VENDIENDO SU ALMA A SATAN
El mito de Fausto representa una situación interesante en el encuentro del héroe, que
es el alma que busca, con distintas clases de espíritus. El espíritu de Fausto, inherentemente
bueno, se siente atraído por los espíritus superiores: se siente consanguíneo con el benévolo
Espíritu de la tierra, y lamenta su incapacidad para retener algo de él. Frente al Espíritu de
la Negación quien no desea otra cosa que enseñarle, nota que él le domina de cierto nodo
porque el espíritu no puede marcharse a causa de la posición especial del símbolo de cinco
puntas trazado en el suelo. Pero tanto su incapacidad para retener al Espíritu de la Tierra y
obtener enseñanzas de este Ser exaltado, como su dominio sobre el Espíritu de la Negación,
son debidos al hecho de que él ha entrado en contacto con ellos por casualidad y no por el
poder del alma desarrollado desde adentro.
Cuando Parsifal, el héroe de otro de estos grandes mitos del alma, visitó por primera
vez el Castillo del Grial, se le preguntó cómo había llegado allí, y él contestó: “No lo sé”.
Había entrado allí por casualidad, del mismo modo que alguna vez un alma recibe un
vislumbre de las regiones celestes en una visión; pero él no pudo quedarse en Montsalvat.
Fue obligado a volver otra vez al mundo y aprender sus lecciones. Muchos años después
volvió al Castillo del Grial, cansado de la busca, y se le hizo la misma pregunta: “Cómo
llegasteis hasta aquí?”. Pero esta vez su contestación es distinta, porque dijo: “Vine aquí
pasando por el sufrimiento y la investigación.”
Este es el punto cardinal que marca la gran diferencia entre personas que
casualmente entran en contacto con espíritus de regiones superfísicas o tropiezan con la
solución de una ley de la naturaleza, y aquellas que, por investigaciones muy serias y
especialmente por “haber vivido la vida”, llegan a la Iniciación consciente de los secretos
de la naturaleza. Los primeros no saben cómo emplear este poder inteligentemente y están
por consiguiente desamparados por completo. Los segundos son siempre dueños de la
fuerza que manejan: mientras que los otros son el juguete de cualquiera que quiere abusar
de ellos.
Fausto es el símbolo del hombre, y la humanidad fue al principio guiada por los
espíritus de Lucifer y los ángeles de Jehová. Ahora estamos mirando hacia el Espíritu de
Cristo dentro de la tierra, como a nuestro Salvador, para emanciparnos de la influencia
egoísta y negativa de aquellos.
San Pablo nos da un vislumbre de la evolución posterior que nos espera, cuando
dice, que después de haber Cristo establecido su reino, El lo entregará al Padre, y entonces
estará todo en el todo.
Fausto, sin embargo, busca primero de todo la comunicación con el macrocosmos,
que es el Padre. Igual que el centauro celeste, Sagitario, él tiende su arco hacia las estrellas
más elevadas. No le basta empezar abajo y elevarse poco a poco por el propio esfuerzo.
Cuando se ve desdeñado por aquel Ser sublime, baja un grado en la escala y busca
comunicación con el Espíritu de la Tierra que también le desprecia, porque no puede ser
alumno de las fuerzas buenas hasta que se haya adaptado a sus leyes, y así solamente puede
entrar por la puerta verdadera en el Sendero de la Iniciación. Por esta razón, cuando nota
que el pentagrama delante de la puerta retiene al espíritu malo, ve una oportunidad para
formalizar un contrato. Está dispuesto a vender su alma a Satán.
Como queda dicho, empero, es demasiado ignorante para poder retener el dominio
con éxito, y el poder del espíritu vence pronto las dificultades dejando a Lucifer en libertad.
Pero aunque sale de la habitación de Fausto, vuelve pronto, dispuesto a entrar en tratos con
aquella alma anhelante. Hace pasar por delante de la vista de Fausto brillantes imágenes de
cómo podría ser su vida y cómo podría satisfacer sus pasiones y deseos. Pero Fausto,
sabiendo que Lucifer no es desinteresado, pregunta cuál es la compensación que éste pide.
Lucifer contesta:
“Pues bien: aquí he de servirte
sin pereza y sin descanso,
y tú harás por mí lo mismo
cuando estemos allá abajo.”
Fausto mismo añade una condición aparentemente extraña, respecto a la fecha en
que el servicio de Lucifer ha de terminar y su propia vida en la tierra llegará a su fin.
Por extraño que parezca, en la aceptación por parte de Lucifer y en la cláusula
propuesta por Fausto hay leyes básicas de la evolución. Por la ley de la atracción, estamos
llevados al contacto con espíritus emparentados tanto en esta vida como después. Si
servimos a las fuerzas buenas aquí y trabajamos para elevarnos, estaremos en compañía de
seres de la misma espiritualidad que nosotros en este mundo y en el próximo, pero sí
preferimos la oscuridad a la luz, nos encontraremos asociados con el mundo inferior aquí y
también después. Esto es irremediable.
Además, somos todos “constructores del templo”, trabajando bajo la dirección de
Dios y Sus ministros, las divinas Jerarquías. Si queremos esquivar la tarea que se nos ha
dado en la vida, nos hallaremos colocados en condiciones que nos obligarán a conocer la
ley. No hay descanso ni paz en el sendero de la evolución, y si buscamos distracción y
alegría con exclusión del trabajo de la vida, la muerte hará pronto su aparición. Si alguna
vez llegamos a un punto en que estamos dispuestos a ver pasar las horas, punto en que
estamos tan satisfechos de las condiciones del momento, que cesamos en nuestros esfuerzos
en progresar, nuestra existencia se terminará muy rápidamente. Siempre se ha observado
que las personas que se retiran de su negocio para vivir solamente del disfrute de lo que han
acumulado, mueren pronto; mientras que el hombre que cambia su profesión por una cosa
completamente distinta tiene generalmente una vida más larga. Nada es tan apto para
acabar con una existencia como la inactividad. Por esta razón las leyes de la naturaleza
quedan manifiestas en el pacto de Lucifer y la condición añadida por Fausto:
“Sí en el lecho deleitoso
logro un punto de descanso,
tuyo soy. Si satisfecho
de mí mismo un día me hallo,
y complacido me rindo
a tus deleites y engaños,
sea aquel mi último instante.
Si algún día, embelesado,
al momento fugitivo
digo: “Ten el vuelo raudo”,
échame al cuello la soga,
doble a muerto la campana,
párese el vital horario,
todo para mi concluya,
y comience tu reinado.”
Lucifer pide a Fausto que firme con una gota de sangre. Y cuando le pregunta el
porqué, Mefistófeles dice astutamente: “La sangre es una esencia sumamente singular”. La
Biblia dice que es el asiento del alma.
Cuando la Tierra estaba en el proceso de condensación, el aura invisible que rodea a
Marte, Mercurio y Venus, penetró en la Tierra y los espíritus de estos planetas estaban en
relación especial e íntima con la humanidad. El hierro es un metal de Marte; por la mezcla
de hierro que hay en la sangre, la oxidación se ha hecho posible; así el calor interno
requerido para la manifestación de un espíritu residiendo en el interior, fue obtenido por la
mediación de los espíritus de Lucifer procedentes de Marte. Ellos son, por consiguiente,
responsables de las condiciones bajo las cuales el ego está encasillado en el cuerpo físico.
Cuando se extrae sangre del cuerpo humano y se coagula, cada partícula es de una
forma especial que no tiene semejanza ninguna con las partículas de cualquier otro ser
humano. Por esta razón, el que tenga algo de sangre de una persona determinada, tiene un
lazo de unión con el espíritu que construyó estas partículas. Tiene poder sobre esta persona
si sabe servirse de tal conocimiento. He aquí la razón por qué Lucifer pidió la firma con la
sangre de Fausto, puesto que, con el nombre de su víctima escrito así con sangre, él podía
retener el alma en cautiverio según las leyes especiales del caso.
En efecto, la sangre es una esencia muy singular, tan importante en la magia blanca
como en la negra. Todo conocimiento, usado en cualquier sentido, tiene que tener su base
forzosamente en la vida física, la cual, por su lado, se deriva primordialmente de los
extractos del cuerpo vital, es decir, de la fuerza sexual y de la sangre. Todo conocimiento
que no está de este modo alimentado y robustecido, es letra muerta y tan impotente como la
filosofía que Fausto había sacado de sus libros. No hay libro que de por sí sea suficiente.
Solamente en la medida que llevamos el saber adquirido así a la práctica de la vida,
alimentándolo y viviéndolo, su valor se hace real.
Pero hay esta gran diferencia: mientras el aspirante de las escuelas de la Ciencia
Sagrada, alimenta su alma con su propia fuerza sexual y sus pasiones inferiores con su
propia sangre, la que transforma y limpia de esta manera, los adeptos de la escuela negra
viven como vampiros de la fuerza sexual de otros y de la sangre impura sacada de las venas
de sus víctimas.
En el Castillo del Grial, vemos cómo la sangre limpia y purificante produce
milagros en aquellos que eran castos y aspiraban a las grandes hazañas; pero en el Castillo
de Herodes, la personificación de la voluptuosidad de Salomé, es la causa de que la sangre
llena de pasión corra alborotadamente por las venas de los asistentes, y que la sangre
goteando de la cabeza del Bautista martirizado, sirviese para conferirles el poder que ellos,
por cobardía, no habían adquirido por el sufrimiento ni por la corrección de sus impurezas.
Fausto trata de obtener poderes rápidamente por la ayuda de otros y de este modo
llega al punto peligroso; lo mismo como hoy en día hacen todos aquellos que corren detrás
de algunos que se llaman a sí mismos “adeptos” o maestros los cuales están siempre
dispuestos a satisfacer los más bajos apetitos de sus crédulas víctimas, igual como Lucifer
se ofrece a servir a Fausto. Pero no pueden dar poderes del alma, digan lo que digan,
porque éstos vienen de adentro, por medio de continua persistencia en hacer el bien; un
hecho cuya importancia no se repetirá nunca bastante.
Max Heindel – Misterios de las Grandes Óperas
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