Era una práctica común entre los primeros egipcios, griegos, y romanos sellar los
sepulcros de sus muertos con lámparas encendidas como las ofrenda al Dios de la
Muerte. Posiblemente también se creía que el difunto podría usar estas luces
encontrando su camino a través del Valle de la Sombra. Luego, cuando la costumbre se
estableció, no sólo se enterraron con el muerto las lámparas reales sino también
miniaturas de ellas en terracota. Algunas de las lámparas eran colocadas en vasos
redondos para protección; y hay casos en que el aceite original que se encontró en ellas
estaba en un perfecto estado de preservación, después de más de 2,000 años. Hay
muchas pruebas que estas lámparas, que estaban ardiendo cuando los sepulcros fueron
sellados, todavía estaban encendidas cuando las bóvedas se abrieron centenares de años
después. La posibilidad de preparar un combustible perenne fue fuente de controversia
considerable entre los autores del período medieval. Debemos considerar, pues, la
posibilidad de que los antiguos sacerdotes-químicos fabricaran lámparas que ardieran, si
no indefinidamente, por lo menos largos períodos de tiempo.
Numerosas autoridades han escrito sobre el asunto de lámparas perennes. W. Wynn
Westcott estima el número de escritores que han hablado sobre esto en más de 150, y H.
P. Blavatsky en 173. Mientras las conclusiones alcanzadas por los autores varía, la
mayoría admite la existencia de estas lámparas fenomenales. Sólo algunos mantuvieron
la afirmación que las lámparas quemarían para siempre, pero muchos estaban deseosos
de creer que ellas podrían permanecer encendidas durante varios siglos sin recambio de
combustible. Algunos consideraron a las luces perpetuas como artificios de astutos
sacerdotes paganos, mientras que otros, admitiendo que las lámparas realmente existían,
agregaban la afirmación que era el Diablo quien estaba usando este milagro para atrapar
al crédulo, llevando su alma a la perdición.
En este asunto el sabio jesuita Athanasius Kircher, normalmente fidedigno, exhibe
argumentos de una inconsistencia llamativa. En su OEdipus ægyptiacus él escribe:
“Estas lámparas las de la luz perenne, son verdaderamente dispositivos diabólicos, (...)
y afirmo que todas las lámparas que se encontraron en las tumbas de los gentiles
dedicadas al culto de ciertos dioses, era de este tipo, no por su ardor, o supuesto ardor
de llamas perennes, sino porque probablemente el diablo las puso allí, pensando
malévolamente en obtener la creencia en un culto falso”.
Habiendo admitido que autoridades fidedignas defienden la existencia de las lámparas
de luz perenne, y que incluso el Diablo se presta a su fabricación, Kircher mismo
declaró que la teoría entera era imposible, identificándola con el movimiento perpetuo y
la Piedra Filosofal. Ya habiendo resuelto una vez el problema a su satisfacción, Kircher
lo resuelve de nuevo--pero de forma distinta en las siguientes palabras: “En Egipto hay
ricos depósitos de asfalto y petróleo. ¡Lo que hicieron estos hermanos diestros [los
sacerdotes] fue conectar a un depósito de aceite por un conducto secreto una o más
lámparas, con mechas de asbesto! ¿Cómo sino las tales lámparas podrían arder
perpetuamente?” (...) “En mi opinión ésta es la solución del enigma de las lámparas
perennes y sobrenaturales de la antigüedad”.
Montfaucon, en sus