Las grandes escuelas y tradiciones esotéricas ofrecen la misma simple
pero poderosa verdad: la presencia produce un estado que a la vez se da
cuenta del momento y de afuera del tiempo. De este estado proviene la
sabiduría e inteligencia de las escuelas. Aun cuando las escuelas
construyan los cimientos para religiones, sistemas filosóficos,
enseñanzas místicas, ética iluminada y templos del alma, el corazón de
su presentación es cómo “ser” en el momento eterno. Las escuelas
enseñan técnicas para barrer el polvo del Tercer Ojo. La sencillez es el
foco. Del pequeño esfuerzo sin anunciar para despertar, viene un estado
inmortal, tal como un grano de arena en una ostra produce una perla.
Sin embargo, la presencia permanece esquiva, un espejo que parece
revelar el Ser verdadero, a la vez que ciega. Aun cuando uno haya
descubierto el valor y la necesidad del recuerdo de sí, desconcierta qué
fácil el estado se escapa de control. “Ahora que has encontrado al
Amado", se pregunta Kabir: “¿por qué lo pierdes una y otra vez?” ¿Por
qué estar presentes es tan simple pero tan difícil? Porque estando
presentes a la vez uno se despierta y crea un momento eterno fuera del
tiempo. Con esta comprensión se vuelve necesario desarrollar una
estrategia práctica para lograr este estrado místico.
Para planear tu tiempo alrededor de estar presentes, divide el día en
segmentos: privado y social, viajar, trabajar, comer y otras actividades
diarias. Ya que los eventos del día a menudo son rutinarios, es fácil
planear estar presentes a ellos. Dedica un momento temprano en el día,
quince minutos de recordarte a ti mismo antes de cualquier otra cosa.
Esto significa dejar de lado otras prioridades, pero sin perderlas.
Mientras que una actividad cambia a la siguiente, mantén el propósito,
por ejemplo, de controlar la imaginación camino al trabajo o, al leer un
libro en el viaje, de estar presente a un párrafo por vez. Utiliza el
día como unidad para experimentar ciertos esfuerzos, a modo de
descubrimiento de ti mismo. Trata de estar presente cada vez que te
escuches decir la palabra “sí.” Con el tiempo, a medida que uno aumenta
esta clase de esfuerzos, el cuadro imaginario de sí mismo, la carga del
ego, se cambia en la sencillez de estar presente. “La oración no es más
algo que hacemos", dice Teófano el Recluso, "sino quienes somos."