El amor de Dios en mí es la fuente de mi fe. No importa lo que suceda en mi vida, el amor divino me capacita para ver más allá de las apariencias y apreciar el potencial que existe para la transformación —en mí mismo, en las personas a mi alrededor y en cada situación.
Tener fe en el poder del amor divino transforma mi corazón y mi mente. Veo que al expresar el amor de Dios, algo nuevo y mejor se desenvuelve. Un nuevo patrón emerge para bendecir y apoyar a mis seres queridos y a mí. Al progresar en mi camino espiritual, me doy cuenta de que nada es más poderoso que el amor de Dios en el corazón humano. Gracias a mi fe en este amor, soy sano, próspero, sabio y estoy en paz.
Porque tu misericordia está delante de mis ojos y ando en tu verdad.—Salmo 26:3
Cuando esté pasando por una circunstancia triste, no me daré por vencido. Sé que no soy un ser desafortunado ni limitado. Tengo el poder para cambiar el rumbo de mi vida. ¡Poseo un espíritu victorioso que no puede ser quebrantado ni derrotado!
Mi espíritu valeroso atrae hacia mí experiencias enriquecedoras. El poder de atracción siempre está en acción. Si anteriormente he permitido que percepciones falsas me definan, dejo ir esos pensamientos ahora. El poder de mis palabras positivas atrae hacia mí mayor bien. Al invocar con fe el poder de la atracción, hago surgir el bien que deseo y merezco.
Miré, y vi un caballo blanco. El que lo montaba tenía un arco y le fue dada una corona, y salió venciendo y para vencer.—Apocalipsis 6:2