La Iniciación, contra lo que se piensa muy a menudo, no es una
ceremonia. Puede ir acompañada o no de determinados ritos o actos más o
menos públicos y solemnes pero, en sí, es un acontecimiento
exclusivamente interno, individual, que tiene lugar en otros planos de
conciencia.
Tradicionalmente, hasta Cristo, es decir, durante la antigua
dispensación, el sendero de la Iniciación no estaba abierto a todos, sino
sólo a unos pocos. Los Hierofantes de los Misterios elegían un cierto
número de familias, las llevaban al Templo y las separaban de todas las
demás. Esas familias elegidas debían observar rigurosamente determinados
ritos y ceremonias. Su educación, su alimentación, sus matrimonios y vida
sexual estaban igualmente regulados por los propios Hierofantes. El
resultado de todo ello era la producción de una clase especial de hombres y
mujeres que tenía la suficiente laxitud entre los cuerpos denso y vital y que
podía despertar al cuerpo de deseos durante el sueño del cuerpo físico. De
ese modo se les colocaba en disposición de recibir las Iniciaciones. Con
ellos se constituía una tribu o casta especial, como la de los brahmanes
entre los arios o la de los levitas entre los hebreos, dedicadas al culto y a
las relaciones con Dios, y que no podían contraer matrimonio con los
miembros de las otras tribus o clases. Téngase en cuenta, además, que la
vida superior, mejor dicho, el sendero hacia la vida superior, no empieza
hasta que se inicia el trabajo en el cuerpo vital, y el medio empleado para
activar éste es el Amor o, mejor dicho, el altruismo. De modo que, una vez
convencidos los instructores de que el neófito había desarrollado, por su
propio esfuerzo y dedicación, además de por medio de los ritos,
meditaciones y ceremonias, las facultades necesarias, y seguros de su
absoluta buena fe, se le inducía un estado cataléptico, similar a la muerte.
Una vez en tal estado, el hierofante hacía salir de su cuerpo físico los
vehículos superiores, lo acompañaba a otros planos y le demostraba allí
que la muerte no existe, que sólo perdemos el vehículo físico y, tras una
serie de experiencias, volvemos a renacer en otro cuerpo; le impartía una
serie de conocimientos y, tras ello, transcurridos tres días y medio, al
amanecer del cuarto día, lo introducía de nuevo en su cuerpo físico y lo
despertaba, con lo que el neófito "volvía a la vida", "resucitaba" convertido
en un "hombre nuevo" y por ello se le cambiaba de nombre. Aún hay hoy
muchas congregaciones religiosas en las que, al que "profesa" se le cambia
el nombre. Pero siempre el neófito debía, previamente, mediante vidas de
entrega amorosa al prójimo, pureza y servicio altruísta, haber desarrollado
en su interior las facultades que la Iniciación no hacía sino enseñarle a
usar. Los miembros de las otras tribus o clases no tenían acceso a ella.
Pues bien. Cristo, después de la Iniciación de Lázaro, última
realizada según el rito antiguo, y que los Evangelios relatan,
simbólicamente, como resurrección, estableció un nuevo sistema en el que
el neófito no necesita hallarse en estado cataléptico, sino que puede ser
iniciado en pleno estado de vigilia. Y, además, no tiene que pertenecer
necesariamente a ninguna tribu o clase escogida - Él mismo no fue levita -
sino que cualquiera, sin distinción de raza, sexo, edad o religión, puede ser
iniciado, siempre que, por su propio esfuerzo y dedicación - que incluyen
alimentación y vida sana, deseos y pensamientos puros y positivos y
sincero amor al prójimo y, por supuesto, altruismo e inofensividad - haya
logrado desarrollar esas facultades imprescindibles. De modo que uno
puede ser, sin saberlo, candidato a la Iniciación, debido a su vida de
servicio y entrega al prójimo y, en el momento oportuno y con toda
certeza, la recibirá. La Iniciación, pues, no tiene, como hemos dicho, otra
finalidad que enseñar al neófito a usar las facultades que él mismo, con su
esfuerzo, ha desarrollado, y nunca sirve para adquirirlas. No es posible, por
eso, comprarla ni regalarla ni venderla, y quienes aseguran, ofrecen o
prometen poder hacerlo, no son sino comerciantes, pero de ninguna
manera hierofantes, por más que envuelvan la supuesta Iniciación en
ceremonias más o menos solemnes.
Hay otra diferencia fundamental entre Cristo y los instructores de
pueblos y creadores de religiones anteriores a Él: que éstos debieron morir
y reencarnar varias veces para ayudar a sus pueblos respectivos: Moisés
fue arrebatado por el Arcángel Miguel - espíritu de raza del pueblo hebreo
- y lo condujo al monte Nebo, donde murió; renació como Elías, que
también fue arrebatado y murió; y volvió a renacer como Juan el Bautista.
Buda murió y renació como Shankaracharya. Por otra parte, cuando le
llegó la muerte, el rostro de Moisés brilló, lo mismo que el cuerpo de
Buda, señal de que ambos habían alcanzado el estado en que el espíritu
empieza a brillar desde dentro. Y entonces murieron. Jesús, en cambio, fue
crucificado y murió, resucitando después. Pero antes, en el Monte de la
Transfiguración, alcanzó el estado de iluminación y Su obra tuvo lugar
después de ese acontecimiento.
Hay en la Tierra siete Escuelas de Misterios Menores y cinco de
Misterios Mayores. En total, doce.
Y existen nueve Iniciaciones Menores y cuatro Mayores para nuestra
oleada de vida. Las nueve menores van ampliando los conocimientos y,
por tanto, la conciencia y los poderes del neófito hasta límites increíbles.
Cuando se ha obtenido la primera Iniciación Mayor, se es Adepto. Y un
Adepto es ya capaz de crear, para sí, un cuerpo físico en el que actuar en
este mundo, en bebeficio de la Humanidad, y hacerlo durar siglos en
perfecto estado de salud y con aspecto juvenil. Y, cuando considera que le
conviene otro cuerpo, puede crearlo y habitarlo.
Desde la primera Iniciación Menor se posee la "conciencia
permanente", es decir, que no se experimenta pérdida de conciencia ni al
dormirse ni al despertar ni al morir. Por eso se dice que el iniciado "ha
vencido a la muerte".
Cuando el hombre ha obtenido las cuatro Iniciaciones mayores,
queda libre de la "rueda de reencarnaciones", es decir, ya ha asimilado
todo el conocimiento que la vida en esta cadena de Períodos evolutivos le
puede proporcionar, y ha equilibrado su cuenta con la ley del karma, por lo
que no necesita renacer y puede continuar su evolución en otros planos
cuya felicidad y cuyas actividades son para nosotros inconcebibles. La
mayor parte, sin embargo, de esos hermanos liberados de la necesidad de
renacer aquí, optan libremente por permanecer en la Tierra para ayudar a
los que quedamos y, especialmente, a los rezagados. Son los llamados
Hermanos Mayores y están a cargo del gobierno del mundo desde los
planos superiores, siempre respetando la libertad de los hombres, pero
siempre dispuestos a ayudarles. Ellos son los que detectan, por el brillo de
sus auras, a quienes han desarrollado suficientemente las facultades
necesarias para recibir las Iniciaciones, y quienes las imparten.