¿Qué pueden hacer un tetrapléjico, un paralítico, un tullido en su silla
de ruedas, o un ciego, o cualquiera de nosotros, aunque creamos que nada
podemos, que ninguna influencia nos avala, ni ninguna autoridad nos
compaña, para mejorar el mundo?
Todos, menos los disminuídos mentales (que lo son como
consecuencia del mal uso, en vidas anteriores, del poder creador), podemos
hacer lo mismo, porque todos disponemos de una mente, todos somos
igualmente seres creadores, y esa capacidad de creación no tiene más
límites que nuestra imaginación, nuestra concentración y nuestra voluntad.
Simplemente, con el pensamiento, sin hablar, sin escribir, sin aparecer en
público, desde nuestro retiro, desde la cárcel, desde la celda monacal,
desde la silla de ruedas , desde el lecho, desde el puesto de trabajo o desde
la isla de Robinson Crusoe, podemos modificar el mundo para bien o para
mal.
Todo pensamiento produce, indefectiblemente, un efecto. Todo
pensamiento tiende a realizarse, a envolverse en materia de deseos y en
materia física convirtiéndose en algo real en este mundo. Porque el poder
del pensamiento es superior al de la exhortación y al del ejemplo. Podemos
influenciar a los gobernantes, a los amigos, a los parientes, a los jefes, a los
subordinados, a todos, en el sentido en que lo deseemos. Y ello sin que los
interesados se percaten. ¿Por qué? Porque los pensamientos, las formas
mentales, como hemos dicho, son cosas reales que poseen una vibración
determinada que les es propia. Cada hombre puede emitir pensamientos
con la vibración que desee y dirigirlos adonde quiera; y esos pensamientos
llegarán a su destinatario que, en cuanto se ponga una vez a vibrar en el
mismo tono que nuestro pensamiento, lo atraerá a su aura, a su campo
magnético, y lo aceptará creyendo que es obra suya, sin sospechar que no
es así. Más del noventa por ciento de los pensamientos de cada uno de
nosotros, que creemos nuestros, no lo son. Sólo los hombres con mente
muy entrenada y desarrollada actúan con pensamientos propios. Incluso la
mayor parte de los descubrimientos, inventos, ideas originales, obras
literarias, etc. han sido, casi siempre, sugeridas por otras personas,
vivientes o desencarnadas, interesadas en el tema.
Los pensamientos, como hemos dicho, son cosas reales, más reales
que cuanto nos rodea en el mundo físico; porque todo cuanto en éste
existe, todo sin excepción, incluídos nosotros mismos, no somos más que
la materialización, en este plano, de un pensamiento previo. Es imposible
hacer o crear algo sin pensarlo antes y ese "pensarlo" supone imaginarlo,
concentrar el poder mental en ello y desearlo. Luego, todo lo que existe,
necesariamente, ha sido imaginado y deseado antes por alguien, bien un
hombre, bien un ser superior.
Los pensamientos, pues, como cosas reales que son, no desaparecen,
sino que perviven en el Mundo del Pensamiento, casi siempre entrelazados
con formas del Mundo del Deseo, que contienen alguna emoción.
Los aledaños de las carreteras, autopistas, autovías y calles con
mucho tráfico están llenas (a nivel mental y emocional) de pensamientos y
sentimientos negativos de odio, de envidia, de presunción, de orgullo, de
prisa, de desprecio, de resentimiento, de frustración, de miedo, etc.,
continuamente creadas y abandonadas allí, inconscientemente, por los
conductores. Y ¿qué ocurre con ellas? Pues que, cuando un ciudadano
honesto, serio, educado, respetuoso con el prójimo, buen esposo, buen
padre, buen vecino, sube a su coche y comienza a circular, apenas tiene el
menor contratiempo, su mente empieza a vibrar de un modo determinado
y, con gran sorpresa de todos, incluso de él mismo, se encuentra de repente
crispado, insultando a los demás conductores, "picándose" cuando le
adelantan, respondiendo a supuestas ofensas, etc. ¿Qué ha sucedido? Lo
lógico: Se puso a vibrar negativamente y atrajo todo lo afín a esa
vibración. Y, claro, eso no es más que el principio para acabar siendo
víctima de un accidente o, lo que es peor, provocándolo a otros.
¿Solución?. Muy sencilla: Subir al coche con una disposición
positiva, disculpando a los demás, siendo conscientes de que todos
cometemos errores y nadie es perfecto, cediendo el paso, sonriendo,
amando a todos y tratando de comprenderlos. Eso produce dos efectos, no
por imprevisibles menos reales: Que el conducir pasa, de ser un tormento
agotador, fuente de disputas y desgracias, a ser un placer; y que vamos
sembrando nuestro recorrido de pensamientos positivos que, o serán
captados por alguien que vibre así o anularán pensamientos negativos
equivalentes pero opuestos.
La efectividad de nuestros pensamientos dependerá, como queda
dicho, por una parte, de la intensidad de nuestro deseo, de la concentración
mental y de nuestra imaginación; y, por otra, de la receptividad del
destinatario. Pero, incluso aunque éste no esté receptivo por no vibrar con
la frecuencia de nuestro pensamiento, influenciará a alguien que vibre así.
Si es un pensamiento positivo y no encuentra destinatario, volverá a
nosotros y nos enriquecerá y nos hará mejores e incrementará nuestra
tendencia a emitir pensamientos de esa vibración; pero si es negativo,
perjudicará y hará peor a quien sintonice con él y, si no lo encuentra,
volverá a nosotros para hacernos sentir en nuestro propio ser lo destructivo
de su contenido y hacernos peores de lo que éramos al emitirlo.
En cuanto a nuestra propia existencia diaria, hay otro aspecto muy
importante, con relación a los pensamientos, que conviene tener presente:
Cuando emitimos habitualmente pensamientos negativos, vibramos, como
es lógico, negativamente. Y ello nos hace atraer a nuestra aura o campo
vibratorio los pensamientos negativos ajenos que en nuestro entorno
pululan, los cuales, como es lógico, también alimentan nuestra negatividad
(ya que los aceptaremos pensando que son propios), con lo cual
emitiremos más pensamientos de tal carácter; y el proceso seguirá
autoalimentándose y haciéndonos cada vez más negativos y, por tanto, más
desgraciados; lo veremos todo negro y, lo que es peor, cargaremos con el
karma que todos esos pensamientos produzcan y, consecuentemente,
retrocederemos en nuestra evolución.
En cambio, si habitualmente emitimos pensamientos positivos, aparte
de que producimos efectos del mismo carácter, atraemos a otros ajenos
pero del mismo tipo, con lo cual se produce el mismo proceso de antes,
pero en positivo, es decir, la vida nos parecerá cada vez más maravillosa,
la gente más agradable, etc. y nuestra evolución dará un importante paso
adelante.
Piénsese ahora en la tremenda responsabilidad en que incurren los
gobernantes, políticos, medios de comunicación, escritores, etc. que lanzan
al espacio pensamientos negativos (de odio, de crítica negativa, de
desprestigio, de desconfianza, de falta de comprensión o de colaboración,
de exclusión, de descalificación, de desprecio, de violencia, de sexualidad,
etc.) que tienen acceso, prácticamente, a todas las mentes de todos los
ciudadanos. Así se ve con qué facilidad y con qué rapidez y con qué
inconsciencia (y también con qué consecuencias para todos) se puede
hacer que un país piense que va mal, que es incapaz de progresar, que sus
gobernantes le engañan o son ineptos o corruptos, o que está al borde del
colapso; o piense que es un país maravilloso, capaz de todo y con un
futuro brillante. No nos quejemos, pues, de que el mundo vaya mal.
Recordemos la afirmación de Cristo: “