Hace un par de meses intenté de nuevo cocer unas legumbres, se trataba de judías pintas. Tienen unos tonos que me parecen muy bonitos, ocres con trazos granates. Una vez las lavé me dispuse a cocerlas, y como en la mayoría de veces no conseguí el punto adecuado de cocción. Esto me hizo pensar en mi misma, cocer legumbres no es sencillo, escuché a un cocinero de renombre decir por la radio que la cocción industrial encuentra el punto exacto. Me ayudó a justificarme su explicación pero recuerdo que tanto mi madre como mi abuela tenían ese saber en ellas mismas. Cocer legumbres me ayuda a recordar que a menudo no tengo la paciencia que se precisa para una cocción adecuada.

Todo este preámbulo me ha surgido por un suceso que hoy he presenciado. Ese día que cocí las judías pintas, una de ellas al cambiarle de agua cayó por accidente en otro recipiente en el que había legía. Cuando la vi sumergida mi primera reacción automática fue tirarla a la basura, pero algo en mí se conmovió por ella, sentí que era muy triste acabar en un cubo de basura sin poder llegar a realizar su propósito. La cogí en mi mano y la llevé a la tierra de una de mis macetas, tal vez la legía no la había matado. Regué la tierra de vez en cuando y pensaba al cuidar mis plantas que tal vez nacería. Y así fue, un día me alegró al verla salir de la tierra. Era una plantita pequeña pero me provocaba mucho cariño. Poco a poco ha ido creciendo y hoy mientras estudiaba he visto que una abeja gordita de llamativo color estaba libando sus flores. He recordado dos cosas, una que un día Antonia me dijo que para tener fruto las flores tienen que ser polinizadas por un insecto. Es obvio, lo había estudiado de niña, era un conocimiento intelectual que no ponía en duda pero hoy al observar la rolliza abeja que había sido atraída por la flor de la judía lo comprendí a otro nivel.  Sentí mucho agradecimiento por este insecto ya que me gusta mucho la miel. Y ha sido en este momento cuando he recordado que ayer estaba meditando y vi que  cogía de un panel un trozo lleno de miel y que se lo daba a un oso. No comprendí  que pintaba el oso en mi meditación, pero hoy esa semilla, la abejita y la miel me han hecho pensar en alguien al que tal vez no le he mostrado todo el agradecimiento que siento hacia su Ser.

Un abrazo a todas y todos

Desde hace algún tiempo observo los pájaros, tal vez influenciada por la lectura del libro “El lenguaje de los pájaros” de Farid Uddin Attar. Me fascina la precisión de su vuelo, como se deslizan en el aire, como articulan su cuerpo para realizar el movimiento preciso, como ajustan su velocidad para posarse allá donde han elegido. Cuando dirijo mi atención hacia ellos me muestran en el tiempo unos matices que a simple vista no era posible detectarlo. Cada vez que me detengo a observarlos doy gracias por aquellas “perlas” de comprensión que se depositan en mí.

Esta mañana estaba realizando el ejercicio del Sitting, los primeros rayos calentaban mi cuerpo, el aire era fresco, pero la sensación era maravillosa. Recordaba la necesidad de permanecer en ese centro, observaba como hasta ese momento de silencio en el que se acallan por fin la algarabía de comentarios internos y retazos de conversaciones acaecidas en tiempo pasado y deseos en tiempo futuro. Dentro de esa lucha que se apaciguaba poco a poco, sentí por fin ese instante en el que está lo interno, lo externo y el espacio entre ellos. Pero el lugar donde vivo ahora está frente a una plaza llena de árboles, con un pequeño lago artificial, que me encanta y muchos, muchos pájaros. De pronto les escuché y eran al principio un ruido en los que las cotorras se hacían oír más, la necesidad de averiguar, la curiosidad de esclarecer quienes podían estar también en ese “ruido”, y como cuando alguien te enseña a escuchar los instrumentos que forman parte de la orquesta, poco a poco el ruido se expandió y me permitió conocer quienes estaban también formando parte de “esa orquesta”, otros integrantes se fueron mostrando, algunos trinos y cantos llegaron a mí, el ruido ya no era tal, aquello tenía tonos y melodías pero de pronto comprendí que faltaba algo muy importante. De niña veía un programa de televisión en el que de manera muy didáctica se enseñaba  la música clásica, me fascinaba comprender que todos y cada uno de los instrumentos, los de cuerda, los de percusión, la delicadez del arpa, los timbales, todos y cada uno formaban una melodía en común, más hubo algo que me costó un poquito más comprender. ¿Qué hacía aquel señor trajeado delante de todos con un palito, un tanto ridículo, dirigiendo? No lo comprendía, hasta que un día, un niño intentó emular al director de orquesta, el “ruido” y el desconcierto que surgió del movimiento de la batuta del inexperto marcó en mí una información que hoy escuchando los pájaros he recordado. Sin un director de orquesta no es posible la melodía, y esto me ha hecho comprender con más certeza la necesidad de ese “Amo” dentro de mí que permita que la melodía de nuestra vida pueda desprenderse en todo lo que participemos. Cuando llegué a esta comprensión, justo en ese momento, dentro del “guirigay” de sonidos se unió el ladrido de un perro y me provocó una sonrisa que percibí en mi pecho con una energía muy sólida muy viva.

Un abrazo a tod@s,

Del salón en el ángulo oscuro,

de su dueño tal vez olvidad,

silenciosa y cubierta de polvo,

veíase el arpa.

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,

como el pájaro duerme en las ramas,

esperando la mano de nieve

Que sabe arrancarlas!

-¡Ay!- pensé-. ¿Cuántas veces el genio

así duerme en el fondo del alma,

y una voz, como Lázaro, espera

que le diga: "¡Levántate y anda!"

La vida nos presenta segundo a segundo una posibilidad de comprensión, de captar las sutilezas.

A menudo obviamos aquellos diminutos mensajes por alimentar aquello que más nos seduce en cada instante de nuestra vida. Hoy he decidido asistir a una propuesta que me ha llegado a través de un correo electrónico. Esta decisión tenía un coste de oportunidad. Si quería conseguir realizarla tenía que ajustar los tiempos y renunciar a otras posibilidades. Algo en mí me enviaba datos residuales procedentes de otro tipo de interpretación. Mi ser se sentía atraído, seducido por lo emocional que me parecía la propuesta. Por otra parte, silenciaba con la anestesia pertinente lo que me susurraba algo en mí, “no te parece precipitado el correo, las actividades no se suelen anunciar con menos de 24 horas”, a lo que yo misma me contesté, “no se pueden equivocar en una actividad municipal”.

Hice caso omiso. El deseo era tal que reorganicé todas las tareas para extraer tiempo adicional. Incluso antes de salir de casa había una propuesta que me estaba encantando pero la decisión había sido tomada.

Al llegar al lugar del evento, habiendo consumido energía adicional física por la intensidad del desplazamiento, observé con estupor y cierta contrariedad que había una equivocación.

El correo enviado tenía un error de fecha. No era este sábado el evento.

Volviendo a casa me pregunté que podía aprender, que había pasado, necesitaba comprender. Recordé los indicios que una parte de mí, más intelectual me había enviado. Ésta había analizado las posibles incoherencias pero otra parte de mí había tomado la dirección excluyendo cualquier otra aportación que le diese una perspectiva más amplia.

A menudo obviamos los pequeños detalles aquellos que nos amplían la perspectiva, esa mirada que agranda, que nos arroja matices llenos de significado. Son pequeños significados que ayudan a completar el puzle que es nuestra vida.

Los centros, las mentes, nuestros compartimentos de funcionamiento necesitan estar en contacto escuchándose, trabajando conjuntamente, sin protagonismos, con colaboración, dando lo mejor de sí para tomar las decisiones más adecuadas en cada momento.

Tal vez el camino ladino que ansío con tanto anhelo está en esos sutiles detalles del día a día, del momento a momento, del segundo a segundo, de la vida en toda su enseñanza.

Hoy hace un bonito día gris en Barcelona, al salir de casa el vuelo de un pájaro mecido por la brisa me recuerda la intensidad del momento.

Ayer durante las danzas, hubo un paso, nuevo y maravilloso. Era dulce y delicado, armonioso en su ritmo. Invitaba al recogimiento a la expresión del sutil encanto de danzar desde un centro de paz, de compartir de sutilidad y belleza.

Gracias danzarina por tu regalo. Sigue agitando tus alas, una y mil veces hasta traer el infinito con todo su saber, sabes como hacerlo, está dentro de ti misma.

Adelante, adelante, adelante.

A los pocos meses de volver del seminario en Benaguasil planté varias semillas de limón, me hacía ilusión intentar que alguna brotara. Al cabo de los meses tímidamente emergió de la tierra una diminuta plantita de un verde vivo. La cuidé con esmero e infinito cariño, su crecimiento era lento pero constante. Llegó el momento en el que para guiarla le puse un palito para que creciera recta y fuerte.

El primer seminario en Pallejà una de las hermanas me mostró su limonero, era enorme y lo que me fascinó fue que las hojas del árbol tenían un aroma delicioso de limón, penetrante, profundo, lleno de matices. Su textura era agradable al tacto y su color verde intenso. Entre mis apuntes de aquellos dos seminarios conservo alguna de estas hojas, es un recuerdo muy lindo.

Y el “pequeño arbolito” fue creciendo. Llegó el momento de cambiarlo a una maceta más grande. De nuevo me sorprendió pues sus raíces tenían un intenso aroma a limón. En su nuevo espacio el pequeño limonero empezó a agrandar su tallo y poco a poco se transformó en un pequeño futuro tronco, de él brotaban espinas y se apreciaba el color de una futura corteza. Esto me fascinó, recordé a la esencia que se protege en su niñez. Mi pequeño arbolito tenía unas espinas fuertes y de un verde precioso. Poco a poco ha ido ganando altura y en este momento tiene tres pequeñas ramitas en su parte superior.

Lo miro y recuerdo que en aquellas semillas estaba la posibilidad, la potencialidad de convertirse en un futuro árbol y tal vez esa posibilidad se manifieste y pueda proporcionar nuevos y jugosos limones.

Un abrazo