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- Soy
la mujer que impúdica ha besado
- la
zona de tu vientre, tus pezones,
- quien
rueda un manantial de sensaciones
- que
antes de ti no había imaginado.
-
- Eres
el mar, soy el acantilado,
- reviente
en mí tu furia de emociones
- irrumpiendo
en mis húmedos rincones
- la
dulce intensidad que he presagiado.
-
- Deja
tu voz acariciar mi oído
- con
ese lánguido, sensual tañido,
- de
campana en crepúsculos herida.
-
- El
último vestigio del recato
- borrado
ya, dobla por mí a rebato,
- y
escúchame gemir estremecida.
-
-
- II
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- Sin
estar junto a mí estabas conmigo,
- sombra
de piel sobre mi piel desnuda;
- te
vio la oscuridad, íntima y muda,
- de
mis ojos cerrados al abrigo.
-
- ¿Mis
manos o las tuyas? Te persigo
- a
través de mi cuerpo; se me anuda
- tu
tacto en la cintura, se hace aguda
- filigrana
la lengua en el ombligo.
-
- Tripula
mi bajel en estos mares,
- que
aún no son, por abiertos, familiares,
- aunque
conozca brújula y afán.
-
- Iza
mis velas, colma mi bodega,
- navégame
entre muslos, que ya llega
- rodando
irracional el huracán.
-
-
- La
tempestad ha roto arrolladora
- en
descarga de lluvias y crujidos;
- jadeante
el deseo en los sentidos
- es
pantera que lúbrica devora.
-
- La
noche carnal muere, y en la aurora
- del
sosiego se duermen los sonidos,
- y
la mente retraza recorridos
- que
habrá de repetir en otra hora.
-
- Vencidas
las palabras, suavemente
- yacen
sobre el teléfono. Se siente
- una
entrañable paz a ambas orillas.
-
- Dos
mujeres se amaron a distancia;
- y
tal vez queda más en cada estancia
- que
un ligero temblor en las rodillas.

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