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FRANCISCO NÁCHER: CÓMO AYUDAR AL MUNDO
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De: moriajoan  (Mensaje original) Enviado: 25/07/2009 15:19
 

 

 

CÓMO AYUDAR AL MUNDO

por Francisco-Manuel Nácher

 

¿Qué pueden hacer un tetrapléjico, un paralítico, un tullido en su silla

de ruedas, o un ciego, o cualquiera de nosotros, aunque creamos que nada

podemos, que ninguna influencia nos avala, ni ninguna autoridad nos

compaña, para mejorar el mundo?

Todos, menos los disminuídos mentales (que lo son como

consecuencia del mal uso, en vidas anteriores, del poder creador), podemos

hacer lo mismo, porque todos disponemos de una mente, todos somos

igualmente seres creadores, y esa capacidad de creación no tiene más

límites que nuestra imaginación, nuestra concentración y nuestra voluntad.

Simplemente, con el pensamiento, sin hablar, sin escribir, sin aparecer en

público, desde nuestro retiro, desde la cárcel, desde la celda monacal,

desde la silla de ruedas , desde el lecho, desde el puesto de trabajo o desde

la isla de Robinson Crusoe, podemos modificar el mundo para bien o para

mal.

Todo pensamiento produce, indefectiblemente, un efecto. Todo

pensamiento tiende a realizarse, a envolverse en materia de deseos y en

materia física convirtiéndose en algo real en este mundo. Porque el poder

del pensamiento es superior al de la exhortación y al del ejemplo. Podemos

influenciar a los gobernantes, a los amigos, a los parientes, a los jefes, a los

subordinados, a todos, en el sentido en que lo deseemos. Y ello sin que los

interesados se percaten. ¿Por qué? Porque los pensamientos, las formas

mentales, como hemos dicho, son cosas reales que poseen una vibración

determinada que les es propia. Cada hombre puede emitir pensamientos

con la vibración que desee y dirigirlos adonde quiera; y esos pensamientos

llegarán a su destinatario que, en cuanto se ponga una vez a vibrar en el

mismo tono que nuestro pensamiento, lo atraerá a su aura, a su campo

magnético, y lo aceptará creyendo que es obra suya, sin sospechar que no

es así. Más del noventa por ciento de los pensamientos de cada uno de

nosotros, que creemos nuestros, no lo son. Sólo los hombres con mente

muy entrenada y desarrollada actúan con pensamientos propios. Incluso la

mayor parte de los descubrimientos, inventos, ideas originales, obras

literarias, etc. han sido, casi siempre, sugeridas por otras personas,

vivientes o desencarnadas, interesadas en el tema.

Los pensamientos, como hemos dicho, son cosas reales, más reales

que cuanto nos rodea en el mundo físico; porque todo cuanto en éste

existe, todo sin excepción, incluídos nosotros mismos, no somos más que

la materialización, en este plano, de un pensamiento previo. Es imposible

hacer o crear algo sin pensarlo antes y ese "pensarlo" supone imaginarlo,

concentrar el poder mental en ello y desearlo. Luego, todo lo que existe,

necesariamente, ha sido imaginado y deseado antes por alguien, bien un

hombre, bien un ser superior.

Los pensamientos, pues, como cosas reales que son, no desaparecen,

sino que perviven en el Mundo del Pensamiento, casi siempre entrelazados

con formas del Mundo del Deseo, que contienen alguna emoción.

Los aledaños de las carreteras, autopistas, autovías y calles con

mucho tráfico están llenas (a nivel mental y emocional) de pensamientos y

sentimientos negativos de odio, de envidia, de presunción, de orgullo, de

prisa, de desprecio, de resentimiento, de frustración, de miedo, etc.,

continuamente creadas y abandonadas allí, inconscientemente, por los

conductores. Y ¿qué ocurre con ellas? Pues que, cuando un ciudadano

honesto, serio, educado, respetuoso con el prójimo, buen esposo, buen

padre, buen vecino, sube a su coche y comienza a circular, apenas tiene el

menor contratiempo, su mente empieza a vibrar de un modo determinado

y, con gran sorpresa de todos, incluso de él mismo, se encuentra de repente

crispado, insultando a los demás conductores, "picándose" cuando le

adelantan, respondiendo a supuestas ofensas, etc. ¿Qué ha sucedido? Lo

lógico: Se puso a vibrar negativamente y atrajo todo lo afín a esa

vibración. Y, claro, eso no es más que el principio para acabar siendo

víctima de un accidente o, lo que es peor, provocándolo a otros.

¿Solución?. Muy sencilla: Subir al coche con una disposición

positiva, disculpando a los demás, siendo conscientes de que todos

cometemos errores y nadie es perfecto, cediendo el paso, sonriendo,

amando a todos y tratando de comprenderlos. Eso produce dos efectos, no

por imprevisibles menos reales: Que el conducir pasa, de ser un tormento

agotador, fuente de disputas y desgracias, a ser un placer; y que vamos

sembrando nuestro recorrido de pensamientos positivos que, o serán

captados por alguien que vibre así o anularán pensamientos negativos

equivalentes pero opuestos.

La efectividad de nuestros pensamientos dependerá, como queda

dicho, por una parte, de la intensidad de nuestro deseo, de la concentración

mental y de nuestra imaginación; y, por otra, de la receptividad del

destinatario. Pero, incluso aunque éste no esté receptivo por no vibrar con

la frecuencia de nuestro pensamiento, influenciará a alguien que vibre así.

Si es un pensamiento positivo y no encuentra destinatario, volverá a

nosotros y nos enriquecerá y nos hará mejores e incrementará nuestra

tendencia a emitir pensamientos de esa vibración; pero si es negativo,

perjudicará y hará peor a quien sintonice con él y, si no lo encuentra,

volverá a nosotros para hacernos sentir en nuestro propio ser lo destructivo

de su contenido y hacernos peores de lo que éramos al emitirlo.

En cuanto a nuestra propia existencia diaria, hay otro aspecto muy

importante, con relación a los pensamientos, que conviene tener presente:

Cuando emitimos habitualmente pensamientos negativos, vibramos, como

es lógico, negativamente. Y ello nos hace atraer a nuestra aura o campo

vibratorio los pensamientos negativos ajenos que en nuestro entorno

pululan, los cuales, como es lógico, también alimentan nuestra negatividad

(ya que los aceptaremos pensando que son propios), con lo cual

emitiremos más pensamientos de tal carácter; y el proceso seguirá

autoalimentándose y haciéndonos cada vez más negativos y, por tanto, más

desgraciados; lo veremos todo negro y, lo que es peor, cargaremos con el

karma que todos esos pensamientos produzcan y, consecuentemente,

retrocederemos en nuestra evolución.

En cambio, si habitualmente emitimos pensamientos positivos, aparte

de que producimos efectos del mismo carácter, atraemos a otros ajenos

pero del mismo tipo, con lo cual se produce el mismo proceso de antes,

pero en positivo, es decir, la vida nos parecerá cada vez más maravillosa,

la gente más agradable, etc. y nuestra evolución dará un importante paso

adelante.

Piénsese ahora en la tremenda responsabilidad en que incurren los

gobernantes, políticos, medios de comunicación, escritores, etc. que lanzan

al espacio pensamientos negativos (de odio, de crítica negativa, de

desprestigio, de desconfianza, de falta de comprensión o de colaboración,

de exclusión, de descalificación, de desprecio, de violencia, de sexualidad,

etc.) que tienen acceso, prácticamente, a todas las mentes de todos los

ciudadanos. Así se ve con qué facilidad y con qué rapidez y con qué

inconsciencia (y también con qué consecuencias para todos) se puede

hacer que un país piense que va mal, que es incapaz de progresar, que sus

gobernantes le engañan o son ineptos o corruptos, o que está al borde del

colapso; o piense que es un país maravilloso, capaz de todo y con un

futuro brillante. No nos quejemos, pues, de que el mundo vaya mal.

Recordemos la afirmación de Cristo: “como un hombre piensa en su

corazón, así es él”.El mundo, pues, va como van nuestros pensamientos.

Ni más ni menos. Ya que el pensamiento precede siempre a la acción, a la

realidad. Si queremos que vaya bien, pues, en nuestra mano está. No

tenemos más que lanzar, siempre que tengamos ocasión, pensamientos de

ilusión, de optimismo, de amor, de comprensión, de tolerancia, de respeto,

de paz y de armonía. Sobre todo los dirigentes, los periodistas y quienes

tienen más posibilidades de que sus pensamientos lleguen al público de

modo masivo.

Piénsese que, como dice un antiguo proverbio ocultista "los molinos

de Dios muelen muy lento, pero muy fino". Es decir, que nada, ni un ápice

de cuanto hagamos, pensemos o digamos o, como en este caso, seamos

culpables de que otros hagan, piensen o digan, dejará de recaer sobre

nosotros mismos, como lógica reacción a la acción que nuestra actuación

pone en marcha. ¡Qué distinto sería el mundo si todos conocieran estas

verdades, tan claras, y que han estado rigiendo desde siempre!

 

 

 

 

 

 


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