AMOR Y TORMENTA
Una charla con ella o una breve conversación
aún separados por la enorme distancia era lo suficiente
y bastaba para despertar mis instintos y hacer fluir
los latidos de mi corazón y entender que mi pasión
salía a la luz en su esplendor, en su esencia divina
y eso lo provocaba su sonrisa, su aliento, sus suspiros,
su voz, sus ojos y el trato que tenía para dirigirse a mí
que me hacía temblar de emoción mientras mi pluma
escribía mis besos sobre cada espacio de su piel.
La melodía de mi voz sacudía su mundo, la atrapaba,
la dejaba paralizada en el lugar sin que pudiera hacer nada
y entonces cedía en sus deseos, en sus ganas de ser amada
y ser poseída por el hombre que sin tocarla hacía magia
en sus ansias y en su humedad que se expanden
al exterior, era un acontecimiento que jamás le había
sucedido en su vida y que no podía explicar, era mi voz,
mis palabras, mis pausas y mis silencios culpables
de sus orgasmos, de su éxtasis y de su tormenta de pasión.
No dejaba de pensar, no dejaba de soñar, de imaginar
que estoy ahí a su lado donde ella luce desnuda
sobre las sábanas de la cama su alma de musa
y deseaba quemarse en las brasas de mi pecho,
quería mis brazos en el contorno de su espalda
y su vientre, el vigor de mis venas que en su cintura
montaban su fuerza y su caudal, su amor y sus atributos
de encanto y seducción pasaron desde ese día a formar
parte de la tinta que derramaba las líneas de mis escritos.
Ella era amor y tormenta y yo para siempre,
el fuego de su pasión.