De acuerdo con las antiguas doctrinas, el universo tangible está compuesto de cuatro
elementos principales. Estos cuatro elementos están regidos por los Señores de la Forma, a
los que a veces se denomina Querubín de cuatro cabezas. El Querubín de cuatro cabezas
apostado a las puertas del Jardín del Edén; el Querubín de cuatro cabezas que, con su otro
hermano de creación, está arrodillado en el Asiento de Misericordia del Arca de la Alianza;
las cuatro bestias del Apocalipsis; los cuatro aspectos de la gran esfinge asiria; el hombretoro
babilónico, todos simbolizan estos cuatro elementos primordiales.
Desde tiempo inmemorial, el hombre dividió la forma en cuatro esencias
fundamentales. Estas cuatro esencias son la base de todas las cosas conocibles por los
centros de conciencia del cuerpo material humano. Todas las cosas que están en un plano
más elevado que estas cuatro esencias sólo pueden ser conocidas por la visión espiritual.
Todas las innumerables y complejas formas que aparecen en este mundo como productos
de las emanaciones geométricas de los Señores de la Forma, o de los Devas constructores
de cuerpos, son la expresión de estas cuatro corrientes L de vida. A estas corrientes se las
denomina los ríos de vida que surgen de los jardines del Señor, y su fuente es la gran
jerarquía creadora llamada por los antiguos los Reyes de Edom.
Por encima de la sustancia raíz cósmica, los cuerpos físicos están animados por
estas corrientes dadoras de vida del éter. El éter es esa parte del cuerpo del Logos Universal
(o de algo más elevado que no conocemos) que ocupa la posición de portador o recipiente,
porque a través de él pasa en cuatro corrientes el poder del Logos creador. De sus esencias
provienen los cuatro principios creadores que en la actualidad forman la base del cuádruple
vehículo humano:
1. Físico o terrestre;
2. Etéreo o acuático;
3. Astral o ardiente;
4. Mental o aéreo.
Estos cuatro vehículos, que los antiguos simbolizaban por los brazos de la cruz,
forman la base de la doctrina sagrada de la crucifixión. Por constituir la base primordial de
los cuerpos, están bajo el control de las cuatro cualidades y signos constructores del cuerpo
conocidos con el nombre de los cuatro signos fijos del zodíaco. Son las tres crucifixiones
presentes en el zodíaco: la cruz de los cuatro signos cardinales, la cruz de los cuatro signos
fijos, y la cruz de los cuatro signos comunes. A su vez éstas representan las tres principales
encrucijadas de las fuerzas vitales en el cuerpo humano. El mundo etéreo entero, con sus
muchas corrientes cruzadas, tiene su asiento en el plexo solar y en el bazo del cuerpo
humano. A menudo se le da el nombre de mar ardiente, o jofaina de purificación, porque en
la hondura de sus aguas el alma, en su peregrinaje hacia la inmortalidad, debe limpiarse.
Estos cuatro elementos están en la base, tanto como la vida que está detrás, de lo s cuatro
elementos materiales físicos: tierra, fuego, aire y agua. El poder de los mundos causales
invisibles obra a través de los cuatro elementos materiales para lograr manifestarse en
cuerpos, células y combinaciones moleculares.
De modo similar a lo que ocurre en cada reino de la Naturaleza donde se desarrolla
una serie de vidas, y es el plano de una gran efusión natural, se afirma que estas cuatro
divisiones del éter, que se manifiestan en la materia en la forma de cuatro elementos, están
habitadas por grupos de inteligencias que se desenvuelven a través de esas esencias
elementales. Según los antiguos, estos elementales fueron creados con una sola sustancia: el
éter o elemento en que existen. No poseen un cuerpo compuesto y por consiguiente no
pueden alcanzar la inmortalidad, puesto que no tienen otra esencia de vida germinal que la
de su respectiva esencia elemental. Por otra parte, como compuestos con una sola sustancia,
están libres de las influencias destructoras e inarmónicas de las corrientes contrarias que
afectan los cuerpos compuesto, y por lo tanto pueden vivir centenares - algunos viven miles
- de años.
La literatura clásica contiene muchas referencias a estos elementales. En el poema
de Pope,