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FRANCISCO NÁCHER: EL DESPERTAR DEL ESPÍRITU
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De: moriajoan  (Mensaje original) Enviado: 13/10/2009 15:11

 

 

 

EL DESPERTAR DEL ESPÍRITU

por Francisco-Manuel Nácher

Como estudiantes de las Enseñanzas de la Sabiduría

Occidental, sabemos que nuestro verdadero yo, nuestra Mónada,

nuestro Espíritu Virginal, se encuentra en el Mundo de los

Espíritus Virginales, un plano, inmediatamente inferior al

Mundo de Dios, en el que posee una conciencia colectiva y en el

que, lógicamente, no se conoce el mal.

Porque el mal, como valor absoluto, no existe. No puede

existir. Si todo está en Dios y todo lo existente ha sido creado

por Él, y todo está compenetrado por Él, el mal no tiene cabida

en el universo. Lo que sí existe es lo que nosotros llamamos el

MAL. Pero ese mal es sólo un concepto relativo porque, lo que

para unos es mal, para otros no lo es o, incluso, es un bien.

¿Quién puede negar que una operación de apendicitis es un bien

para el cuerpo enfermo que se salva de una muerte cierta,

mientras que es una muerte cierta para las células que forman

parte del apéndice desechado? ¿Y quién puede negar que, si

queremos evolucionar, siquiera sea físicamente, hemos de

desprendernos de nuestro cuerpo físico viejo, ajado, enfermo e

inservible para nuevas experiencias – lo cual supone un mal para

él pero un bien para el espíritu - y hemos de sustituirlo por otro

nuevo, joven, mejor construido y capaz de nuevas vivencias y

nuevos avances?

Recordemos que, en el Libro de Job, el espíritu del mal es

considerado como una criatura más de Dios. Y en la inmortal

obra de Goethe, Fausto, también Mefistófeles dialoga con Dios

como una de sus criaturas e, incluso, cuando Fausto le pregunta

quién es, no puede por menos de responder: soy aquél que,

queriendo hacer al mal, acaba haciendo el bien. Porque el mal

es, como nos enseña Max Heindel, sólo bien en formación.

El mal, pues, no existe como tal. Es sólo una valoración

subjetiva de unas circunstancias dadas, en base a determinadas

referencias innatas o adquiridas.

Con eso in mente, nos resulta ya fácil comprender la

afirmación inicial de que en el Mundo de los Espíritus

Virginales no existe el mal. Aunque sería más exacto decir que

no existen ni el Bien ni el Mal, ambos, conceptos relativos y

siempre referidos el uno al otro.

Imaginemos a un ciego de nacimiento que, gracias a una

operación, adquiere la vista. A todos nos parecerá que con ello

ha resuelto su problema y se ha convertido en un hombre

normal.

Pero su problema o, mejor dicho, sus problemas, no habrán

hecho más que empezar. ¿Y, por qué? Porque, hasta ese

momento, su mundo estaba formado por las ideaciones por él

realizadas en base a los estímulos sensitivos que su oído y su

tacto le habían ido proporcionando a lo largo de los años.

Para una persona con vista, el campo visual está siempre

lleno de cosas. No hay vacíos. Veremos el cielo, el suelo, las

nubes, las personas, los árboles, el mar...llenándolo todo. Todo

estará en su sitio y no habrá ningún punto en el que, si miramos,

no veamos nada, como nos demuestra la máquina fotográfica

que, aunque enfoquemos sólo una persona, se empeñará en

recoger también su entorno, por la sencilla razón de que está ahí.

Está siempre ahí.

Pero, como hemos dicho, el mundo del ciego es distinto y

en él, lo que no sea ideación de estímulos táctiles o auditivos,

está vacío, sin nada que lo llene, sin ninguna imagen.

¿Y qué ocurre cuando ese ciego de nacimiento adquiere la

vista súbitamente? Pues le ocurre que empieza a percibir formas

y colores y movimientos que, para él, son completamente

nuevos, que no había percibido nunca y sobre los que, por tanto,

no había podido hacerse ninguna idea; que se ve inmerso en un

mundo que no sabe interpretar. Verá, por ejemplo, los árboles,

pero no sabrá lo que son. Verá a sus parientes y amigos, pero no

los reconocerá. Se verá, incluso a sí mismo en un espejo, pero

no sabrá quién es. Y no sabrá traducir a datos aprovechables

todos los estímulos ópticos que llenan su recién adquirido

campo visual. Lo cual le producirá una sensación de hallarse

totalmente perdido, sin referencias, sin posibilidad de

orientación ni de ubicación ni, consecuentemente, de actuación,

y teniendo, para poderse sentir seguro, que cerrar los ojos y

recurrir a su antiguo sistema de percepción, interpretación y

actuación. En principio, pues, la adquisición de la vista no le

habrá aportado ninguna ventaja, sino sólo inconvenientes,

desorientación y problemas. Claro que, con el tiempo,

cometiendo muchos errores y ayudándose de sus antiguos

sentidos, irá identificando los objetos y seres de su entorno y

creando de ellos imágenes mentales, y empezará a apreciar las

ventajas del ver, frente a las antiguas de sólo oír y tocar.

Algo muy semejante le ocurre a nuestro Espíritu Virginal

cuando se ve introducido en cuerpos de materia, que le impiden

la percepción a la que estaba acostumbrado en su mundo.

Porque pasa de un plano, en el que el mal no existe, a otro en el

que sí que existe y actúa, y esa actuación resulta definitiva para

su propia evolución o despertar. Ese nuevo mundo le produce un

estado de estupor semejante al de nuestro ciego con la vista

recién adquirida.

Y, como nuestro espíritu se ve forzado a actuar y a

relacionarse para sobrevivir, lo hace sin distinguir el bien del

mal, ya que jamás en su mundo los ha distinguido porque no

existían. Y produce el bien y el mal. Y, si produce el mal, como

ese mal perjudica a otros, pone en funcionamiento la Ley de

Causa y Efecto, que hace que ese mal recaiga luego sobre él,

produciéndole vidas desgraciadas y llenas de problemas y

sinsabores.

Nuestro espíritu necesita, pues, comprender ese

mecanismo extraño que extrae un castigo de algo que, a su

modo de ver, no lo merece.

Y el medio para que comprenda, se le proporciona

mediante la muerte del cuerpo físico. Entonces, en el período

post mortem, puede ver las cosas desde su antiguo punto de

vista y desde el del mundo que acaba de abandonar y al que

habrá de volver. Y, con las enseñanzas que ello le proporciona,

puede crear un cuerpo más capaz para su próxima encarnación,

y puede orientarse mejor en ese mundo y tratar de dominarlo

dominándose a sí mismo en cuanto a sus inclinaciones que en

ese mundo inferior producen el llamado mal. En una palabra:

aprende a comportarse aquí como la Ley de Retribución exige

que es, curiosamente, lo mismo que en su mundo original hacía,

es decir, considerar a todos los demás seres como a sí mismo,

como formando con él un solo Todo, un solo Ser. Claro que, en

ese recorrido, además de haber descubierto que era distinto de

los demás, habrá conocido el Mal. Y eso supone dos pasos

importantes para su propia evolución como espíritu o, lo que es

lo mismo, para el avance en su propio despertar.

Esta es la historia de nuestro Espíritu. Y contiene la

sencilla explicación de todos los males que nos afligen. Una

explicación lógica, comprensible y suficiente para, una vez

asimilada, no sólo luchar por avanzar conscientemente nosotros

mismos, sino para comprender a los demás y justificar sus

errores como justificamos los del ciego que ha recobrado la

vista. Y para ayudarles a situarse debidamente en este mundo y

a ir ajustando su escala de valores a la que establecen las leyes

naturales.

* * *

 


 
 


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