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FRANCISCO NÁCHER: EL SILFO QUE EMPUJABA LAS NUBES.(1ª Parte)
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: moriajoan  (Mensaje original) Enviado: 17/06/2009 18:56
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EL SILFO QUE EMPUJABA
 LAS NUBES.(1ª Parte)
 
por Francisco-Manuel Nácher
 
Lo que voy a contar me sucedió no hace mucho. Estaba leyendo
una obra sobre las gestas griegas y, momentáneamente, supongo que
posé el libro sobre mi regazo, como acostumbro cuando medito,
y dejé
volar mi imaginación, preguntándome, con un poso de extraña certeza
en el alma, si aquellas hazañas, aquellas guerras, aquellos oráculos,
aquellos sueños y, mejor aún, sus protagonistas, los héroes aqueos y
troyanos y beocios y corintios, y los filósofos y los dramaturgos y los
escultores y tantos otros, hombres como yo, pero de otra época,
habrían influido en ésta y, especialmente, en mi vida. Y, más
especialmente aún, si cada uno de ellos habría influido en mí y, en
caso afirmativo, cómo. Y me dejé perder por las cadenas de los siglos
y los acontecimientos y los fenómenos, corriendo tras mi fantasía. Vi
pasar ante mis ojos internos series casi infinitas de hechos,
concatenados sucesivamente en rosarios causales. Contemplé la sinfín
interacción que, de modo ininterrumpido, está configurando el mundo
de cada instante y desmontándolo para volverlo a reconstruir, de modo
distinto, al momento siguiente. Todo en una especie de "eterno ahora",
fuera del tiempo y más allá del espacio, siempre lo mismo y siempre
diferente. Vi las fuerzas que dirigen esos cambios: Unas eran simples
hombres, causantes de los más pequeños cambios; otras eran seres sin
forma permanente, que aparecían ante mí provocando terremotos o
inundaciones o huracanes o incendios pavorosos...
Mi atención, no sé por qué motivo, quedó fija en uno de esos
seres. Y tal debió ser mi fijeza, que se percató de ella y, aunque no
podría explicar cómo, se me aproximó o, mejor dicho, sentí, supe que
se me aproximaba.
Curiosamente, no experimenté ningún temor. Más bien, una gran
curiosidad. Recuerdo que, por un instante, me dije: "Seguramente me

he dormido, así que esto es un sueño; por tanto, voy a disfrutarlo

ahora y a tratar de grabarlo bien claro en la memoria para volverlo a

disfrutar al despertar y cuantas veces me apetezca en el futuro." Así

que, con ese ánimo en mi subconsciente, me atreví a dirigirle la

palabra.

- Estaba observando...

- Ya - me dijo, aunque él no hablaba, sino que yo veía dentro de

mí lo que él decía o pensaba - Ya me he dado cuenta. Y no es

corriente.

- ¿No es corriente qué?

- Que a un hombre, que a un humano, le sea dado contemplar

nuestro trabajo.

- ¿Por qué?

- No sé. Pero a mí es la primera vez que me ocurre.

- ¿Cómo has sabido que te observaba o, mejor aún, que te veía?

- No lo sé. Pero lo he sabido. Y por eso estoy aquí

contemplándote. Siempre he creído que vosotros no podíais subir a

nuestro mundo.

- Pues ya ves, aquí estoy. Pero yo creo que no he dejado de estar

en mi mundo.

- ¿No?

- No. Yo pienso que sólo una parte de mí está aquí contigo. He

empezado a pensar y entonces, inesperadamente

 me he situado en tu

mundo. Pero también estoy en otros mundos.

- No lo entiendo pero puede ser. Yo sólo conozco mi mundo y

mi trabajo.

- ¿Cuál es tu trabajo?

- Empujar el aire.

- ¿Empujar el aire?

- Sí.

- ¿Para qué?

- No lo sé. Yo sólo sé que tengo asignada una zona en la cual he

de empujar el aire hacia una dirección determinada, haciéndolo a la

vez girar.

- ¿Y no sabes para qué?

- No.

- Pero, ¿podrías dejar de hacerlo?

 
 
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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: moriajoan Enviado: 30/09/2009 19:17
 
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EL SILFO QUE EMPUJABA LAS NUBES.(2ª Parte) 
  
 
por Francisco-Manuel Nácher
 
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- No. Me moriría... supongo que tú también tendrás que hacer
necesariamente algo para seguir viviendo, ¿o no?
- Pues sí. Mirándolo bien, sí.
- ¿Y qué haces?
- Respirar.
- ¿Respirar? ¿Qué es eso?
- Consiste en meter el aire en mis pulmones para que mi
organismo absorba el oxígeno y así hacer posible que los glóbulos
rojos de mi sangre transporten hasta las células de mi cuerpo ese
oxígeno, con el cual... - me detuve, comprendiendo que toda aquella
explicación era inútil, al tiempo que, confirmando mi pensamiento, mi
interlocutor me acribillaba.
- ¿El oxígeno, las células, los pulmones, la sangre? ¿Qué es todo
eso?
- Creo que sería imposible explicártelo ahora. Y no te serviría de
nada. Lo cierto es que tenías razón: He de respirar continuamente
porque, si no lo hago, me muero.
- Pues lo mismo me pasa a mí si no empujo el aire.
- Y... ¿cómo lo empujas? Tú no tienes manos ni brazos ni...
- No sé lo que es eso. Pero yo lo empujo normalmente.
- ¿O sea?
- Pienso en que corra o en que forme un remolino, lo deseo así y
se hace.
- ¿Eso sólo?
- Sí. ¿Qué haces tú para respirar?
- Bueno, poco más o menos, lo mismo.
- Al fin y al cabo, estoy viendo que respirar es también empujar
el aire en una determinada dirección, ¿no?
- Honradamente, podría decirse que sí. Pero oye, ¿tú puedes
empujarlo más fuerte, si tú quieres?
- Sí. Puedo hacer lo que quiera en mi zona. Claro que sólo en
parte.
- ¿Por qué en parte?
- Porque recibo el aire ya con una temperatura y una velocidad y
en un lugar determinado y, por tanto, estoy siempre condicionado por
eso.
- ¿Y quién es el que te entrega el aire en esas condiciones?
- Otro como yo.
 
Linea20flores20derecha.gif picture by vislumbrar
 
 
- ¿O sea, que os dedicáis a mover el aire entre todos?
- Nosotros, sí.
- ¿Y tienes una zona muy grande?
- Bueno, bastante.
- ¿Cómo de grande?
- Desde el oeste de las islas Azores hasta más al este de la Isla de
Menorca.
- Hombre, ¡qué casualidad!
- ¿Por qué?
- Porque yo soy español, o sea, que respiro el aire que tú
empujas.
- Es curioso. Pero, claro, por eso me has visto a mí.
- Parece lógico. Oye, ¿y todo ese trabajo lo haces tú sólo?
- No, qué va. Somos muchos. Bueno, yo tengo muchos como yo,
que son mis subordinados y que hacen lo que yo les digo.
- ¿Y cómo se lo dices?
- Ya te lo he explicado: Lo pienso, lo deseo y ellos lo hacen.
- Ya comprendo. Pero, si tú quisieras, ¿podrías hacerlo tú
personalmente?
- Por supuesto. Yo ya fui como ellos y sé hacer su trabajo. Claro
que sí.
- ¿Y puedes empujar el aire más fuerte o más flojo o dejarlo
quieto el tiempo que quieras?
- Sí. En mi zona puedo hacer lo que quiera, siempre que acabe
traspasando el aire a mi siguiente compañero, jefe de la zona que se
encuentra al este de la mía.
- ¿Y puedes llevarlo por un sitio o por otro?
- Dentro de mi zona, sí.
- ¿Y cuáles son los límites de tu zona por el norte y por el sur?
- Por arriba, llego hasta el Rin. Y, por debajo, hasta la costa norte
de África.
En ese momento volví a pensar que aquello, seguramente, no era
más que un sueño. Pero, ante la duda, hice caso de cierta vocecita
interior que me empezaba a sugerir algo y dije:
- Óyeme. Está claro que nuestro encuentro no es algo corriente.
Así lo has dicho tú y, en cuanto a mí es también la primera vez que me
sucede.
- Sí. Debe ser muy raro.
- Pero, por otra parte, a mí me ha parecido algo estupendo el
conocerte y poder charlar contigo.
- Y a mí también.
- Entonces, si somos, podría decirse, amigos, ¿sería mucho pedir
el que me hicieses un favor?
- ¿Un favor? ¿Qué es eso?
- Algo que está en tu mano hacer, que no te cuesta nada, y que
para mí puede ser muy interesante y hasta muy beneficioso. ¿Podrías
hacerlo?
- Si es dentro de mi zona y no noto la limitación, sí.
- ¿Qué es eso de" la limitación"?
- Cuando quiero hacer algo que, por lo visto, excede de mis
facultades o contraviene determinados planes de orden superior, no
puedo seguir y, por tanto, no puedo concluir lo que estaba intentando
y he de hacerlo de otro modo o hacer otra cosa. O sea que, por
experiencia, sé que tengo límites, no sólo en cuanto al terreno
asignado, sino en cuanto a la temperatura, la dirección, la altura, etc.,
límites que no puedo sobrepasar. ¿A ti no te pasa algo así?
- A mí, no. Bueno... espera... ¡Claro! Yo también tengo límites.
Por ejemplo, cuando trato de entender algo, a veces, me ocurre que es
como si tropezase con un muro, más allá del cual no puedo
comprender nada. Y, a veces, también, aunque me empeñe en hacer
algo, se tuerce todo y me veo obligado a hacer otra cosa. Y, en mi
mundo, por ejemplo, yo no puedo volar ni hacer otras cosas. Sí. Son
mis límites. Ahora me doy cuenta.
- Veo que, a pesar de todo, no somos tan distintos.
- Es verdad. Lo cual me hace pensar que, esté uno en el mundo
en que esté, más o menos, es todo parecido.
- Sí. Debe ser así.
- Pero volvamos a lo de antes: ¿Me puedes hacer un favor?
- Si está dentro de mis límites, ya te he dicho que sí. ¿De qué se
trata?
- Verás: Yo, como te he dicho, soy español. Pero España tiene
un problema climático que le está perjudicando mucho.
- ¿Qué problema?
- Pues que tú, o tus subordinados, empujáis siempre las bajas
presiones hacia el norte y, claro, en España casi no llueve y estamos
teniendo grandes problemas.
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