Hoy necesitaba un poco de paz y silencio, y aprovechando que estudio cerca de un parque bien bello, me acerqué para elevar la Plegaria. Volví al lugar que en el mes de Mayo visité, también en un momento muy difícil laboral. Aquella tarde de Mayo mi corazón se sentía bien triste, caminé por los senderos de tierra, busqué consuelo rodeada de árboles centenarios y me detuve en un pequeño estanque. Estaba contemplando sus aguas cuando de pronto tuve una visita. Se trataba de una mamá pato y sus once patitos. Disfruté de sus juegos, uno de ellos era muy hábil al sumergirse, tan pequeño y con tanta velocidad. Otros jugaban intentando vencer la corriente de agua que alimentaba el estanque. Al poco se acercaron tanto a mí que casi pude acariciarles.

Hoy de nuevo acudí a ese estanque y lo contemplé minutos antes de elevar la Plegaria. Fue un instante de gran belleza pronunciar las palabras rodeada de tanta luz y serenidad. Llegaron volando tres patos a posarse en las aguas junto a uno de color blanco, los estuve mirando y sentí que tal vez eran aquellos pequeños del mes de mayo. Me preguntaba si todos seguirían con vida, tal vez no. De nuevo me coloqué en el lugar dónde tiempo atrás estuve viéndoles jugar y se acercaron. Deseaba que el resto estuvieran salvos. Cuando ya me iba a marchar de repente aparecieron volando el resto y se posaron en el estanque. Me quedé atónita y con una sensación de agradecimiento que me hacía sonreír. Poco a poco de nuevo se acercaron y pude casi acariciar al de color blanco.

Ayer y hoy he tenido pequeños mensajes que me cuesta un poco interpretar de manera adecuada, pero que me han hecho recordar a aquel hombre que pedía ayuda pues se estaba ahogando y rechazaba las dos lanchas. Al  fallecer recriminó a Dios que no le ayudase a lo que Dios le contesto: ¡Quién te creías que te enviaba las lanchas!

Hola a Todos:

Quería compartirles una cosa que me pasó en el día de hoy. Como cada día estaba haciendo unos ejercicios de rehabilitación para mi hombro, que consisten en una serie de movimientos que tengo que hacer 120 veces cada uno. De modo que cada día aprovecho ese momento para trabajar sobre mi atención, realizando una práctica. En la parte de la práctica en que debo realizar conteos mentales, llego a series de 120 de distintas formas. Pues bien, hoy intenté por primera vez una forma de conteo un tanto difícil. Y llegó un momento en que me perdí, vi como mi cerebro entraba en cortocircuito, se quedó bloqueado y una parte de mi pudo ver claramente su mecanismo. En las Prácticas de conteos, al equivocarnos volvemos a comenzar, pero en este caso mi cerebro tenía otra instrucción, la dada por el fisioterapeuta que dijo bien claro que debían ser 120 veces cada movimiento. En ese momento mi cerebro estaba desesperado por una cifra, necesitaba continuar con su labor y había perdido el norte, así que se puso a buscar. Todo sucedió en una milésima de segundo. Buscando, le llegó desde alguna conversación la palabra hija e inmediatamente dijo “34”. 34 es la edad de mi hija, y siguió contando desde el 34, jajaja.  Y lo que sucedió después fue maravilloso, así como ahora me he reído, en ese momento también me reí y la Sra. Gloria, que hace los ejercicios a mi lado, me dijo; “ no te distraigas, que yo me guío por ti”, en ese momento fue como si todo se rebobinara, volví al momento del error en el conteo, vi el error cometido, se corrigió y de algún modo supe cuántos movimientos había hecho mi brazo durante ese tiempo que permaneció totalmente ajeno a lo que le pasaba al cerebro haciendo sus ejercicios, los agregué al conteo y continué y también todo eso sucedió en una milésima de segundo.

Es maravillosos cómo aquello que tanto hemos leído puede ser visto y comprendido en una milésima de segundo.

Gracias por este Maravilloso Trabajo y gracias a la Sra. Gloria.

Un beso enorme para cada uno

Cecilia  

Queridos Compañeros:

Hoy me he enterado que un trabajo que vengo haciendo desde hace meses, no sirve.  Era un trabajo que me resultó especialmente difícil, ya que no contaba con el conocimiento adecuado, de modo que tuve que hacerme, lo mejor que pude, con las herramientas necesarias para llevarlo a cabo. Se me hizo lento y tedioso pero lo tomé como un reto y eso me daba la fuerza para sobreponerme y continuar.

Cuando me enteré de que quedaba descartado, pude ver como algo empezaba a cobrar una fuerza en mi interior, que me iba subiendo desde el estómago y era caliente y rojo. Una Cecilia iracunda comenzó a hacer su aparición. Y me sorprendió. Una de mis tareas en mi trabajo ordinario es hacer presupuestos más o menos laboriosos y muchos de ellos, en estos años, han sido denegados, de modo que en cierta forma estaba acostumbrada a que esto pase. Y creo que fue esta sorpresa lo que hizo que se produjera un cambio en mi interior, la ira desapareció y en su lugar pude ver que si no hubiera sido por este trabajo que tenía que hacer, no me hubiera puesto a hacerme con esas herramientas y no me hubiera puesto yo misma ese reto. Y lo que me resulta mejor de todo, es que me ha permitido soltarlo. Ya está, ese trabajo pertenece al pasado, lo que me queda es la experiencia de haberme enfrentado a llevarlo a cabo.

Y hay algo más que he podido observar, este mecanismo de reacción está presente habitualmente en mi vida, pero en cosas tan triviales, de forma tan moderado, que pasaba inadvertido. He visto que es bastante habitual que aparezca la ira como reacción en circunstancias similares, pero tan suave y en cosas tan cotidianas, que me pasaba desapercibida. Y sin embargo actuaba como esa pequeña gota de agua, que a fuerza de caer siempre en el mismo lugar produce un gran agujero. Tuvo que venir un aguacero para que lo viera.

Un beso muy grande para todos

Cecilia

Hoy estaba estudiando matemáticas, me cuesta pues no tengo entreno y esta materia demanda toda mi atención. Esta tarea me está ayudando a observar muchos de mis personajes; aquellos impacientes que se desesperan cuando no comprendo, aquellos que tirarían la libreta por la ventana cuando me he equivocado, unos tras otros van surgiendo e intentando que abandone la tarea. Llevaba casi dos horas de estudio y mi cuerpo me pedía algo de comida. Escogí unos frutos secos; almendras, piñones, nueces, ciruelas pasas y albaricoques. Mientras seguía con el estudio un piñón se cayó al suelo. Mi primer pensamiento fue que si “Chuska”, mi perrita, hubiese estado viva el piñón no hubiera llegado a tierra, pero mis ojos se quedaron atentamente mirando el fruto en el suelo. Me pregunté, ¿y si lo planto? Entonces tuve una percepción del tiempo diferente, más lento. Era como si algo me estuviera instruyendo, “sin cáscara el piñón no podría germinar, sin cáscara no podría convertirse en un árbol”. Me quedé muy pensativa y de repente sentí con todo mí ser que era lo que me estaba diciendo. La personalidad que cubre la esencia, esa “cáscara” que tiene su finalidad. Ese material que tiene su función, tiene que tener una calidad determinada para que una y otra, esencia y personalidad, puedan fundirse, sacrificarse, para alcanzar algo superior.

Había leído una y otra vez la definición y el concepto de esencia y personalidad pero hoy he sentido en mí lo que esto encierra.

Gracias a la posibilidad y a este pequeño piñón que me ha ayudado a comprender.

Un abrazo,