, cuando la mujer abandonaba la nave, uno le dijo: «Espera un minuto» [Klass, 1989].
ROBERT SHEAFFER, astrónomo aficionado, cree que el objeto que persiguió a los Hill fue el planeta Júpiter, excepcionalmente brillante aquella noche. De hecho, el matrimonio vio por primera vez el ovni encima de una estrella localizada bajo la Luna. En realidad, por debajo del satélite terrestre, había aquella noche dos planetas, Saturno -la estrella de los Hill- y Júpiter. «De haber existido un auténtico ovni, habría habido tres objetos cerca de la Luna: Júpiter, Saturno y el ovni» [Sheaffer, 1981]. Pero el matrimonio sólo recordaba haber visto dos. Quien crea que es difícil confundir un planeta con una nave extraterrestre tiene que saber que efectivos de la Policía autónoma vasca, de la Asociación de Ayuda en Carretera, de la Cruz Roja y de varias guardias urbanas cometieron el mismo error que los Hill en la madrugada del 11 de julio de 1985, cuando una caravana de vehículos siguió a Júpiter por las carreteras guipuzcoanas durante cinco horas. A pesar de que el planeta fue identificado como tal por un astrónomo que presenció los hechos, los testigos creyeron firmemente que lo que perseguían era un objeto «tripulado o, por lo menos, extrańo a lo que conocemos en la Tierra» [Segura, 1985]. Respecto a las dos horas de retraso que los Hill achacaban al tiempo que había durado el secuestro, sólo hay que decir que, además de desviarse de la carretera principal y tomar una vía secundaria, el matrimonio circuló a baja velocidad durante buena parte del trayecto y realizó varias paradas para observar el ovni. Así se explica el famoso tiempo perdido.
A pesar de las inconsistencias, la falta de pruebas y la opinión del psiquiatra que trató a Betty y Barney Hill, el caso -ampliamente difundido en libros y revistas- provocó un nuevo giro en la mitología ovni y empezaron a prodigarse los secuestros, siempre siguiendo el patrón de la experiencia del matrimonio de New Hampshire. A juicio de los ufólogos, la similitud entre la mayoría de los raptos alienígenas y el episodio de los Hill autentica los primeros. ˇExtrańa lógica la de los seguidores de los platillos volantes! Las fabulaciones de una mujer ansiosa por ver marcianos sirven para legitimar los relatos increíbles posteriores porque, por supuesto, no hay ninguna prueba objetiva de la presencia de delincuentes cósmicos en nuestro planeta