Hay oquedades y borrascas de silencio
que no repiten mi nombre.
Umbrosas estrellas con velos inciertos.
Lunas de tallo soñoliento
adormecen raíces de mi grito.
Las paredes del viento reflejan
gélidos espejismos.
Pulso sin latido,
latido de olvido en el péndulo estático
En este aire poluto mi corazón se fatiga,
cruel tiempo
va envejeciendo las letras
que arman mi nombre.
Entre manos desnutridas,
inanición de ayuno en mi rostro,
en este cuerpo sin suerte.
Cada vez más cerca
del precipicio de pájaros suicidas.
En suave brisa tambalean
entre los densos brazos del sepulcro.
Mi mirada no halla donde aferrarse,
en este naufragio de dedos vacuos.
Sigo sin hallar las palabras
para adelgazar el sonido,
entre los tímpanos de mi amada,
que me legó los instantes infaustos
crispando los remos de mi barca
con profanas voces que me aturden,
en el soplo traído del pasado.
Ya no alcanzo el gutural grito profundo.
Soy sólo resonancia de último ocaso.
Ella olvidó el dulce amor de mi materia
y en esta sustancia lodosa aun persigo
las sílabas de mi nombre.
Colaboración de Ricardo Álvarez