Percepción de sentimientos
-El dolor es insoportable, no aguanto más - Dijo en un hilo de voz.
Acercándome más a su cama, pude observar sus ojos, estaban casi cerrados, no tenía ya fuerzas para sostenerlos abiertos. Tomé una de sus manos entre las mías, era un cubo de hielo. Reaccionó inmediatamente al sentir mi calor, fue como un choque entre dos corrientes opuestas.
-Qué sensación, me hace bien, muy bien, no me sueltes...por favor- Las palabras las dijo como susurrando.
Las arrugas en su frente eran canaletas en las cuales no se distinguía el fondo; los rebordes de color carmín débil de los labios, la comisura fruncida por el sufrimiento. Yo nada podía hacer, más que estar a su lado en estos momentos cruciales. La carencia de posibilidades, esa ansia de querer y no poder ayudar, agobiante agonía frente a mi impotencia. Necesitaba amortiguar su dolor y no sabía cómo. Los minutos marchaban lentos, el dolor iba en aumento. Levanté la vista hacia el monitor: marcaba las oscilaciones del corazón, la pantalla mostraba algo semejante a un mar calmo que de tanto en tanto permitía mecerse por una ráfaga de viento suave. El tiempo, anclado, no existía en esa pieza del sanatorio. La luz del exterior apenas perceptible a causa de las pesadas cortinas cerradas a pedido del enfermo; la música clásica, su pasión, brotaba como un lamento desde el pequeño grabador. Elementos que otorgaban a todo el ambiente una sensación de antesala del más allá. Como el preámbulo del inicio de algo. No supe exactamente como catalogarlo; quizás era solo mi percepción, mi estado, todas mis antenas estaban a la pesca de cualquier ínfimo detalle.
Mi mente remontó muy alto, los pensamientos revolotearon guiados, por un timón oculto, hacia años atrás, aquellos de la juventud, días de la infancia. Las siluetas y los personajes deambulaban por doquier.
Bueno, bueno ¿qué me estaba pasando? Si nos dejamos llevar por las habladurías, son los...agonizantes (perdóname amigo mio) los que sienten próximo el paso al más allá. Los que sin quererlo, cruza frente a sus ojos la película de sus vidas. Pero... ¡no puede ser! esto me estaba ocurriendo a mí. Fue algo rarísimo, pero como el ambiente era tan propenso, entonces, me dejé llevar, la incógnita es la madre de la curiosidad y la mía es extremadamente desarrollada.
Recuerdos de juegos y travesuras compartidas, momentos y angustias de la primaria, los deberes que yo nunca sabía hacer y que él siempre me ayudó a terminarlos. Nuestra infancia fue una sola, siempre juntos, nuestros gustos casi mellizos, los helados eran nuestra debilidad. Volvieron a la memoria las escapadas por las tardes, ésas que juntábamos unas monedas por haber ayudado al repartidor de diarios y que más tarde deberíamos recibir el sermón de nuestros mutuos padres por no tener apetito frente al plato de la cena. Las escenas pasaban muy rápido, algunas no alcanzaba a distinguirlas, otras se estancaban más de lo necesario, justamente aquellas que no se quieren ver para no recordarlas. Episodios no gratos, como el de la caída de la bicicleta y el auto que pisoteó mi mano, desafortunada mano, que aun después de tanto tiempo no es muy útil que digamos.
Y...de repente, todo se esfumó. La intriga dominó mi mente, súbitamente caí en la cuenta: su mano dejó de apretar las mía. Ése era el contacto, ésa era la unión por intermedio de la cual se me transmitían sus deseos, los últimos...dejó de enviarme sus ansiedades, sus sentimientos, inquietudes...
No solté su mano, era más fuerte que yo. Una rara necesidad mantenía aferrada nuestras manos, no queríamos despedimos. Pero el destino es el que marca el camino, y en ese momento los nuestros se separaron.
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