La Espina Dorsal Y (III)
Manly Palmer Hall
En cuanto a la deuda de la ciencia para con el cuerpo humano, debemos agregar que el sistema decimal es el resultado del contar con los dedos del hombre primitivo, por lo cual el número diez se convirtió en la unidad de enumeración. El antiguo codo fue, también, la distancia entre el codo y el extremo del segundo dedo, o aproximadamente, dieciocho pulgadas. Así sucede si retrocedemos en el estudio de las cosas, encontrando que, casi todo con lo que el hombre se ha rodeado, es una adaptación del cuerpo con el cual Dios ha envuelto su espíritu. El hombre va conquistando, gradualmente, el control no sólo de los órganos de su cuerpo sino, también, de sus funciones. La ciencia establece que ciertos órganos funcionan mecánica o automáticamente, pero el ocultismo considera que no hay nada mecánico en lo que se refiere a las funciones del cuerpo humano. Tomemos el ejemplo de un obrero tirando un trozo de hierro entre las ruedas y palancas de una maquina en perfectas condiciones de marcha. Se oirá un chirrido y la maquina se detendrá. Por otro lado, si se tira, figuradamente, una llave inglesa dentro del cuerpo humano, éste, inmediatamente, comenzará el proceso de eliminarla. Rodeará al elemento extraño con una envoltura y tratará de absorberlo. Si esto es imposible, tratará de arrojarlo hacia afuera por algún canal adecuado para ese propósito. Si estos medios fracasan, se acostumbrará, en muchos casos, a la presencia del obstáculo y procurará seguir sus funciones de algún modo. Esto demuestra, sin duda alguna, que las partes orgánicas del hombre poseen cierta forma inherente de inteligencia; por lo tanto, ellas no son máquinas, porque ninguna invención mecánica es capaz de tener inteligencia. Paracelso, el gran médico suizo, quien, después de estar muchos años en el lejano Oriente retornó a Suiza para enseñar medicina, fue el primero que dio al mundo europeo su concepto de los espíritus de la Naturaleza. Enseñó que las funciones de la Naturaleza estaban bajo el control de pequeñas criaturas, invisibles para los sentidos normales pero que, trabajando a través de los reinos de la vida, minerales, plantas, animales, y partes del cuerpo humano, mantenían a todos ellos desenvolviéndose de una manera inteligente, bajo el control de la gran jerarquía celestial de Escorpión, que tiene a su cargo la construcción de los cuerpos en la Naturaleza, estos elementales son las inteligencias invisibles que gobiernan el cuerpo humano y sus funciones. Como resultado de la siempre evolucionante conciencia del hombre, éste está adquiriendo un control más completo de las funciones de sus diversos órganos. Hay dos clases de músculos - voluntarios e involuntarios - siendo la diferencia que los músculos voluntarios, que son controlados por la mente consciente del individuo, tienen sus fibras que corren en dos modos y cruzándose entre si, mientras que los involuntarios no tienen fibras que los crucen. El corazón ha sido considerado un músculo involuntario, pero está comenzando, ahora, a mostrar fibras cruzadas, prefigurando así los días en que el hombre consciente e inteligentemente regulará los latidos de su propio corazón. Lo mismo reza, con respecto a todos los otros órganos que sobreviven a los periódicos cambios que van teniendo lugar en la constitución del hombre. Los santos orientales pueden, con todo éxito, vivir sin que su corazón lata; pueden pararlo y hacerlo latir a su voluntad. Echando la lengua hacia atrás y tapando así el pasaje del aire a los pulmones, pueden permanecer por meses inmóviles. Muchos chelas orientales, hacen esto mientras reciben iniciaciones espirituales fuera del cuerpo físico. Se han registrado casos de santos que han sido enterrados vivos. Semanas más tarde, al ser desenterrados, se encontró que el cuerpo estaba seco como un cuero. Se le echó agua encima, y después de un cierto lapso, el hombre, que no había respirado durante semanas, se levantó y empezó a caminar. Éste es el resultado del extraordinario control que la mente es capaz de conquistar sobre las funciones del cuerpo. El ocultismo enseña que hay todo un universo dentro del cuerpo humano; que él tiene sus mundos; sus planos, dioses y diosas. Millones de diminutas células son sus habitantes. Éstas están agrupadas en reinos, naciones y razas. Hay las células óseas y las células nerviosas, y millones de estas pequeñísimas criaturas, al agruparse, se transforman en una cosa compuesta de muchas partes. El Gobernador Supremo y Dios de este gran mundo es la conciencia del hombre que dice: "yo soy". Esta conciencia toma su universo y lo lleva hasta otra ciudad. Cada vez que va y viene por las calles, ella toma sus centenares de millones de sistemas solares y los lleva consigo, pero, siendo tan infinitesimales, el hombre no puede comprender que ellos son realmente mundos. Igualmente, nosotros somos células individuales en el cuerpo de una creación infinita que se mueve a si misma a través de la infinitud, a una velocidad desconocida. Los soles, las lunas y estrellas, son, meramente, huesos del gran esqueleto compuesto de todas las sustancias del universo. Nuestras propias minúsculas vidas son, simplemente, partes de esa infinita vida que circula y palpita a través de las arterias y venas del espacio. Pero todo eso es tan vasto que esta más allá de la comprensión de este pequeño "yo soy" en nosotros. Por lo tanto, podemos decir que ambos extremos son, igualmente, incomprensibles. Vivimos en un mundo medio, con infinita grandeza por un lado e infinita pequeñez por el otro. A medida que nuestro desarrollo se va ampliando, también lo hace nuestro mundo, dando como resultado el que vayamos comprendiendo cada vez más todas estas maravillas.
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