EL SILFO QUE EMPUJABA LAS NUBES.(2ª Parte)
por Francisco-Manuel Nácher
- No. Me moriría... supongo que tú también tendrás que hacer
necesariamente algo para seguir viviendo, ¿o no?
- Pues sí. Mirándolo bien, sí.
- ¿Y qué haces?
- Respirar.
- ¿Respirar? ¿Qué es eso?
- Consiste en meter el aire en mis pulmones para que mi
organismo absorba el oxígeno y así hacer posible que los glóbulos
rojos de mi sangre transporten hasta las células de mi cuerpo ese
oxígeno, con el cual... - me detuve, comprendiendo que toda aquella
explicación era inútil, al tiempo que, confirmando mi pensamiento, mi
interlocutor me acribillaba.
- ¿El oxígeno, las células, los pulmones, la sangre? ¿Qué es todo
eso?
- Creo que sería imposible explicártelo ahora. Y no te serviría de
nada. Lo cierto es que tenías razón: He de respirar continuamente
porque, si no lo hago, me muero.
- Pues lo mismo me pasa a mí si no empujo el aire.
- Y... ¿cómo lo empujas? Tú no tienes manos ni brazos ni...
- No sé lo que es eso. Pero yo lo empujo normalmente.
- ¿O sea?
- Pienso en que corra o en que forme un remolino, lo deseo así y
se hace.
- ¿Eso sólo?
- Sí. ¿Qué haces tú para respirar?
- Bueno, poco más o menos, lo mismo.
- Al fin y al cabo, estoy viendo que respirar es también empujar
el aire en una determinada dirección, ¿no?
- Honradamente, podría decirse que sí. Pero oye, ¿tú puedes
empujarlo más fuerte, si tú quieres?
- Sí. Puedo hacer lo que quiera en mi zona. Claro que sólo en
parte.
- ¿Por qué en parte?
- Porque recibo el aire ya con una temperatura y una velocidad y
en un lugar determinado y, por tanto, estoy siempre condicionado por
eso.
- ¿Y quién es el que te entrega el aire en esas condiciones?
- ¿O sea, que os dedicáis a mover el aire entre todos?
- Nosotros, sí.
- ¿Y tienes una zona muy grande?
- Bueno, bastante.
- ¿Cómo de grande?
- Desde el oeste de las islas Azores hasta más al este de la Isla de
Menorca.
- Hombre, ¡qué casualidad!
- ¿Por qué?
- Porque yo soy español, o sea, que respiro el aire que tú
empujas.
- Es curioso. Pero, claro, por eso me has visto a mí.
- Parece lógico. Oye, ¿y todo ese trabajo lo haces tú sólo?
- No, qué va. Somos muchos. Bueno, yo tengo muchos como yo,
que son mis subordinados y que hacen lo que yo les digo.
- ¿Y cómo se lo dices?
- Ya te lo he explicado: Lo pienso, lo deseo y ellos lo hacen.
- Ya comprendo. Pero, si tú quisieras, ¿podrías hacerlo tú
personalmente?
- Por supuesto. Yo ya fui como ellos y sé hacer su trabajo. Claro
que sí.
- ¿Y puedes empujar el aire más fuerte o más flojo o dejarlo
quieto el tiempo que quieras?
- Sí. En mi zona puedo hacer lo que quiera, siempre que acabe
traspasando el aire a mi siguiente compañero, jefe de la zona que se
encuentra al este de la mía.
- ¿Y puedes llevarlo por un sitio o por otro?
- Dentro de mi zona, sí.
- ¿Y cuáles son los límites de tu zona por el norte y por el sur?
- Por arriba, llego hasta el Rin. Y, por debajo, hasta la costa norte
de África.
En ese momento volví a pensar que aquello, seguramente, no era
más que un sueño. Pero, ante la duda, hice caso de cierta vocecita
interior que me empezaba a sugerir algo y dije:
- Óyeme. Está claro que nuestro encuentro no es algo corriente.
Así lo has dicho tú y, en cuanto a mí es también la primera vez que me
sucede.
- Sí. Debe ser muy raro.
- Pero, por otra parte, a mí me ha parecido algo estupendo el
conocerte y poder charlar contigo.
- Y a mí también.
- Entonces, si somos, podría decirse, amigos, ¿sería mucho pedir
el que me hicieses un favor?
- ¿Un favor? ¿Qué es eso?
- Algo que está en tu mano hacer, que no te cuesta nada, y que
para mí puede ser muy interesante y hasta muy beneficioso. ¿Podrías
hacerlo?
- Si es dentro de mi zona y no noto la limitación, sí.
- ¿Qué es eso de" la limitación"?
- Cuando quiero hacer algo que, por lo visto, excede de mis
facultades o contraviene determinados planes de orden superior, no
puedo seguir y, por tanto, no puedo concluir lo que estaba intentando
y he de hacerlo de otro modo o hacer otra cosa. O sea que, por
experiencia, sé que tengo límites, no sólo en cuanto al terreno
asignado, sino en cuanto a la temperatura, la dirección, la altura, etc.,
límites que no puedo sobrepasar. ¿A ti no te pasa algo así?
- A mí, no. Bueno... espera... ¡Claro! Yo también tengo límites.
Por ejemplo, cuando trato de entender algo, a veces, me ocurre que es
como si tropezase con un muro, más allá del cual no puedo
comprender nada. Y, a veces, también, aunque me empeñe en hacer
algo, se tuerce todo y me veo obligado a hacer otra cosa. Y, en mi
mundo, por ejemplo, yo no puedo volar ni hacer otras cosas. Sí. Son
mis límites. Ahora me doy cuenta.
- Veo que, a pesar de todo, no somos tan distintos.
- Es verdad. Lo cual me hace pensar que, esté uno en el mundo
en que esté, más o menos, es todo parecido.
- Sí. Debe ser así.
- Pero volvamos a lo de antes: ¿Me puedes hacer un favor?
- Si está dentro de mis límites, ya te he dicho que sí. ¿De qué se
trata?
- Verás: Yo, como te he dicho, soy español. Pero España tiene
un problema climático que le está perjudicando mucho.
- ¿Qué problema?
- Pues que tú, o tus subordinados, empujáis siempre las bajas
presiones hacia el norte y, claro, en España casi no llueve y estamos
teniendo grandes problemas.